Juan Antonio Sacaluga: Los riesgos que afronta la izquierda milenial chilena

Compartir

 

El Chile más progresista y esperanzado celebra el triunfo de Gabriel Boric, 35 años, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del pasado domingo. Con casi un 56% de los votos, ha aventajado al candidato de la ultraderecha, José Antonio Kast, en 12 puntos. Una victoria suficiente, a simple vista. Pero las fuerzas conservadoras consiguieron casi la mitad de los escaños en las elecciones legislativas paralelas. Boric no lo tendrá fácil. Todo lo contrario. El camino estará plagado de riesgos.

1) Las fuerzas resistentes al cambio son muy poderosas. En Chile, como en otros países de la región, están bien organizadas y disponen de numerosas palancas para sabotear el cambio que el candidato izquierdista promete con entusiasmo. No es alentador, que cuatro de cada cinco chilenos haya decidido votar por alguien tan ultra como Kast, pese a sus modales suaves. Su exoneración de las barbaridades represivas de la era Pinochet resulta injustificable. Pero su adhesión a las políticas económicas neoliberales de los setenta en adelante es mucho más perversa, porque deja bien a las claras la voluntad de la derecha chilena de no renunciar bajo ningún concepto a sus privilegios, aunque para ello hubiera que confiar el encargo a un ultraderechista confeso.

Es imposible no recordar que la experiencia socialista democrática de Salvador Allende fue saboteada desde dentro y desde fuera, bajo la inspiración, la financiación y la presión de empresas multinacionales norteamericanas con el beneplácito del gobierno Nixon. Posteriormente, los gobiernos de centro de la Concertación fueron tolerados por esos poderes, porque nunca se atrevieron a tocar elementos básicos de la muy desigual estructura social del país.

Ahora, tras la explosión social de 2017, liderada por los estudiantes, y la emergencia de una nueva generación de dirigentes izquierdistas que estaban entonces a final de la veintena, se presenta una oportunidad de abordar la gran asignatura pendiente de la democracia restaurada: la justicia social.

2) La cohesión del electorado de Boric no es sólida. La generación de milenials que se desencantaron con las insuficiencias de la Concertación exigirán resultados claros y no a mucho tardar. La constelación de partidos de la izquierda rebelde o revolucionaria no es de naturaleza paciente. Las promesas de Boric, acuñadas en su eslogan electoral de referencia (que Chile, cuna del neoliberalismo, sea ahora también su tumba) es un reto muy grande, que atenta contra intereses duramente pertrechados en el mundo de los negocios chilenos, con sólidos vínculos internacionales.

El mensaje tranquilizador de las últimas semanas del propio Boric puede empezar a generar dudas y hacer temer que, a la postre, el candidato izquierdista ha empezado a comprender que algunas de sus radicales propuestas sociales deberán esperar o ser templadas en pactos con un Congreso dividido. Su mensaje, en la misma noche del triunfo electoral, de gobernar “para todos los chilenos” suena demasiado a un político del sistema, centrista o, como mucho, socialdemócrata, y no a ese izquierdismo del que procede. La decepción de sus partidarios más próximos puede empezar a manifestarse muy pronto, si se confirma esa senda de moderación. En el retoque de su programa de gobierno ya empieza a ser visible.

3) Las masas sociales que más necesitan un cambio profundo siguen alejadas de las urnas, aunque Boric haya podido atraerse el voto de amplios sectores que en la primera vuelta optaron por la abstención. La participación aumentó en un millón de votos, pero sobre en todo en las zonas urbanas de clase media o media-baja. La población más pobre no cree en la democracia, porque no ha resuelto sus problemas. Para esas clases populares, Boric no es uno de los suyos. Es probable que ni siquiera hayan escuchado en verdad su mensaje.

4) El electorado moderado de izquierda que ha votado a un candidato más radical de lo que hubieran preferido ha actuado con el único propósito de cerrar el camino al ultraderechista Kast. Boric era consciente de esa oportunidad y ha jugado esa carta a fondo desde que se planteara el desafío binario tras la primera vuelta. Algunos dirigentes socialistas ven en el que será el presidente más joven de la historia de Chile un mal menor, algo inevitable pero no deseable. Más que la vía griega, se piensa en la experiencia española. En el primer caso, Syriza, propulsada por un apoyo en su día mayoritario, se elevó contra todos, incluida la socialdemocracia griega, partícipe del desastre. Podemos, en cambio, aceptó su condición de fuerza secundaria y aceptó un pacto con los socialistas, que se mantiene pese a las dificultades y desencuentros. Está por ver si el socialismo chileno, históricamente dividido en facciones y corrientes, favorece una convergencia con esta izquierda generacional.

5) Los antecedentes regionales son poco venturosos. Entre 2005 y 2015 la izquierda tuvo la oportunidad de corregir la correlación de fuerzas sociales en América Latina, en parte, porque se pudo armar una cierta complicidad entre vecinos de similares sensibilidades. Pero aquella alineación favorable acabó con el fracaso del peronismo populista en Argentina o el boicoteo escandaloso del mandato del gobierno brasileño de Dilma Rousseff, urdido por una derecha tan indecente como la chilena.

Ahora, se vuelve a dibujar otro ciclo progresista. Boric tiene al otro lado de los Andes a un vecino con el que puede entenderse, pero este último peronismo argentino esta descosido y desunido, asfixiado de nuevo por la deuda y acosado por la inflación. En Perú, también ha ganado un izquierdista ajeno al politiqueo de Lima, pero Pedro Castillo bastante tiene con resistir la conspiración de una derecha que nunca aceptó su triunfo y cuyo bloque más estrecho de apoyo adolece también de cohesión. Honduras es otra referencia más lejana pero esperanzadora. En Colombia y Brasil, las encuestas auguran buenas perspectivas para Gustavo Petro y, otra vez, para Lula Da Silva, pero las fuerzas inmovilistas echarán el resto.

6) La administración Biden (con un Congreso dividido y los republicanos cada vez más radicales) estará más interesada en forzar un cambio en Venezuela y continuar con la presión sobre Cuba, y no en contemplar las experiencias socialistas con neutralidad. En el anterior ciclo progresista, el liderazgo político norteamericano pese a no ser afín, tampoco se mostró demasiado hostil, o menos hostil de lo habitual. La derecha regional no conectaba con Obama. Cuando Trump llegó a la Casa Blanca, los vientos ya habían cambiado en la región.

En fin, Boric va a necesitar mucha suerte y una inteligencia política no basada en la experiencia sino en la intuición y en la lealtad de las fuerzas que motivaron el cambio de hace unos años. Los tres pilares de su programa: la subida del salario mínimo, el fortalecimiento de los servicios sociales y un sistema público de pensiones que garantice un retiro digno y universal no sería una propuesta revolucionaria en Europa, pero constituye un peligro para los egoístas pudientes de cualquier país latinoamericano. El primer paso para abrirse paso será que la Asamblea Constituyente concluya sus trabajos con una nueva Carta Magna que entierre definitivamente el legado del dictador. El otro pinochetismo, ese que con guantes de seda ha estado de nuevo a punto de atenazar al país, se encuentra agazapado, a la espera de recibir instrucciones de quienes lo manejan para hacer fracasar la esperanza.

 

Traducción »