Eligio Damas: El Amèrico Martìn que recuerdo y voy a recordar

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Llegué a aquella casa, en lo que llamaban, si mal no recuerdo, San Antonio de la Florida, después de haber abordado dos autobuses. Era el año de 1955, siendo yo estudiante, recién inscrito, del 5to. Año de Ciencias Biológicas del también recién fundado Liceo Carlos Soublette, en Bello Monte Arriba, en el pie del Ávila. El año anterior, el gobierno de Pérez Jiménez, por las persistentes protestas que allí se daban en su contra, había cerrado el Liceo Fermín Toro y, con la matrícula correspondiente al 4to. y 5to años, fundó aquel. En aquella ciudad no tenía ni un amigo, todos ellos se quedaron en Cumaná.

El primer director de aquella escuela secundaria, con sólo 4to. y 5to. años, el profesor Miguel Ángel Mudarra, cumanés como yo, quien a petición de un amigo suyo y de mi hermano mayor, cumaneses también, accedió a darme el cupo, asunto nada fácil, dado el control que en eso tenían desde el Ministerio de Educación  y limitaciones de otra naturaleza, empezando por el poco espacio, pues el local sólo era una de esas viviendas familiares más o menos lujosas y espaciosas para esos fines, como dije, construida al pie del hermoso cerro caraqueño.

Yo había dejado mi ciudad natal, trasladándome a Caracas, en eso que llaman a la buena de Dios, a lo que salga, después de haber aprobado el 4to. año en el Liceo Antonio José de Sucre. Fue ese un ardid mío, estimulado por muchos amigos, para hacer más fácil el acceso a la UCV, la universidad más cercana a nosotros. Dado que, como bien sabe el lector, la UDO nació muchos años después. Fue aquello un error de cálculo, pero que, como todo, sus cosas buenas me dejó.

Era un día domingo, justo el único que tenía libre a la semana, pues el sábado debía dedicarlo por mi expresa disposición, a actividades que me permitían cubrir ciertas necesidades.

Antes de morir, siendo apenas un niño de 10 años, mi padre alguna vez me dijo:

-“Si alguna vez vas a Caracas, busca a mi hermano, tu tío Diego”.

Nunca supe porque mi padre en alguno de aquellos viajes que hacía a Caracas, a ver a mis dos hermanos mayores, hijos de su primera esposa, fallecida tempranamente, nunca me llevó consigo,  tampoco a mis otros dos hermanos, hijos de mi madre. Fue esa una cosa que tuve que entenderla o una interrogante, como tantas, la cual hube de responderme, sin que mediase ninguna explicación de nadie. Y eso fue muy bueno, pues evitó que en mi anidase algún resentimiento.

Por recordar siempre aquello que me dejó encomendado aquel ser humano, del cual guardo los más bellos recuerdos de mi niñez, ese domingo fresco, como eran todos los días caraqueños y más cerca de la montaña, llegué muy de mañana a aquella casa que, dada mi perspectiva y vivencia, era como demasiado lujosa. Estaba rodeada de un bello y cuidado jardín sin rejas ni cerca alguna. Caminé desde la calle por la estrecha vereda que a éste dividía en dos partes, abordé el porche y pulsé el timbre.

-“Buen día joven, ¿Qué se le ofrece?”

Aquella señora que me abrió la puerta, demasiado bien vestida y arreglada para ser un día domingo y estar en casa, según mi perspectiva de muchacho nacido y criado en una aldea de pescadores en Cumaná, debió extrañarle aquel muchacho que aún no había cumplido 17 años y, muy mal vestido, le tocaba la puerta. La imagino ahora pensando en alguien que solicitaba una limosna o alguna manera de ganarse unos centavos.

 -“Buen día señora”. ¿Cómo está usted?, le contesté y pregunté desde dentro de mi mala ropa, pero con la educación y el buen hablar que había adquirido en aquella escuela singular y de alto nivel que era entonces el Liceo Antonio José de Sucre.

Seguí hablando, dada su pregunta.

“Busco al Dr. Diego Damas Blanco. Pues alguien que él bien conoció, antes de morir, me dejó el encargo de visitarle.”

Ahora, justo en este instante, pienso nunca supe o no pude entender el motivo de mi padre al dejarme esa tarea y de esto  hablaré después.

La señora me miró ahora con verdadera atención y hasta sentí que se metió dentro de mí. Por lo menos mi respuesta la cautivó, según pude percibir por la bella sonrisa que pintó su rostro.

-“Muchacho”, preguntó la señora tras su bella sonrisa, ¿y tú quién eres?

-“Soy”, le dije, “el último hijo de un poeta, un Quijote, hermano del Doctor Diego Damas Blanco”.

– “¿Acaso, por casualidad, es lo que estoy pensando ahorita, por lo tanto que le oí a Paco, tú eres su hijo?” Preguntó la señora.

-“Si señora, soy el hijo menor de Paco Damas Blanco y vine a cumplir lo que para mí fue una promesa y compromiso”.

