Estamos a un máximo de 2 años y nueve meses de las próximas elecciones presidenciales. Y digo “un máximo” porque las mismas pueden hacerse en cualquier momento en el año 2024, sin que necesariamente haya que esperar a los primeros días de diciembre. Si el gobierno se siente preparado para la contienda y sabe que las fuerzas opositoras no lo están, con seguridad adelantará los comicios, ayudado por las exigencias de algunos lunáticos que dirán que Venezuela no aguanta más y que las presidenciales deben ser adelantadas. Sabiendo como se sabe, que la actividad que tiene por delante la oposición democrática es gigantesca, por estar fragmentada en una serie de pequeños y numerosos partidos y grupos, este lapso parece insuficiente para que pueda presentarse en su mejor forma a una contienda contra el PSUV. Éste, a pesar de todo el deterioro sufrido y del apoyo popular perdido, sigue hoy controlando por lo menos a un 20 por ciento de los electores.
El partido oficial posee, además, todas las facilidades que le da ser gobierno, algo más que demostrado en este siglo en todos los procesos electorales realizados. Dispone de recursos financieros ilimitados, de todas las instituciones y funcionarios públicos, del abuso y peculado de uso de los bienes estatales, de los poderes públicos del Estado, entre ellos la Contraloría General y el Tribunal Supremo de Justicia; de la FANB y de una Asamblea Nacional y CNE en los que tiene la mayoría. Pero, por encima de todo, tiene a su favor que un 40 por ciento de la fuerza electoral que se le opone, está dirigida por fanáticos irreflexivos muy proclives a las acciones violentas suicidas, tal y como lo vienen haciendo desde hace dos décadas y en forma muy persistente desde hace 8 años. Ésta es la principal y decisiva ventaja del gobierno, como se pudo apreciar en las elecciones regionales.
Desde ya se pueden avizorar los enfrentamientos al interior de la oposición, tanto en la forma de concebir las presidenciales de 2024, como en la selección del candidato unitario, el programa político y económico a presentar y la coordinación de las actividades proselitistas y su financiamiento. La elección puede ser vista como una confrontación a muerte, en la que quien gane acabará con su adversario. O puede ser considerada como un enfrentamiento natural, civilizado y normal, en la vida democrática de todo país, que no implica desaparición del contrario derrotado sino su mantenimiento dentro de las reglas de la vía electoral e, incluso, su participación minoritaria en el gobierno de la nación. Esta disyuntiva será determinante en la posibilidad del triunfo opositor y en la aceptación pacífica del mismo por parte del gobierno de Maduro.
Las prácticas de los sectores extremistas y violentos de la oposición son hasta hoy totalmente sectarias para con el resto de las fuerzas opositoras, a las cuales ni siquiera reconocen. Ya se dejaron ver y sentir con toda su fuerza destructiva en las elecciones regionales, en las que determinaron la victoria gubernamental en unas 14 gobernaciones. Más recientemente, dos partidos de este sector, propusieron la realización inmediata de elecciones primarias para escoger al candidato opositor, pero lo hicieron marginando a la bautizada como oposición democrática, cuya votación total en las regionales fue incluso superior a la del sector extremista. A estos se suman los más radicales del abstencionismo: Vente Venezuela y Ledezma. Su actitud suicida los lleva en este momento a conspirar contra Manuel Rosales, quien luego de su victoria en Zulia y de sus primeras acciones de gobierno, muy sensatas y positivas, por cierto, luce como un candidato fuerte para la Presidencia de la República.
Vistas así las cosas, pareciera que tendremos un gran número de candidatos de distinto tipo, la mayoría sin programas de gobierno y sin respaldo popular importante, y a menos que logren resolver la forma de llegar a un único candidato, que no sea percibido por el gobierno como un confrontador absoluto, el triunfo del PSUV estaría asegurado al atomizarse el voto opositor y al no lograrse la necesaria participación electoral masiva, por no tener credibilidad la convocatoria a derrotar al candidato del PSUV. Así, lo veo venir… Ojalá y me equivoque. Sin embargo, trabajaré intensamente para que esto no ocurra.