Luis Barragán: El memorándum de Oteyza (o Betancourt, el irrenunciado)

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Puede decirse que tenía urgencia de lo mediato, siendo tan importante la posteridad como el presente con el cual la modelaba. De ello, se percató el cineasta Carlos Oteyza, quien se atreve con Rómulo resiste (2021), desafiando una cierta tradición del vituperio que convirtió al guatireño en un monstruo, aunque paradójicamente otros, autores y cultivadores de la especie, la han superado con creces en esta centuria del oprobio.

En la reciente versión fílmica concurren las viejas escenas y el testimonio de los especialistas que el país está conociendo progresivamente por sus renovados esfuerzos académicos, con el natural reemplazo de los más antiguos, siendo imposible acusarlos de filobetancuristas (o filobetancourtistas). Hábilmente, el director ilustra las escasamente exploradas vicisitudes del sector medio de la población de entonces, a través de su hermano Ernesto, dibujando esencialmente a un líder político sonriente y querendón, gratamente acogido por la gente, colocando más el acento en el imparable inaugurador de obras que en la víctima de un realísimo atentado a minutos o segundos de consumarse.  Sin embargo, como toda pieza artística que sea tal, la película luce extraordinariamente sugestiva y, por lo pronto, trae al tapete dos rasgos que permiten contrastar al estadista, en la prolongada época en la que los hubo, con el dirigente promedio de hoy.

En Rómulo Betancourt hubo jefatura política, cuya determinación y firmeza le permitió navegar a contracorriente, mientras otros vacilaban, pues, enfrentó corajudamente la violencia descarada de derecha e izquierda, mientras que un Arturo Uslar Pietri, por ejemplo, pronunciaba un discurso tan ambiguo y oportunista en el Congreso que debatió los trágicos sucesos del Porteñazo. Intentamos escrutar el rostro del jefe político de recio carácter, en las fotografías de los días de su segundo gobierno, y nos parece el mismo del curioso retrato que le tomaron devolviéndose a palacio, con cigarrillo en mano, publicado al ascender por vez primera al poder (Élite, Caracas, nr. 1047 de 1945).

Igualmente, con él hubo gobierno, ya que esa contención del golpismo y del guerrillerismo isleños, importados desde República Dominicana y Cuba, no le impidió cumplir con un honesto desempeño gubernamental que se tradujo en obras de servicio público, sanidad, escuelas, vialidad, entre otros aspectos, por no mencionar la exitosa política y diplomacia petrolera, demostrada aún en la prensa escrita que le adversó. Otra fotografía, de levita y pumpá, en la que está con Carlos Andrés Pérez, por cierto, quien modificó diez años más tarde la vestimenta y protocolo de Estado, parte de la colección de José Agustín Catalá, nos transmite la convicción del cumplidor fiel de una extensa de y variada agenda de trabajo que no se conoce en el siglo XXI, en el que el poder es goce e irresponsabilidad.

Resistió y no renunció el ahora desconocido Betancourt, como demasiado se ignora la cantidad y la calidad de los líderes civiles que construyeron una vida, la republicana, ahora a punto de perderse. El pedagogo Oteyza nos pone en solfa con una persona y una experiencia a considerar, quizá una manera de advertir que toda transición poscomunista en Venezuela no será nada fácil.

 

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