Y eso creí siempre, que mi padre sólo quería eso, que alguna vez fuese a visitar a mi tío y le conociese. Pues después de eso nunca le volví a ver ni visité su casa dado que, tal como asumí luego mi vida, no podía envolver en ella a otros.

Era aquella señora Lola Estaba, esposa de mi tío Diego y por su reacción, que casi le faltó cargarme, pues me abrazó y beso y gritó, “Diego, ven a ver quién está aquí. Vino a visitarte. Eligio Jacinto, el último hijo de tu hermano Paco”, sentí una enorme alegría y satisfacción y un motivo más para querer a mi padre.

Aquello me llenó de alegría, pues supe algo. Ellos, gente importante, pues mi tío había sido durante muchos años embajador de Venezuela en Panamá, sabía por lo menos de mí. Pues sin darle mis nombres, tomados de mis dos abuelos, ella se los dijo a mi tío.

-“Pasa hijo, pasa”, me dijo, mientras casi me empujaba hacia adentro y en dirección al sitio donde debía aparecer mi tío.

Cuando vi a mi tío, vi otra vez a mi padre. Y el tío se acercó a mí, me abrazó y besó con alegría, como a un hijo que se lleva tiempo sin ver. Habló conmigo largo tiempo, me hizo las preguntas habituales y le di las respuestas del caso, sin hacerle saber de mi vida de gitano en Caracas y menos de la necesidad que alguien me ayudase.

En un momento de la conversación entre él, su esposa y yo, me dijo el tío:

-“Ven conmigo, vamos a la plaza del frente. Allí están mis hijos, tus primos, quiero les conozcas. Son más o menos de tu edad.”

Y a la plaza nos enrumbamos los dos. Era, como dijo el tío, “al frente”, allí mismo. Desde cuando, estando en la puerta de su casa, señaló hacia la pequeña plaza, vi a 4 muchachos como de mi edad. Ya antes, al llegar desde donde me dejó el autobús, les vi allí hablando como muy formalmente, tal si estuviesen tratando algo muy serio.

Sin acercarse al grupo, el tío hizo señas a unos de los jóvenes para se le acercase. Cuando éste estuvo a nuestro lado, nos dijo con bastante alegría:

– “Mira Balboa, este es tu primo Eligio, hijo de tu tío Paco”. “Eligio, este es tu primo Balboa”.

El primo me recibió de inmediato con mucho afecto, como siempre lo ha hecho, las pocas veces que nos hemos visto en la vida y las incontables que hemos hablado por teléfono. Ahora no sé si está en Caracas o en España, donde uno de sus hijos hace una exitosa carrera como cantante lírico.

-“Te lo encomiendo”, siguió hablando mi tío, “para le atiendas, lo hagas conocer de los otros muchachos y, cuando sea propicio, con él vuelvas a casa para que almorcemos y sigamos hablando”.

El primo Balboa me tendió la mano, me haló hacia él y me abrazó. Luego me invitó le acompañase   al grupo formado por los tres jóvenes de los cuales se había apartado y quienes seguían conversando con la misma formalidad.

Mi primo se llama Balboa Damas Estaba. Su madre también era cumanesa, de una familia con nexos con margariteños. Me presentó a los tres jóvenes que allí estaban. Colón Damas Estaba, su hermano, Moisés Moleiro Camero y Américo Martín Estaba. Este, era a su vez, primo de mis primos por los Estaba. La esposa de mi tío, madre de mis primos, era hermana de la madre de Américo, por lo que éste es, lo que solemos decir, mi pariente cercano.

Desde aquel momento empezó mi relación con ellos. Particularmente con mi primo Balboa, Moisés y Américo. Con estos dos, mantuve una relación muy cercana por lo que en aquel momento comenzamos a hablar. Es decir, aquel instante, encuentro inesperado, pero no casual, venido de aquel mandato de mi padre, “cuando vayas a Caracas vè a visitar a tu tío Diego”, marcó el rumbo de mi vida.

Fue una fortuna, para un joven pueblerino, aldeano, acabando de llegar a Caracas, hacer amistad con Américo y Moisés. Pues ellos, tempranamente, me metieron en lo mismo.

Porque Américo no fue un líder estudiantil y político cualquiera, de esos del común. De quienes llegan allí por encargo, el carisma, codazos, la ambición y hasta imposición de los de arriba. En ambas actividades, desde joven, talentoso y culto como fue, formado en una familia propicia para eso, ya había leído el Quijote, García Lorca, Neruda, a los clásicos del socialismo y lo mejor del pensamiento hasta entonces producido. Y por eso dejó una larga lista de obras publicadas sobre temas que suelen tocar quienes estudian y piensan alto. Tanto que, hablar de Américo como sólo el político, dejando de lado el bello ser humano y el sólido intelectual que fue, es un vil engaño.

