Isabel Pereira Pizani: La vieja historia de víctimas y culpables

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En Latinoamérica se debaten dos narrativas, no se trata de demócratas contra delincuentes. En lo más profundo se trata de la confrontación de dos miradas, las que saben que no hay mejoras civilizatorias sin crecimiento económico y gobierno de la ley, frente a los que creen que la historia del mundo es un thriller de víctimas y culpables, donde las víctimas son los trabajadores y los culpables los empresarios, los que producen y curiosamente los que crean trabajo y más riqueza. Hay que tratar de entender cuál de los discursos esta más cerca de la gente que va a las urnas electorales y periódicamente elige, muchas veces a aquellos que les hacen promesas incumplibles.

Si vemos el discurso de los que prometen el paraíso sin esfuerzos, podemos toparnos con sus ideas claves, la primera es asentar la noción de la existencia de una gran confrontación: “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otra franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes”. Según reza el Manifiesto Comunista: “La sociedad está dividida, la separación enciende el motor del cambio social que no es otro que ‘la lucha de clases». Burgueses y proletarios, dos fracciones de la población del mundo inexorablemente enfrentadas, como predica Carlos Marx. Su discurso parte de reconocer que la gran transformación del mundo es realizada por una nueva clase: la burguesía, autores y culpables a la vez de todos los cambios de la humanidad, capaz hasta de suplantar la fe religiosa: «Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre a sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas. Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas.  Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.  Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación”.

Y aquí la más graves acusación contra la burguesía: “Despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia. La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares”.

De forma contradictoria acusa a la burguesía de develar la holgazanería dominante en la edad media y por esa vía descubre la fuerza insustituible del trabajo y de las relaciones de producción. La burguesía expande la producción y esto obliga buscar nuevos mercados. Marx acusa a la burguesía de destruir las industrias locales y nacionales, llega con sus productos hasta lo que denomina “los pueblos más salvajes”.

“La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta a otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones”. La tesis comunista es una denuncia contra la burguesía que expande la producción, abre nuevos mercados sin necesidad de ir a la guerra y sobre todo implanta el surgimiento de un nuevo dogma: la productividad como creadora de riquezas, por ende, si los beneficios de la expansión no quedan en manos de los trabajadores allí se genera un acto de explotación, surge una víctima. A  pesar de concebir la dinámica de expansión de la capacidad productiva de las sociedades implantada por la burguesía, este hecho -acusa Marx- es un acto resultado único de la actividad del trabajador, a partir de ese momento, trastocado en  víctima de explotación por parte de los burgueses (capitalistas) que azuzan los procesos de modernización de la actividad productiva, instauran la propiedad privada frente al salvajismo, proponen la ideas sobre qué y cómo producir, abren nuevos mercados y llegan al mundo con sus productos nuevos en una oferta pacifica sin necesidad de cortar cabezas y derrotar gobiernos, a través de ese magnífico acto civilizatorio como es el comercio.

De un plumazo los héroes de la transformación del mundo, los burgueses, que bien define Marx como autores de la transformación planetaria de la economía se trastocan en grandes delincuentes de la humanidad porque -y aquí hay un salto incomprensible en el relato comunista- toda la riqueza que disfrutan los burgueses, es producto de un miserable acto de explotación ejecutada contra el trabajo de la parte más débil de la relación “el trabajador”.

Este relato en verdad resulta totalmente seductor, la burguesía empuja el crecimiento del mundo, el renacer de la ciencia a favor del bienestar humano, se derrotan las grandes pestes, se pude acceder en cualquier parte a los bienes y servicios generados por el proceso productivo, alentado por los emprendedores, a pesar de esos logros históricos Marx los califica de “bribones”. Acusados de robar el beneficio generado por los nuevos productos que curiosamente han sido creados, concebidos y materializados por “los emprendedores o empresarios”. Una gran tarea que en lugar de enemigos solo pueden existir bajo relación de colaboración, esfuerzo común para poder satisfacer y responder a las aspiraciones de la gente en cualquier parte del planeta tierra.

Es el momento de madurar y terminar con esta visión caricaturesca del mundo, no hay bienestar sin crecimiento económico, el aumento de la esperanza de vida se ha triplicado en el mundo. En 1900 se estimaba en 23,6 años para las mujeres y 23,5 años para los hombres, para el periodo 2015-2020 es de 82,1 mujeres y 77,3 para los hombres, esto porque hay más y mejores alimentos, medicinas, tecnología, más capacidades de personal de salud. En 1918-1920 la gripe española mato alrededor de 50 millones de personas, en 2021 las cifras de covid muestran 5,3 millones muertes. Si la economía no crece, no hay recursos para invertir en saneamiento, agua potable, electricidad, cloacas, carreteras, mejores alimentos, investigando en salud e invirtiendo y si los responsables de los procesos productivos “los trabajadores” no tienen cada vez más y mejores condiciones de vida nunca viviremos mejor.

En ninguna parte del mundo las mejoras han sido producidas por estados totalitarios como los que proponen Maduro, Ortega, Alberto Fernández, Díaz Canell y ahora Gustavo Petro en Colombia. No es el Estado poderoso lo que permite avanzar, es la responsabilidad de las personas en capacitarse, trabajar y forjar mejoras, una condición u obligación que es igual para trabajadores y empresarios, que anula la lucha de clases y que debe ser acatada por sus gobiernos como institución al servicio de los ciudadanos en todas sus situaciones, categorías y aspiraciones.

Piensen en Barinas al momento de elegir ¿que vale más, seguir entrampado en la vieja historia disfrazada de oferta populista-chantajista o el valiente deseo de mejorar nuestras vidas con nuestra participación y esfuerzo?

 

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