Parece que 2022 se caracterizará por una gran divergencia de políticas monetarias entre los principales bancos centrales occidentales, que apuestan por la retirada de estímulos ante las presiones inflacionistas, y los de Oriente, preocupados por la debilidad de la demanda.
El año pasado no fue uno fácil, a pesar del fuerte apoyo fiscal y monetario a las economías afectadas por la pandemia, sobre todo en el mundo occidental. Dicho apoyo ha permitido que las economías de Estados Unidos y Europa crezcan por encima de su potencial en medio de las repetidas oleadas de Covid-19 y las restricciones de movilidad relacionadas, aunque fuesen menos severas que en 2020.
Por otra parte, el mundo emergente creció en 2021 por debajo de su potencial, debido a las limitadas políticas de estímulo y a las restricciones de movilidad aún más rígidas que en Occidente, dadas las todavía bajas tasas de vacunación contra el SARS-CoV-2.
China es un caso intermedio, en el sentido de que su economía consiguió crecer con fuerza a principios de 2021 gracias a las exportaciones y a la elevada movilidad interna, lo que permitió que sus fábricas abrieran antes que las de otras economías. El elevado crecimiento en el primer semestre de 2021 ofreció el margen necesario para retirar los estímulos fiscales y monetarios y controlar aún más el excesivo apalancamiento de las empresas, manteniendo al mismo tiempo un férreo control de sus fronteras a través de su política de “cero Covid”.
En este contexto, el tramo final de 2021 nos ofreció un panorama muy diferente. China sufrió una desaceleración económica muy rápida en la segunda mitad del año pasado, en realidad mucho más rápida que en EEUU o Europa. La debilidad de la demanda interna china ha sido la principal razón por la que el rápido aumento de los precios de producción aún no se ha trasladado al índice de precios al consumo en China, como sí ha ocurrido en EEUU.
«China sufrió una desaceleración económica muy rápida en la segunda mitad del año pasado, mucho más rápida que en EEUU o Europa»
En este sentido, los retos de la Reserva Federal o incluso del Banco Central Europeo (BCE) son muy diferentes a los del Banco Popular de China (PBOC), para el que la inflación es un problema menor que la falta de demanda interna. En el caso del Banco de Japón, las presiones deflacionistas son tan intensas que, incluso con los continuos problemas de atasco en las cadenas de suministro, los precios al consumo en Japón solo crecieron un 1%.
Esta divergencia económica en la posición de partida de los principales bancos centrales occidentales frente a los orientales es la razón de lo que se convertirá en el gran desacoplamiento de las políticas monetarias a lo largo de 2022. De hecho, la Fed ha comenzado a reducir su balance, y a un ritmo más rápido de lo que el mercado esperaba en un inicio. Por si fuera poco, en su última reunión de hace unas semanas se comenzó a formar un consenso para llevar a cabo al menos dos subidas de tipos de interés en 2022.
El BCE, por su parte, aunque más cauto en cuanto a la amplitud y velocidad de su retirada de liquidez, también se mostró más agresivo en su última reunión de lo que muchos hubieran esperado, impulsado por una inflación cada vez más elevada y generalizada en la zona del euro.
En el otro extremo del espectro, el PBOC comenzó a recortar su coeficiente de reservas bancarias hace un mes, después de un paréntesis de unos cinco meses desde el primer recorte. Además, recientemente el PBOC recortó su tipo de interés de referencia para préstamos en cinco puntos básicos, y se esperan nuevos recortes del coeficiente de reservas, junto con un impulso fiscal en el ámbito de las infraestructuras.
«El aumento del coste de la financiación debido a la retirada de los estímulos monetarios en Occidente podría frenar aún más el crecimiento económico»
Por último, en su última reunión, el Banco de Japón dejó muy claro que no tiene intención de seguir los pasos de la Reserva Federal y que, por tanto, mantendrá el tamaño de su balance y, en general, su política monetaria ultraexpansiva hasta que la inflación alcance el objetivo del banco central, es decir, el 2%.
Dicho esto, parece que 2022 se caracterizará por una gran divergencia de políticas monetarias entre los principales bancos centrales occidentales y los de Oriente. Este desacoplamiento monetario tiene importantes consecuencias: el aumento del coste de la financiación debido a la retirada de los estímulos monetarios en Occidente podría frenar aún más el crecimiento económico. Esto es muy problemático teniendo en cuenta la reciente evolución de la variante ómicron en términos de reducción de la movilidad tanto transfronteriza como nacional.
Por otra parte, un mayor coste de la financiación en Occidente, y sobre todo en EEUU, debería atraer el apetito de los inversores internacionales aumentando los flujos de cartera hacia EEUU y apoyando un dólar fuerte en comparación con el yuan y el yen.
De forma más general, parece garantizada una mayor volatilidad de los tipos de cambio para 2022 sobre la base de esta divergencia de la política monetaria. En definitiva, no parece que este año vaya a ser más tranquilo que 2021, y no solo por los efectos de la pandemia, sino también por el gran desacoplamiento de las políticas monetarias entre Occidente y Oriente.