Para mí haber encontrado aquel domingo, aquellas amistades, el desarrollo de los acontecimientos posteriores, mi discreta participación en ellos, impregnarme de las preocupaciones y hasta hábitos de aquellos muchachos, tuvo que ver con lo que he sido. Y además sirvió para que olvidase las tantas calamidades por las que hube de pasar; al final, al hacer la cuenta, según mi percepción, sumando y restando, al revés, al derecho y tomando en cuenta lo que hubiese querido mi padre, terminé siendo ganancioso, pese las calamidades materiales que ahora padezco en la vejez. Le agradezco a la vida muchas cosas y particularmente recuerdo con verdadero orgullo y placer, haber sido de joven amigo de hombres como Moisés Moleiro y Américo Martín.

Tuve, aunque estrictamente debo decir, mantengo un enorme afecto por Américo, por lo que en él siempre percibí, su talento, don de gente y su amistosa disposición hacia mí en todo momento.

Su vida, participación en la política venezolana, su talento y cultura son bastantes conocidos. Asumió las posiciones que su manera de ver la vida le indicó y lo hizo con entereza. Fue él, quien bajando de un espacio de la biblioteca de la UCV, donde el comando Nacional del MIR, organismo clandestino, había “analizado” la coyuntura, me dijo como quien me hace una confesión sobre asunto sobre el cual está absolutamente convencido, “nos vamos a la lucha armada” y agregó aquello como solían decir entonces los revolucionarios, hasta con satisfacción, “la lucha es larga”.

De esa concepción que él mantuvo y con la cual fue consecuente por un tiempo, me distancié en breve, pese mantenerme cerca de ellos y ayudando en lo que pudiese, sin comprometerme más allá de lo debido. Poco tiempo después, cuando aquel proceso de la pacificación y la vuelta a la lucha legal volvimos a encontrarnos en la refundación del MIR, hablamos de mediados de la década del 70, tiempos de Caldera. Hasta llegué a apoyar su candidatura presidencial, pese la prudencia llamaba a unirnos con otras fuerzas y otra referencia. En eso también estuvo Moisés, tiempos en los cuales ya Simón Sáez Mérida había optado por separarse definitivamente del MIR.

Con Moisés mantuve más cercanas relaciones por razones del trabajo que los dos hacíamos. Desde nuestros inicios en AD y luego en el MIR,  trabajé en el área organizativa con Moleiro. Tanto en la juventud como en el partido. Pero por diferentes motivos, como el liderazgo de Américo en el seno de la Juventud, en la Federación de Centros Universitarios de la UCV, nuestras relaciones personales fueron siempre excelentes, aun después de los diferentes caminos que ambos tomamos.

Tuve la oportunidad de hablar con él cuando optó por irse del MIR, fundar aquello que llamó “Nueva Alternativa” y darle mis razones para no acompañarle. Lo mismo que hice después con Moisés al decidir éste incorporarse al MAS.

Tengo en mi archivo la copia de un capítulo de las memorias de Américo en el cual me dedica un pequeño espacio y afectuosos recuerdo.

Este es el Américo del cual quiero hablar y recordar. Como también lo hice de todos los que a él y a mí nos unieron en el afecto y las luchas. Cada quien tiene derecho a ejercer su libertad y no por eso uno puede sentirse con derecho a juzgarlo. ¿Quién tiene la razón en todo esto?

Toda la vida nuestra ha estado llena de errores,  equivocaciones y todavía, a esta alta etapa de mi vida, estoy lleno de dudas. Si de algo estoy seguro es que, el capitalismo cada día genera más pobreza y hacia eso se encamina, pero no tengo la más mínima idea cómo habrá de salir la humanidad de eso y, menos, cuando la dialéctica de la vida, habrá de sustituirlo o llegar a un etapa de cambio tan sustantivo que nada se parezca a esta; pero también sé de nuestro deber  de revisarnos, porque nadie tiene a “Dios agarrado por la barbas”, menos el ritmo y el movimiento de la sociedad y el universo. Buscar culpables es un error y falta de inteligencia. Puede ser que sea yo el más grande de los errores. ¡Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra! Yo sigo tan confundido como al principio, en aquellos días cuando conocí a Américo, llevado a aquella plaza por mi tío, tío político suyo. No puedo juzgar, pues me he equivocado tanto como cualquiera.

Ayer jueves en la mañana, al saber de tu muerte, te confieso, lo confieso, hermano inolvidable, lloré con discreción, en mi soledad, por largo rato.

Si eso es posible, si es verdad lo que la gente cree, amigo mío, hermano de tantos sueños y luchas, seguro estoy que volveremos a vernos y nos abrazaremos con cariño. Pues, pese nos hayamos equivocado, seguro estoy, iremos al mismo sitio, donde se dice van las almas buenas. Que no son las de quienes no se equivocaron, sino siempre fueron virtuosos.

Como dato curioso, Américo y yo nacimos el mismo mes y año, sólo que él lloró por primera vez unos días antes.

Cuando nos volvamos a ver, con Moisés a nuestro lado, cantaremos como antes, aunque tú rara vez estabas en eso:

“A beber a beber

en el fondo del mar.

porque ya no se puede

beber en la tierra.”

 

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