Estamos ya próximos a la Navidad. A los problemas que vienen sufriendo los pobres y las poblaciones más vulnerables, se ha sumado la pandemia del Covid que se resiste a morir y muta en nuevas formas que siembran la incertidumbre, el miedo, el sufrimiento y muerte. A muchos les va a tocar celebrar la Navidad con el dolor de haber perdido algún familiar querido, el miedo a contagiarse y la duda de no saber qué hacer si se contagian al no contar con la debida atención sanitaria ni con las medicinas necesarias. Otros muchos no tendrán dinero suficiente para hacer las compras y regalos típicos de las navidades. Numerosas familias no podrán juntarse no sólo por las restricciones que impone la pandemia, sino porque algunos de sus miembros ya no están o están muy lejos pues se marcharon del país para poder seguir viviendo. Pero la propia crisis nos puede acercar al verdadero espíritu de la primera navidad donde, sobre la pobreza extrema, la carencia de todo y la marginalidad más absoluta, brilló la luz del amor, de la esperanza y de una alegría nueva que inundó los corazones de los pobres y menesterosos. Por ello, a pesar de los problemas que nos agobian y las preocupaciones que nos atormentan, debemos preparamos a celebrar con alegría la Navidad y empaparnos todos con el espíritu del Niño del Pesebre.
Por ello, la Navidad debe ser un tiempo para que aflore el niño o niña que todos llevamos dentro y dejarnos penetrar por la ternura y el asombro, pues pareciera que, en estos días, a uno se le reblandeciera el alma y le vinieran ganas de ser más bueno. Tiempo para prodigar sonrisas y abrazos y estrechar los lazos familiares con los que tenemos cerca, con los que están lejos y también con los que se fueron, que en estos días recordamos con especial nostalgia y cariño. Pero, sobre todo,, Navidad es y debe ser tiempo para renacer a una vida nueva de compromiso por la paz y la justicia, superar los desencuentros y cultivar con especial esmero el cariño ,y la reconciliación que no es sensiblería sino compromiso..
El evangelio es de una dulzura y sencillez increíbles. Jesús nace entre nosotros para traernos la Buena Noticia de un Dios Padre-Madre que nos ama entrañablemente y quiere que vivamos como hermanos. Jesús, el poeta de la Misericordia, la alegría de los pobres y menesterosos, nos vino a traer la libertad, el perdón, el amor. Ciertamente, entre tantas malas noticias que leemos o escuchamos todos los días, esta es una extraordinaria Buena Noticia, suficiente para llenarnos de alegría. Pero tenemos el peligro de olvidar en Navidad lo más importante y la razón de la fiesta: al Niño que sigue naciendo entre los más pobres y necesitados y nos convoca en su callado silencio de niño frágil y desvalido a cambiar de vida y empezar a preocuparnos por todos, en especial por los que sufren y están siendo golpeados por la injusticia, la miseria o la violencia.
Navidad: tiempo para releer nuestras vidas a la luz de la humildad y ternura del pesebre y reflexionar con sinceridad si somos seguidores de Jesús humilde y amoroso, o más bien seguimos a egoístas y violentos. Para preguntarnos si somos sembradores de reconciliación y paz, o sembradores de división, violencia e intolerancia. Para aclararnos si nuestra conducta y vida celebra a Jesús y el amor tierno y servicial, o a Herodes y la violencia, que buscó a Jesús para matarlo por considerarlo una amenaza a su proyecto de dominación.
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