Juan Hilario muy sereno persigue a su contendor pero el flaco canilludo era muy bailoteador. Juan Hilario y El Silbón .Domingo García
Las últimas enunciaciones del supuesto agraviado en el caso del diario El Nacional, impregnadas de visceralidad, “ahora voy por La Patilla”, entre otras de igual talante, apuntan a una verdad ineludible en el contexto de la incitación y la hostilidad, advertida por mí por lo menos desde hace una década, hablo de la retaliación judicial bajo el formato de purga política, que en el caso de los presos políticos se ha identificado como linchamiento judicial y que con respecto a Miguel Henrique Otero, porque en última hacía él se dirigió la acción de desagravio, dicha connotación no varía mucho, así lo dejó ver un proceso en el cual la violencia institucional reflejó lo que en Derecho se considera como un acto negativo y ruin que no colabora con el bien común y, por ende, también es motivo de condena: atentar contra las libertades y garantías de los ciudadanos.
Lo anterior nos coloca ante el tema de las restricciones impuestas a la libertad de expresión, a la libertad de prensa. Restricciones no, pues aún quedaría un resquicio para expresarse libremente en el marco de la legalidad, más bien supresión de la libertad de expresión, propósito gubernamental que tiene una explicación sencilla: la valoración negativa de las libertades del ciudadano y eso, no otra cosa, conllevó a desquitarse de Miguel Henrique Otero usando el Poder Judicial en beneficio propio, lo mismo hizo Jesse Chacón en 2005 cuando demandó a Patricia Poleo como medida para evitar que siguiera divulgando verdades sobre el homicidio de Danilo Anderson, en ambos casos el perjuicio personal causado a estas dos personalidades del ámbito comunicacional simboliza la censura extendida a la sociedad venezolana.
El régimen se esforzó en modelar la percepción del caso y hacer pasar inadvertido tan nefasto propósito. Como suele suceder, el parentesco de la juez ejecutora del despojo patrimonial a Miguel Henrique Otero dejó ver que las acciones promovidas no perseguían la obtención de justicia, provenían de una irrupción insidiosa de rencores, que, avivados por la frustración en el esfuerzo sistemático de acallar a El Nacional, terminaron por evidenciar que el demandante sacó ventaja de la posición de su poder sobre las personas para materializar su retaliación.
Si el Poder Judicial, cuyo órgano rector derivó en un bufete, el “Bufete de Dos Pilitas”, como dice el profesor Ángel Zerpa, carece de independencia, muestra palpable de la disipación revolucionaria que se llevó por delante el Estado de Derecho y de Justicia, es lógico pensar que, en ese contexto, la libertad de expresión deba desaparecer como valor democrático de primer orden, tendencia irreversible para el régimen que patentiza una realidad ante la cual se necesitarán estrategias consistentes y contundentes a fin de recuperar lo que parece perdido en los ecos de los lamentos.
Los espantos del llano propiamente no asustan, salvo que usted les falte el respeto, desde tiempos inmemoriales sabemos de ellos y nos han enseñado a ver la perspectiva perniciosa de los miedos, entre más miedo le tenga usted a un espanto tenga por seguro que lo asustará, que digo lo asustará, lo paralizará del miedo, como pretende el régimen con acciones tales como el despojo del edificio de El Nacional y la proyectada sobre La Patilla, por tratarse de un juego con los miedos de la gente, una receta con resultados no del todo favorables, si bien instauran la censura a nivel interno, agrandan el espectro comunicacional de quienes quieren acallar y eso lo vemos en los dos casos aludidos, reforzaron la cobertura, la penetración y alcance de El Nacional y la prestancia de su director-propietario a nivel internacional. Lo mismo pudiésemos decir de Patricia Poleo y de otros comunicadores sociales, como quienes crearon Armando.Info, que se han visto forzados a dejar el país, los ejemplos abundan.
Quizá el accionar doloso de quienes se han erigido en espantos de la revolución pueda asustar, meter miedo, incluso reprimir emociones encontradas o pesares extendidos, pero de ahí a paralizarnos como sociedad hay un trecho largo, de ahí que se acentúe la violencia institucional con un efecto indeseado para el régimen: la debilidades que afloran en el régimen para maquillar las consecuencias de medidas drásticas ejecutadas por los espantos que no causarían ningún pasmo en predios de la CPI y que por el camino que vamos corren el riesgo de convertirse en ánimas en pena, que es como pareciera que quieren ver a Miguel Henrique Otero, por los vientos que soplan se quedarán con las ganas.
El problema, para los espantos, es cuando pierden su esencia, cuando dejan de espantar, de meter miedo, cosa que no sucederá con La Sayona, el Silbón, pero al parecer está sucediendo con los espantos revolucionarios, de ahí la necesidad de actuar juntos, porque solos como que no tienen mayor efecto, por eso los vimos en diciembre y enero en cambote haciendo campaña en Barinas, como queriendo imponerse por su sola presencia, por eso vemos muchas decisiones del TSJ tomadas en Sala Plena, y por eso vimos al Contralor de la Nación prestarse al despojo del edificio de El Nacional, se buscó a su hermana para formar un trío que luciera atemorizador. No podía ser de otra manera, estamos ante una patota con ínfulas de espantos.
El otro problema, para los espantos, es anticipar sus acciones, si algo tienen los espantos de la sabana es que nadie sabe cuándo y a quién se le van a parecer, pero de los que hablamos gritan, vociferan, alardean, amenazan, como si con ello fuese suficiente para no exponerse a riesgos de fracasos, me explico, como si eso fuese suficiente para que la gente se paralice por el miedo como ocurrió con el protagonista de un cuento que el comisario Johan Peña no se cansa de repetir y que da a entender que de espantos no tienen nada aunque les sobre poder y dinero. Ahora bien, hay que tener cuidado, pueda que el espanto no meta miedo, pero eso no quita que pueda engatusar, algo peor que explica el engaño en que aún están muchos y del cual parecieran no querer salir.
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