En una recepción dada por el príncipe ruso, Gregorio Potemkin en San Petersburgo en honor de la Emperatriz Catalina, el 1 de abril de 1791, el mayordomo de palacio suministró 16.000 bujías de cera para la iluminación de los salones y se dice que, además, se compró en Moscú cera por valor de 70.000 rublos con el mismo objetivo. El jardín de invierno, que era seis veces mayor que el del palacio imperial, tenía césped artificial, caminos enarenados, incontables árboles frutales, aunque los frutos colgados en algunos de ellos eran de cristal y de cera, ramilletes de jazmín, grutas con espejos, un surtidos de agua de lavanda y un obelisco esmaltado de cristales y piedras preciosas; entre las ramas se veían nidos con pajaritos cantores y sobre el césped grandes recipientes con peces dorados, y finalmente, un templo cuyo techo, sostenido por seis columnas, estaba coronado por una estatua de la zarina. Se distribuyeron entre el pueblo regalos por valor de varios miles de rublos; mientras que los maestros de baile: La Pica y Canziano, recibieron 5.000 y 6.000.
-La residencia imperial de Constantinopla, en la que durante tres siglos fueron los emperadores acumulando riquezas, llego a ser el más fastuoso palacio del mundo, pese a que la muerte truncó los proyectos que a ese respecto tenía Justiniano I -482-565-, Emperador de Oriente.
La pieza decorada con más suntuosidad, en la que se celebraban las grandes ceremonias, era conocida con el muy justificado nombre de Triclinium de Oro. Era una gran sala octagonal, en la que el preciado metal resplandecía, por todas partes… El trono ocupaba al ábside oriental y estaba realzado por algunos peldaños. A un nivel más bajo se hallaba los asientos también de oro, destinados a la familia imperial. En el fondo se elevaba una gran cruz de pedrería y en todo alrededor, se extendía una fila de árboles de oro.
A ambos lados del trono montaban guardia, unos leones, de oro que por medio de un mecanismo oculto, abrían las fauces, rugían y hasta se levantaban amenazadoramente cuando los embajadores u otros personajes admitidos a la audiencia imperial se adelantaban hacia el monarca. Estos autómatas eran obra de un orfebre griego llamado León.
Cuentan que esta aurea y bulliciosa fauna salvo de un grave apuro a uno de los monarcas bizantinos, el emperador Miguel I Rangabeo. Llegó un momento en que las arcas del tesoro se hallaban completamente exhaustas, y, como no se podía acudir a nuevos impuestos, debido a que el pueblo estaba agobiado de ellos, el, soberano echo mano de coger leones y pájaros, los hizo fundir y los convirtió en monedas, tomando no obstante la precaución de reemplazarlos por otros muñecos idénticos de madera y bronce que conservaban el mismo mecanismo.
-La riqueza de la India legendaria era fabulosa en la Edad Media. Cuando los mongoles dirigidos por el terrible conquistador Tamerlán, invadieron este país, después de derrotar a los hindúes que le salieron al paso montados en elefantes, y se apoderaron de Delhi, la ciudad más antigua de la India, toda esta riqueza pasó a manos de los vencedores.
El adorno más deslumbrante del palacio del Gran Mongol, en Delhi, un trono de otro macizo., llamado del Pavo Real. Tenía un dosel cubierto de perlas y diamantes que estaba rematado por un pavo real de oro, cubierto de piedras preciosas, llevando en su pecho un gran rubí, del que descendía, una perla de cincuenta quilates. Cuando el Gran Mongol tomaba asiento en este áureo trono, colocaban ante su rostro una enorme joya transparente, para que su brillo le acariciara los ojos. Doce columnas de oro incrustadas de perlas, sostenían el dosel, y en algunas ocasiones solemnes, por si todo esto fuera poco, se añadía al trono un adorno adicional que consistía en un loro de esmeralda de tamaño natural. Además del trono del Pavo Real, el monarca mongol tenía otros siete secundarios: uno estaba adornado solo con diamantes; otro, con esmeraldas, otro con rubíes, etc. etc.
Gisela Ortega es periodista