Cuenta la Biblia que Saulo de Tarso era un perseguidor del cristianismo. Su labor principal era denunciar a los primeros cristianos, convencido de que esta nueva religión profesaba dogmas opuestos al judaísmo y atentaba contra el orden establecido. Es durante un viaje a Damasco cuando Saulo tiene una revelación que lo hace tomar un rumbo de vida diametralmente opuesto; Saulo, entonces, se convierte en San Pablo, evangelizador del cristianismo y, posiblemente, la persona que tiene la mayor responsabilidad en la expansión de esa religión fuera de sus raíces judías.
No es nuestra intención compararnos con San Pablo (todo lo contrario) ni equiparar su conversión con nuestra reciente aceptación del Bitcoin y las criptomonedas como una opción transaccional válida y como repositorio de valor. Pero, luego de mucho analizar el tema, nos hemos convencido, sin necesidad de ir a Damasco y caer de nuestro caballo mientras perdemos la visión, que detrás del Bitcoin, y de las criptomonedas en general, hay una tesis válida de valor y de transaccionalidad que trasciende y se sobrepone a esa visión de moda tecnológica pasajera.
Nunca hemos dudado de la utilidad del blockchain como registro electrónico con un alto grado de fiabilidad. La tecnología tiene el potencial de reducir sustancialmente los costos transaccionales y fomentar la transparencia; no en vano un número creciente de voces pide que los Estados, en sus contrataciones, adopte el blockchain para optimizar la ejecución de programas y minimizar la corrupción. Nuestra mayor inquietud radicaba en la percepción de las criptomonedas como guardas de valor que llevarían a las monedas “fiat” a la irrelevancia.
Confieso que la percepción de valor de un Bitcoin tenía, para mí, un cierto resabio de estructura piramidal, de una suerte de juego de sillas musicales donde esperábamos que la música acabara para ver quién se había quedado parado. Y aunque en algunos casos ha sido así, en los últimos meses nos hemos abierto a la narrativa de degradación del sistema monetario, con su consiguiente destrucción de valor que resulta de una emisión descontrolada sin una contraprestación en bienes y servicios y que ha contribuido al rebrote inflacionario que vemos generalizado en las economías mundiales.
Bajo esta óptica, una moneda “fiat” que puede ser emitida a voluntad está expuesta a perder valor rápidamente, por lo que tiene más sentido migrar hacia alternativas que no son tan vulnerables a la toma de decisiones no fundamentadas objetivamente. Y si estas alternativas están basadas en criptografía de última generación, pues tanto mejor. Por otra parte, para que una moneda (fiat o no) sea un repositorio de valor, debe ser considerado un refugio, una opción adonde una persona común iría si todo lo demás se derrumba (como, por ejemplo, en octubre de 2008). Esto demanda una mínima volatilidad, porque no puede ser un refugio un activo con variaciones diarias que pueden llegar a 30% hacia cualquier lado. El Bitcoin no está allí todavía, pero su creciente adopción pudiera catalizar variaciones de precio menos abruptas – o al menos eso pensamos.
En definitiva, las criptomonedas parecieran estar entrando en una etapa distinta, y ya no se pueden desestimar como una moda pasajera. La presencia de la inflación (que se creía dominada), la creciente polarización política y el incremento en la masa monetaria mundial por los programas de apoyo durante los meses iniciales de la pandemia (antes) y por la expansión de los programas de seguridad social en países como Estados Unidos (ahora), sostienen una narrativa de destrucción de valor por parte de los sistemas monetarios existentes y una reconsideración del rol de una moneda descentralizada y criptográficamente fiable, que cada día va sumando aplicaciones de valor agregado (como aplicaciones de Finanzas Descentralizadas, “DeFi”).
Al final, como una profecía autocumplida, las criptomonedas ganarán prestigio y preponderancia, y serán un medio monetario de importancia. Y eso sin contar que la utilidad de las criptomonedas aumentará en proporción a su adopción. Sin duda, son tiempos interesantes, que demandan un cambio interno de paradigma como el que Jesús (quien pronto está de cumpleaños) causó en Saulo de Tarso un día que éste se dirigía a Damasco a perseguir cristianos.
Para cuando escribimos estas líneas, estamos a dos semanas de que 2021 termine. Este año fue muy duro y difícil, con una pandemia que lejos de amainar pareciera arreciar con las nuevas variantes, y una población exhausta y diezmada. Pero, desde esta tribuna vemos el vaso medio lleno: fue un año donde cumplimos con todos los retos que se presentaron, y, llegado este diciembre, estamos aquí.
Desde Veninca, y desde Apuntes de una Cuarentena, deseamos que ustedes, los lectores, puedan pasar unas fiestas descansadas y que ese descanso les permita afrontar lo que sea que 2022 nos depare.
@VzlanaF