Las recientes elecciones regionales han devenido en una suerte de evento crucial, punto crítico, coyuntura decisiva para el país y para las fuerzas políticas en pugna.
La gran protagonista de la jornada ha sido la abstención, dado que votaron cuatro de cada diez personas, en unas elecciones donde, en una situación de crisis multidimensional, teníamos la oportunidad de elegir autoridades que están más cercanas a la ciudadanía, sus necesidades, críticas y demandas. En esta coyuntura, las regionales constituyen un importante hecho político, una expresión del ejercicio crítico del poder ciudadano y, muy especialmente, un hito histórico cargado de significado democrático. Los resultados electorales conminan al liderazgo político a hacer una lectura profunda que trascienda el plano numérico. Aun cuando somos un país presidencialista, es indudable que las elecciones ya no nos convocan como antes ¿¿Han perdido su significado democrático y de participación política? ¿De ejercicio crítico y libre? ¿Se trata de una situación coyuntural? ¿Supone un rechazo al liderazgo político? ¿Guarda relación con la gestión de la crisis multidimensional? ¿Con el manejo político del proceso de dialogo y acuerdos políticos? Y para cerrar, ¿Estaremos entrando en un proceso de desafección política generalizado?
En nuestro último artículo, planteábamos la necesidad de explorar y evaluar algunas dimensiones políticas y psicosociales del abstencionismo que inhiben la participación política, alejan y limitan el control ciudadano tanto de instituciones como de políticos. Fenómeno que sin lugar a dudas afecta la calidad de la democracia, con las consecuencias que ya estamos viviendo y padeciendo. Es posible que estemos sufriendo un proceso de desafección política e institucional, que se expresa en el desapego, desinterés y alejamiento de los ciudadanos con respecto al sistema político y, por ende, de los procesos electorales.
Finalmente, estamos de acuerdo con el llamado a hacer política, pero no desde el triunfalismo ni de la derrota o anulación del otro, el enemigo. Hacer política desde el reconocimiento, la conciliación, el dialogo, la negociación y el respeto mutuo.
Para ello se requiere de una ciudadanía comprometida que no cuestione la legitimidad de la democracia.