Arsenio Henríquez Moreno: El desgarramiento y el lenguaje de la decadencia

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Profesora: Nairim Izaguirre

Existe una tendencia histórica a considerar el presente de distintas épocas como momentos de desgarramiento. Pareciese que los hombres perciben su momento histórico, como momentos de decadencia y barbarie, siempre frente a otros momentos ya pasados, o en ocasiones sobre momentos que la conciencia proyecta como posibles en el futuro. Así los hombres se han encontrado siempre anhelando algo distinto a lo que tienen como presente, solo rara veces en la historia de la humanidad el hombre se ha sentido a gusto con su presente, solo rara veces el hombre se ha sentido potente y dueño desde su entorno, en cambio muchas veces más, por no decir un grandísimo porcentaje de la historia, el hombre se ha sentido inconforme, extraño e inmerso en un profundo sentimiento de anhelo por algo distinto. Ese algo distinto normalmente se refiere a épocas consideradas de esplendor, donde el hombre se haya visto como parte del momento, y a su vez la potencia se haya realizada en la producción, que no es otra cosa que mismo pensamiento. Estos momentos, aunque raros, han marcado la historia de la humanidad, momentos de gran producción artística y desarrollo del pensamiento, marcados también por cambios sociales y políticos que significaron la salida de periodos largos de estancamiento en el pensamiento, para la generación de un pensamiento más armónico con las vivencias propias del momento. Aunque podríamos señalar que son instantes fugaces, si se quiere, ya que la conciencia inmediatamente vuelve a desgarrarse por la misma complejidad del movimiento que ella da. El desgarramiento implica un estado de la conciencia que no se corresponde a su tiempo, hay una separación del pensar con el hacer, una incongruencia que castiga al pensamiento y lo separa de su hacerse. Los momentos de degarramiento, de escisión tienen como consecuencia sobre los mismos hombres, búsqueda a salidas que normalmente profundizan aun más la enfermedad de la conciencia, colaboran al desgarramiento. Así Hegel, el autor que nos acompañará en nuestro camino, caracterizaba tres actitudes frente al desgarramiento de la conciencia, tres actitudes que se presentaban como salidas que de ningún modo transformaban el verdadero problema del desgarramiento, sino que más bien, a partir del desgarramiento, buscan aliviar el malestar que él produce. Hegel habla de la actitud estoica, la actitud escéptica y la actitud cristiana. Las tres responden al dilema de aliviar el desgarramiento sin superarlo, pero intentando crear una actitud que hace más llevadera la vida desgarrada. Resaltaremos la actitud estoica como aquella históricamente primera, frente al desgarramiento que significó el imperio romano, y donde la filosofía estoica se hizo común entre los pobres y esclavos de aquella época. Esta actitud crea una separación hacia la realidad externa, así como una aceptación de las condiciones encadenadas de la conciencia, el hombre se siente aliviado al crear una situación ilusoria donde el desgarramiento, donde lo externo no tiene ninguna consecuencia sobre su propia vida.

Hay que advertir que Hegel atravesó por el sentimiento de desgarramiento ya señalado, pero al modo de sentir su presente como desgarrado, como momento de profunda crisis de la conciencia. Hegel describía su sociedad como la cristiana burguesa, aquella sociedad en la que el cristianismo se presentaba como la actitud de salida para aliviar los males de una época de conciencia escindida. La actitud cristiana es descrita por Hegel como la proyección de una superioridad en un cielo imaginario, donde el hombre se concibe a sí mismo como preso o esclavo a merced de la voluntad de un ser superior que ejerce sobre él toda su potencia. El hombre se encuentra incapaz e indefenso frente a este ser superior, pero contrario al verlo como un ser déspota y arbitrario, el hombre lo alaba y lo santifica, proclamándolo como su creador y a su vez como el guía de su vida, la cual no debe desafiar al mismo statu quo en el cual se encuentra inmerso. El cristianismo profesa una vida decadente en la tierra, una vida pobre y llena de sufrimientos, todo esto con la promesa de una vida en un paraíso para después de la muerte. Esta actitud mantiene el desgarramiento y la profundiza más, porque ya ni siquiera se intenta pasar por encima las condiciones externas, sino que se reconocen y se desean como parte de la vida que debe ser vivida en la tierra. Tal fue la sociedad donde Hegel inició su desarrollo como filosofo del espíritu, tal era el espíritu de su época, por lo que en sus primeros escritos encontramos una clara denuncia del joven Hegel para con los modos de vida de su entorno. El joven Hegel se encontraba en una sociedad donde los valores cristianos estaban profundamente arraigados y ordenaban toda la vida social.

El joven Hegel fue un apasionado de la antigua cultura griega, gran lector de los antiguos y amante de la visión que tenían los griegos del mundo. La configuración del mundo de la polis, era aquella época que nuestro autor anhelaba como armoniosa, principalmente por la unidad que se expresaba entre el hombre griego y su entorno, entre lo interno y lo externo, lo publico y lo privado. Dicha armonía de la conciencia presente en la Grecia antigua, representaba la búsqueda del ethos de un joven Hegel, y por tal razón nuestro autor siempre mantuvo la idea griega de polis como realización del absoluto. Si en un principio señalamos esta tendencia al deseo de algo distinto al presente, propio de los momentos de crisis, podemos resaltar ahora que nuestro autor no escapaba a esta tendencia y que su filosofía se funda sobre la crisis. Hegel, afirmó “La multitud ha perdido la virtud pública, yace tirada bajo la opresión, y necesita ahora de otros sostenes, de otros consuelos para resarcirse de una miseria que no puede osar disminuir”. Dando cuenta pues de una multitud empobrecida que había perdido para sí las formas más adecuadas de relacionarse. Una multitud que ha perdido la virtud pública es una multitud que se encuentra fragmentada, individualizada y ha perdido por lo tanto toda unidad. El espíritu se encuentra a su vez en un estado pobre y de decadencia, la producción artística, la producción del pensamiento no son más que aisladas expresiones de pobreza. Los hombres expresan una disminución de sus potencias evidenciada en un entorno decadente que los rodea. Como ya señalamos, es esta la más importante denuncia que Hegel hace a su tiempo, deseando pues un desarrollo distinto, un desarrollo de la conciencia que permitiera a los hombres sentirse potentes, pero no desde la individualidad, sino desde la totalidad. El hombre aislado pierde toda valía, es simplemente un animal que no participa de ninguna relación, es decir, se ha apartado de la totalidad, de las relaciones propias que hacen al hombre. Por tal razón una multitud que ha perdido la virtud pública es aquella que ha despreciado las relaciones sociales, y se ha encerrado en lo privado, en lo meramente individual.

