Frente a los repetidores de oficio hay que plantear una reapropiación de la política por parte de los ciudadanos. Ello conduciría, qué duda cabe, a un elevamiento de la calidad del debate público, al surgimiento de un contrapoder.
Dicen y repiten todo lo que hace falta para mantener a la población en un estado de somnolencia. Hay que cambiar el desprestigiado concepto de “opinión pública” por el de “atención pública”, pues esta última implica un estado permanente de vigilancia, lo que no significa un estado de exaltación generalizada y permanente, sino de tranquila y consuetudinaria acción de la ciudadanía.
Los cambios hacia una democracia del siglo XXI implican meter el análisis en todos los conceptos, inclusive el de libertad. Hemos venido entendiéndola como la posibilidad de hacer todo lo que la ley no prohíba o lo que no dañe los intereses de los terceros y colectivos o la posibilidad de opinar y de expresarse libremente o de postular o ser postulado a los cargos de elección. La libertad debe implicar la capacidad de organizarse y el de la capacidad de imaginar, pues esta última nos permite convertir la democracia en un campo permanente de crecimiento de la libertad misma. Denominémosla “libertad creativa” que impide la conversión de la democracia en un campo estéril.
Debemos marchar hacia la conformación de un clima cultural distinto, de un medio ambiente externo que permita el acceso de los ciudadanos a la enseñanza y a la práctica de una cultura de principios.
Digamos que existe una base psicológica de la democracia. Se ha llegado a definir la cultura democrática como la orientación psicológica hacia objetivos sociales. Esto es, la cultura política es la interiorización de la democracia y la orientación hacia el bien común. Es lo que se ha denominado la conformación de un carácter nacional democrático.
Si vamos a analizar la cultura democrática hay que analizar el contexto en que se produce. Es decir, a los conceptos de pertenencia y ciudadanía, con obligaciones y derechos, a la revalorización de la cultura como conciencia crítica. Lo que tenemos ahora es “un ascenso de la insignificancia” encarnada en un rechazo creciente de la sociedad a la idea de que se puede cambiar a sí misma.
@tlopezmelendez