Las variables económicas y las tendencias geopolíticas indican que la región Latinoamericana marcha lenta pero seguramente en dirección de la decadencia económica y geopolítica. En efecto, las cifras que aportan tanto las agencias de estimación de riesgo político como los organismos multilaterales económicos y financieros señalan un lento pero seguro declive de la región en materia de desarrollo que debería ser objeto de exhaustivos análisis situacionales. La prensa y los comentaristas internacionales, sin embargo, se han concentrado hasta ahora en la dimensión político/electoral de América Latina. El Análisis es monopolizado por las predicciones electorales en Brasil y Colombia, países que junto con Costa Rica llevarán a cabo elecciones presidenciales. Pero la lectura de las tendencias de opinión que marcaran estos procesos será siempre incompleta si no se complementa con la fotografía económica social que de manera callada cubre estos procesos.
En efecto, el apoyo de los pueblos latinoamericanos a los sistemas democráticos va a depender de cambios profundos en el entramado institucional de América Latina. Ese entramado que fuera diseñado durante la conquista española para extraer renta del vasto territorio regalado a España y Portugal por el Papa Alejandro Vi. La extracción de renta se asienta en dos pilares. El primero es el control de la libertad y el segundo es la exclusión de amplios sectores sociales de la participación en los beneficios que genera la creación de riqueza. Esto explica que América Latina exhiba el dudoso récord de contar con inmutables índices de GINI. El índice de Gini mide la igualdad en la distribución del ingreso en un país. Es una puntuación entre 0 y 1, donde 0 representa la igualdad perfecta y 1 representa la desigualdad perfecta. América Latina lleva décadas si no siglos con un índice de aproximadamente 0.5. Y las grandes mejorías en este indicador clave de participación económica solo se han materializado en Chile; Costa Rica y la República Dominicana. Brasil, Colombia y México continúan presentando magnitudes por encima del 0.5. Esto significa que más de la mitad de la población tiene obstáculos institucionales para participar en la creación de riqueza. Y mientras esta situación continúe habrá pocos estímulos para quienes desean beneficiarse del proceso de desarrollo para apoyar los regímenes democráticos.
A este peso muerto que significa la ausencia de estímulo para crear riqueza se añade algo peor. Los monopolios concedidos desde la colonia a los empresarios latinoamericanos por los gobiernos les han hecho muy ricos, pero les han fosilizado el talento innovador. Por ello, poquísimos pueden competir con éxito en el resto del mundo y cuando lo hacen terminan vendiendo los emprendimientos a empresarios locales sin realmente haber logrado romper la barrera de los 100 millones de dólares americanos o recuperar la inversión.
Desde el punto de vista del crecimiento solo Panamá; Chile; Perú (a pesar de la coyuntura política) y la República Dominicana rompieron en el 2021 la tendencia depresiva que se instaló en sus economías el Covid19.
Y la fresa en este helado de depresión regional es la capacidad de las economías Latino Americanas para recibir la inversión privada extranjera que va a rehacer la cadena de valor global. Apartando México que recibirá inversiones por estar su economía vinculada a la de Estados Unidos- y para nadie es un secreto que las empresas norteamericanas están sacando tareas de producción de China y relocalizándolas en México- solo La República Dominicana; Costa Rica; Chile; Colombia y Uruguay recibirán este tipo de inversión. Y suponiendo que estas economías aprovechen esta inversión para desarrollarse, su contribución al crecimiento de la economía mundial solo será de un poco más de medio trillón de dólares US. Hoy esa economía factura 94 trillones de dólares US. Bajo estas condiciones lo único que se avizora en el horizonte Latino Americano es involución.