El regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida. Berthold Brecht.
La “vida de los otros” es una obra fílmica del alemán Florian Henckel von Donnersmarck, en la cual explana la manera de espiar y controlar a la sociedad a través de la Stasi, la cruel policía de la RDA (República Democrática Alemana), el ministro de cultura de Berlín Oriental quería sacar del juego al escritor Dreyman, quien era fiel al régimen, por el simple hecho de estar enamorado de su novia. Para ellos, los todopoderosos, era muy fácil obtener aquello de lo cual se encaprichaban, para ello se adueñan de las sociedades y de las vidas, espían, tuercen las verdades y calumnian.
Así, el agente de la Stasi encargado de llenar el departamento del escritor Dreyman de cables y micrófonos para auscultar su vida, era el soltero y flemático funcionario Wiesler, agente que firmaba sus informes con las siglas HGW XX/7. Las tareas de espiar y urdir en la vida de los otros, le hacen también a los malvados comparar sus existencias para el servicio al mal, con la vida de sus víctimas hechas girones en muchas ocasiones pero plenas en libertad y en humanidad, a veces los rehenes somos tan felices con tan poco que es justamente esa cualidad la que nos hace ser infinitamente odiados por nuestros captores; en la tarea de espiar el funcionario Wiesler pudo enterarse de que su víctima comenzaba a despertar de la catatonia total impuesta por el régimen del horror, y así pudo comenzar a documentar la cantidad de suicidios que se producían en la RDA, frente a la desesperación total, estas memorias las solía escribir en tinta roja, en una de las pocas máquinas que no estaban inventariadas por la Stasi y la RDA.
Wiesler espiaba y comenzó a desarrollar otredad, simpatía y alteridad por la vida de aquellos rehenes, de hecho, pudo robar un libro del dramaturgo Berthold Brecht, conjurado desde el levantamiento de Alemania en 1953; igualmente, el talento en el piano de Dreyman quien interpretaba un “soneto al hombre bueno”, terminaría por generar empatía hacia el captor, además de que Wiesler se siente atraído por la belleza de Christa María, decidiendo entonces proteger a sus rehenes, por razones que iban más allá de por la mera atracción física y carnal hacia la novia de Dreyman, sino motivado por el deseo de vivir la vida de “los otros”, admirar el arte, libre pensar, cultivar el espíritu, actuar como humanos y no como peones de la ira y del mal.
El manifiesto sobre las denuncias al fin se hace público, y la implacable Stasi busca afanosamente a Dreyman, al no poderlo hacer preso deciden llevarse a su novia como detenida y someterla a crueles tratos e interrogatorios, que culminan cuando esta, desesperada, es arrollada por un vehículo de carga y muere en los brazos de Dreyman.
Wiesler es degradado, pues así pagan las tiranías las deslealtades al no tributar la ira, perdiendo su empleo; al caer el ominoso Muro de Berlín, Dreyman, convertido en un famoso escritor, publica su obra: “Sonata para un hombre bueno”, libro que es visto en el aparador de una librería por un Wiesler dedicado a repartidor, quien entra para comprar un ejemplar de la obra, la cual estaba dedicada al agente HGW XX/7, nombre críptico de Wiesler en el servicio secreto de la Stasi, y quien observando la vida de los otros pudo advertir la belleza de la libertad, la esencia esencialmente humana de las artes, el libre pensamiento, la alegría de quienes hemos sido objeto de toda suerte de vejámenes, pero aun mantenemos en pie en espíritu.
La vida de los otros es una de esas películas que no debemos de dejar de ver en estos tiempos de adviento, de espera de la verdad de Cristo, y de nostalgia y tristeza por los que se fueron, los que no están, y por todo lo que nos han robado; expoliados, destruidos, rotos y aun enteros, debemos obligarnos a asirnos a la “Sonata de un hombre bueno” y asumir la bondad y la honestidad como armas contra el totalitarismo. Nosotros, quienes estamos limpios de lodos y máculas de estos mustios tiempos pero indefectiblemente expoliados, menesterosos y en huida, debemos sentirnos honrados por la entereza de nuestros espíritus y paradigmas jamás abordados por el horror del pensamiento único y avieso de estos feroces tiempos, la vida nuestra es la de los otros, la vida digna, decente, altruista, solidaria y coherente con nuestros preceptos, la vida de aquellos es la vida de quienes usan el erario público como botín personal, la muerte y el terror como peana para seguirse apoyando y compran las conciencias de acólitos, quienes jamás podrán sentirse seguros, aunque coman las sobras que caen de las mesas de los festines de la indolencia y se llenen las alforjas con las monedas de la traición, que no caben más en los estancieros para el robo.
Nuestra vida es libre en los espacios acotados de nuestros cientos de iguales, incluso en aquellos que en números de mil escapan a pie diariamente de este horror. El país que nos robaron no lo han logrado desaparecer, por el contrario, lo han mantenido en un sentimiento doloroso y común de venezolanidad, que trasciende sus perversiones. Dios bendiga la vida de los otros y permitiéndome hacerle alguna modificación al film de Florian Henckel von Donnersmarck, prefiero setenta veces siete esta vida terrible de nosotros, llena de deslealtades, desengaños, agresiones, calumnias, horror y riesgo, que la vida de quienes se traicionan y traicionan a sus principios, es cierto que la vida no ocupa veintitrés kilos, pero la dignidad doblada no se acota por peso, ni por longitud y nos permite levantar la cabeza frente a la historia y gritar a lo Fest “Yo no”.
Los totalitarismos copan, trepan, colonizan, minan e infectan como un cáncer, pero también crecen y llegan hasta donde se les permita llegar, el agente de la Stasi Wiesler poseía estatura moral, ética y humana, esa que ya no existe entre quienes sirven a esta nuestra tiranía, y menos entre los acólitos y esbirros, quienes a la luz de intereses crematísticos deciden torcer el destino de sus vidas, allá ellos cuando a todos nos corresponda ser pesados.
Finalmente, la mordaza de este innominalidad, de este anatema, jamás me hará callar y aun obligándome al exilio, no me derrota pues me voy limpio y con la autoridad moral de jamás haber intentado sacar provecho del horror de mis connacionales, formaré parte de la diáspora de esos más de seis millones de dramas personales, que llevan la luz de Venezuela por todo el mundo, dispuesto a reconstruir cuando la justicia y la decencia entren erguidas a los predios liberados de esta pestilencia.
Quien no ha compartido la lucha compartirá la derrota. Berthold Brecht.
Profesor Universitario