Quedó elocuentemente demostrado que el 21 de noviembre el pueblo venezolano golpeó fuertemente al régimen. La cúpula roja se percató de una realidad inesperada para el liderazgo gubernamental, pero que era evidente en todo el país, a pesar del abuso y la manipulación mediática permanente del oficialismo; avalancha comunicacional que esta vez sólo contribuyó a que los factores políticos componentes del llamado “polo patriótico” creyera en la supuesta fortaleza de la que sus dirigentes hacían alarde.
La plaga roja se dio cuenta de su debacle electoral, cuando se convenció de que la oposición, probablemente también embriagada de triunfalismo, le regaló nada menos que 14 gobernaciones y un buen número de alcaldías con sus respectivos concejales. La reacción de los radicales naziestalinistas fue tratar de desconocer algunos resultados electorales que favorecían a la oposición, acción que se tradujo en varios intentos fallidos, dada la holgada ventaja con la que se lograron las victorias respectivas. Se desconoce hasta ahora, dónde logró sus objetivos la langosta roja, aprovechándose de la mínima diferencia entre el triunfo opositor y la derrota del régimen. Uno de estos casos ocurrió en Barinas, donde la victoria fue reconocida incluso por la Sala Electoral de Tribunal Supremo de Justicia, Sala ésta que anuló las elecciones, al señalar que el Gobernador triunfante estaba inhabilitado para ejercer cargos públicos; una situación sobrevenida que ni siquiera el Consejo Nacional Electoral conocía.
Coincidentemente dos días antes del zarpazo judicial, Barinas fue militarizada, supuestamente con motivo de activar el operativo navideño de seguridad. Se observa también que además de la arbitraria e inconstitucional decisión de la Sala Electoral ya citada y el despliegue de fuerzas castrenses, los principales candidatos opositores que tienen posibilidades de volver a derrotar el régimen cuando se repitan las elecciones, también han sido inhabilitados. Este comportamiento del oficialismo ha de servir para algo; por lo menos para confirmar que sí estamos frente a una dictadura. Abierta y descaradamente el liderazgo de la plaga roja se terminó de quitar la máscara. Esto supone que la oposición está obligada a rectificar de inmediato, reagruparse sin pérdida de tiempo y recuperar la coherencia que se requiere, en función de los próximos combates, que ya están a la vuelta de la esquina.
Después de lo que ha ocurrido, lo peor que puede hacer la oposición es continuar alimentando estrategias de autodestrucción. En Barinas la langosta roja, sin miramientos de ninguna índole, enseñó su rostro dictatorial. Lo que está haciendo su cúpula política y gubernamental cuadra muy bien con lo que posiblemente han aprendido del dictador nicaragüense Daniel Ortega. Esta probabilidad tiene mucho fundamento, porque lo que ha ocurrido en Barinas es un “nicaraguazo”. Entre lo que ocurrió en el país centroamericano y en la cuna de la dinastía de los Chávez, la única diferencia es el procedimiento, escogido para garantizar que la opción del régimen participe sin contendores.
Nadie puede negar que la sucia jugada de la dictadura tiene como objeto primario desanimar a los electores para que se abstengan de participar. Sin embargo, podría salirle el tiro por la culata, si toda la oposición se une y le devuelve la esperanza al electorado barinés. ¡Barinas, a pesar del “nicaraguazo”, es una invitación a la oposición para que ésta golpee letalmente al mito Chávez en su propia cuna!
Educador / Escritor – urdaneta.antonio@gmail.com – @UrdanetaAguirre