Ahora bien, siguiendo todo lo hasta ahora expuesto, podemos resaltar el como los momentos de crisis, afectan la vida de los hombres y sus relaciones, la decadencia de dichos momentos, así como las posibles salidas que los hombres buscan desesperadamente por la propia angustia que de la crisis se desprende. Hasta ahora nos hemos ocupado de dar cuenta de las consecuencias y de la percepción que tienen los hombres frente al desgarramiento, pero no hemos señalado nada sobre el como saber que estamos frente a una sociedad desgarrada, cuales son sus señales y el como superarlas. El sistema hegeliano se construye como el camino de la conciencia desde su nivel más inmediato y precario (certeza sensible) hasta su desarrollo más amplio  (auto conciencia). Hablar sobre todo el sistema hegeliano nos llevaría muchas líneas, no solo por su extensión, sino por su complejidad. Lo que haremos enseguida será dar cuenta del cómo el lenguaje representa el pensamiento y por lo tanto, la unidad del mundo y la conciencia, del objeto y el sujeto, y el cómo se realiza o se expresa en momentos de crisis, en momentos de profunda pobreza.

Al igual que para el momento cuando Hegel empezó su desarrollo filosófico, nuestros tiempos contienen un desgarramiento de la conciencia, y como ya se dijo antes, ¿Cuándo no? Nuestra astucia e inteligencia consiste en saber identificar del desgarramiento y dar cuenta de las señales más evidentes de decadencia frente a nosotros. Nuestro autor señala que la conciencia se desarrolla desde un estadio primitivo hasta uno desarrollado, así la conciencia va concreciendo desde la certeza sensible, pasando por el entendimiento, para luego alcanzar su máximo desarrollo en el absoluto. Al ser nuestro interés el desgarramiento, la pobreza y la decadencia de los tiempos de separación entre el pensamiento y el hacer, intentaremos dar cuenta de cómo el lenguaje de la certeza sensible, es decir, el lenguaje de lo inmediato es el lenguaje de nuestros tiempos y su incidencia en la decadencia que representa nuestro momentos para el desarrollo de la conciencia, del espíritu.

Al ser la certeza sensible el primer estadio de la conciencia, ella es pues la primera aproximación que tiene la conciencia al mundo, es el estadio de las cosas materiales, tal como son, como se nos presentan a nuestros sentidos. En esta aproximación el objeto se muestra como lo que es de una forma burda, es una particularidad impresionando nuestros sentidos, el objeto no ha sido ni siquiera categorizado, no es más que eso que se nos presenta. Decir que en la certeza sensible existe algún tipo de lenguaje es, si se quiere, un tanto inadecuado puesto que estaríamos en presencia del lenguaje (pensamiento) más pobre y precario posible, es este el lenguaje de las cosas más inmediatas, es el lenguaje de los sentidos y de las necesidades más próximas y básicas del hombre. El lenguaje de la certeza sensible aún no ha reconocido si quiera la generalidad o, en otras palabras, la conciencia no ha dado el paso del reconocimiento de la particularidad en la generalidad. Este lenguaje pobre representa necesariamente un estadio de la conciencia carente de desarrollo, y el cual limita el pensamiento, haciendo de él un pensamiento solo de las cosas más inmediata que se les presenta a la conciencia.

Ahora, podrán denunciar la exageración de una situación dada con la siguiente afirmación, pero sostendremos que nuestro momento actual de crisis se debe a la pobreza de lenguaje, al uso casi nulo de la riqueza del lenguaje, de su banalización y deterioro en formas pobres y ridículas de lenguaje. Nos referimos a un lenguaje que cada vez comunica y se refiere a las cosas más próximas al hombre. En la era del internet, en la era de las redes sociales, donde las interrelaciones son más próximas y continuas, el lenguaje alcanza su nivel más bajo de degradación, incluso toma formas de emoji, la palabra ha sido sustituida por una representación de caricatura, así una conversación puede consistir en un simple intercambio de estos sin llegar a más nada. Aun más peligroso y vergonzoso son las conversaciones y el lenguaje empleado en lo cotidiano, el hombre de este tiempo solo se refiere, aunque a través de conceptos generales, a cosas los más particulares posibles, los conceptos son utilizados de forma deficiente, y la gramática descuidada a niveles que pareciese haber sido sustituida por otra estéticamente más pobre y despreciable. Puede llegar uno horrorizarse frente al uso de un lenguaje que expresa simplemente pobreza, pobreza que se expresa tanto material como intelectualmente, por su puesto. Nuestros tiempos, y los hombres que viven en él han perdido el lenguaje y por lo tanto el pensamiento se encuentra encadenado, limitado y anclado por sí mismo a un presente que roza con la barbarie.

 

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