No existe la Navidad ideal, solo la Navidad que usted decida crear como reflejo de sus valores, deseos, queridos y tradiciones. Bill McKibben.
Para buena parte de nuestra gente, este es un diciembre maluco, e inconmensurablemente triste por los estragos de una implacable pandemia que en lugar de alejarse muta y mata sin distingo social, y para darle más duro a la realidad, allí está la siempre presente la ruindad y todo cuanto encierra este régimen que no descansa en su aplicación de política de guerra de tierra arrasada, con la seguridad alimentaria; el resguardo de la salud; la capacidad adquisitiva, y la tranquilidad del pueblo venezolano….
Y este día resulta apropiado para recordar que una situación muy similar se vivía hace 2022 años, en el contexto en el cual Jesús llegó al mundo. En aquel entonces, un ejército pretoriano de ocupación, inmisericorde, y despiadado, además de la arrogancia de un tal Herodes, se las puso harto difícil a esa pareja, que cansada por ese obligado andar – recuerdan el asunto del censo- sin recursos pero llena de fe y esperanza, llegó a donde les condujo sus pocas fuerzas y su perseverancia.
¿Casualidad; cosas de Dios? Allí está la historia o el relato, es asunto de fe personal. Pero sin duda, ha quedado indeleble ad infinitum, desde ese 24 de diciembre…o 25… poco importa la imprecisión de la fecha o del lugar del nacimiento de Jesús, pues en ningún modo disminuye la importancia de celebrar su nacimiento. Aunque no sepamos a ciencia cierta ni lugar ni hora ni año, si aquel renombrado censo coincidió o no con su nacimiento, o bien si era o no invierno, pues la inclemencia del tiempo hubiese impedido la visita de los pastores. A pesar de tantas incertidumbres históricas, resulta innegable que su entrada en la Humanidad, transformó para siempre nuestro destino.
Por difícil que nos resulte, el mensaje de ese ser de bondad, de inmensa misericordia, que vino a ofrendar su vida por todos nosotros, puede servirnos como firme y ejemplar referencia para sacar las fuerzas y el imprescindible valor, para emprender, y ante la inclemencia que se nos presente y tantas veces sean necesarias, las tareas que cada uno de nosotros debe realizar, para lograr el rescate de nuestras costumbres y moral cristiana, tan disminuidas en estos tenebrosos tiempos.
Y no es cuestión de la ausencia de gaitas, patinatas, tumbaranchos, whisky o buenos vinos; ni del “aguinaldito chucuto” o la hallaca disminuida, pues así como María y José se vieron colmados de gracia en aquel vetusto y frio pesebre, así nosotros, como Nación, con fe, constancia y perseverancia, podremos alcanzar la luminosidad no de una estrella fugaz sino de toda una constelación que espera por nuestra orientación, decisión y acción.
Como tampoco de melancolía o de resentimiento ante el paso inexorable del tiempo, se trata tan sólo del reclamo ante la indiferencia por la pérdida de nuestras tradiciones (ese conjunto de patrones culturales conformados por valores, atavismos y creencias) que nos dieron una sana identidad.
Recordemos que la palabra tradición viene del latín traditio que viene del verbo tradere, que significa entregar. La Navidad significa nacimiento, y su símbolo es una estrella, una luz en la oscuridad que sirvió de guía a buena parte de la Humanidad; la Navidad es la ansiosa espera de los niños que escudriñan la noche y nos devuelven por unas horas la perdida inocencia.
Apreciado y consecuentes amigos: si la solidaridad y la preocupación por el bien de los demás siempre tienen que estar presentes en la vida de nuestra sociedad, con más razón deben estarlo en estas fechas, a pesar de lo difícil que resulta llegar a ponernos de acuerdo, a pesar de las brechas existentes, que nos parecen infranqueables.
Que en esta Navidad renazca todo lo bueno, que renazca lo mejor de cada uno de nosotros y la luz de la esperanza se transforme en una maravillosa realidad.
Sociólogo de la Universidad de Carabobo. Director de Relaciones Interinstitucionales de la Universidad de Carabobo.