Lo que se presagia para 2022 en el ámbito internacional regional, no es nada bueno. El retorno de la “marea rosada” de gobiernos izquierdistas populistas al poder no ayudará a la causa democrática continental y menos a la venezolana.
El año 2022 ya se perfila favorable para los gobiernos populistas del siglo XXI y en especial para las dictaduras, como las de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Aun cuando la mayoría de los países latinoamericanos se habían tornado en democracias para fines del siglo pasado, luego de superar décadas de gobiernos dictatoriales de derecha, con el comienzo de este siglo hubo un cambio de orientación, y empezó a desarrollarse lo que se llamó “la marea rosada”. Los pueblos de diferentes países comenzaron a elegir gobiernos populistas de izquierda. Al centro de esto Chávez y Lula, y por detrás Fidel Castro- los tres hombres claves del Foro de São Pablo-.
El avance de esta “marea rosada” permitió redefinir el contexto internacional de la región. En específico, estos gobiernos populistas de izquierda crearon sus propias organizaciones multilaterales, como UNASUR y la CELAC, así como otras más relacionadas con Venezuela, como han sido PetroCaribe y la ALBA. Además, intentaron socavar a la OEA y trajeron a la palestra internacional regional a la Cuba castrista.
Estas organizaciones se vinieron a menos con la salida de los líderes populistas del poder. Primero fue Cristina Kirchner en Argentina en 2015 y el último Rafael Correa de Ecuador, en 2017. Este cambio de la correlación de fuerzas en lo internacional facilitó entre otras cosas que, en el caso venezolano, el gobierno interino que preside Juan Guaidó fuera reconocido globalmente por más de 60 gobiernos, incluso obtuviera un puesto en la OEA.
Pero este contexto ha venido cambiando, Cristina Kirchner ha vuelto al poder, ahora como vicepresidente, y la apertura democrática en Bolivia fracasó; por otro lado, el nuevo gobierno del Perú restableció relaciones con el de Maduro y el importante Grupo de Lima esta muerto o al menos en capitis diminutio; más recientemente un presidente que se define como de izquierda ganó las elecciones en Chile.
Pero si lo anterior no es nada alentador, lo que terminará de definir el marco internacional en la región serán las elecciones de Colombia en mayo y las de Brasil en octubre. Sin duda un triunfo del exguerrillero Gustavo Petro en Colombia y el de Lula en Brasil, ahora expiado de toda acusación de corrupción, cambiaría el panorama latinoamericano de una forma radical. Con esta nueva correlación de fuerzas los avances obtenidos en lo internacional en cuanto a la lucha por la democracia, que ya estaban menguando, se debilitarán aún más
Por su parte, EE.UU., pivote y principal promotor de la defensa de la democracia continental, parece haber perdido fuelle. La doctrina del presidente Lyndon B. Johnson de “No más Cubas”, en el continente, es sin dudas algo démodé. Ya vamos por tres, lo que muestra el fracaso de la estrategia internacional de EE.UU. hacia la región.
La política un tanto timorata de los estadounidenses hacia la América Latina, se puede definir en el mejor de los casos como de contención pasiva, aunque quizás un poco más activa durante la administración de Trump; y no presagia nada bueno para la lucha por la libertad que se libra en Venezuela, Nicaragua o Cuba, ni para contener la expansión de la influencia de la izquierda en general y de Cuba en particular en la región.
¿Volverá el eje La Habana –Brasilia- Caracas (que ahora incluiría a Bogotá) a tomar el liderazgo en la región? Todo parece indicar que esto, más que una posibilidad es una probabilidad … y nada despreciable.