La guerra termina cuando cumple su finalidad, siendo el Estado el gran y único actor que decide acabar con el enemigo e imponer, a cualquier precio, la paz. La guerra es un momento de valoración, examen y visión del liderazgo político y su responsabilidad única, crítica y prospectiva como clase política dirigente de dirigir la guerra. La guerra se convierte en el examen máximo y extremo de la clase política, habida cuenta la administración y conducción de ese evento supremo. La guerra es violencia real y máxima, se expresa con el combate, combate que obedece y apunta a la reconstrucción total.
La guerra como prueba máxima de la clase dirigente del Estado requiere -en extremo- un componente armado comandado por una masa profesional específica, consecuencia de un proceso de selección, entrenamiento y formación operacional, además de ética máxima, dada su responsabilidad como combatiente en la acción militar o batalla. La guerra tiene una definición trinitaria, que relaciona en extremo la política, el Estado y su misión: acabar con el enemigo. La guerra puesta frente al peligro, la lucha se convierte en un juego y la resolución, exige valentía por todas las consideraciones previas. Quizás la guerra en Venezuela en el siglo XXI como realidad creciente e increíble, nos recuerda un héroe venezolano: Neomar Lander cuando lleno de coraje fue capaz de citar lo siguiente: la lucha de pocos, vale por el futuro de muchos.
La guerra como opuesta al peligro exige valentía y, por ello el ciudadano venezolano, sobre todo durante los últimos 20 años ha participado en medio de un peligro instrumentado por un régimen militarista socialista que distante de ser un gobierno propio de una democracia “ha generado peligro al interior de la sociedad, y nunca ha asumido su responsabilidad de la seguridad”. La guerra en Venezuela, muestra grupos cercanos al régimen accionando haciendo las veces de enemigo, trastocando la política como voluntad inteligente que se atreve a activar la violencia sometida a la voluntad inteligente y sobre todo a la Constitución y a la moral ciudadana.
La guerra en Venezuela como momento de valoración, pareciera un momento de búsqueda para promover impulsos que conduzcan a un cambio, pero ese cambio a nueva sociedad tiene dificultades en la ejecutoria de los poderes de la sociedad venezolana. Por lo tanto, lo que se verifica en la Venezuela república es la “búsqueda de un posible equilibrio”, entre una mayoría amante de la libertad y grupos operando según la verticalidad, con lo cual la búsqueda del cambio tiene serias dificultades sobre los miembros de la sociedad toda, y se amplía la posibilidad del desequilibrio.
Desequilibrio en la aplicación del poder, lo cual invita a la reconstrucción de las estructuras y, con ello, un esfuerzo colectivo que pueda generar una más favorable realidad que impulse y robustezca la paz. La paz y el crecimiento del orden, la ley y un único esfuerzo colectivo. Esfuerzo colectivo para corregir o limitar la inseguridad que multiplican sectores político sociales esperanzados para dinamizar, mediar y mostrar como la reconstrucción inteligente, política se convierte en un producto concreto de reafirmación del esfuerzo colectivo frente a la paz y en contra de la guerra. Ese es un momento político de valoración y búsqueda.
La guerra en Venezuela dio origen al actual Estado-nación en este siglo de grandes realizaciones, descubrimientos y evolución en el cuerpo social, la guerra estimula la consecución de la seguridad, seguridad de los débiles, lo cual crea una necesaria idea y maniobras para la defensa, para la defensa de los débiles, no como una guerra auténtica, pero si para encausar el progreso, mejorar la conciencia de la seguridad y el fortalecimiento de la druida. Léase una acción y pretensión liberadora.
Así… la guerra y su presencia en la política y frente a ella la paz serán instrumentos de la democracia, y se convertirán en un gran valor espiritual que en el inicio corresponde a la responsabilidad del estamento militar que estructuralmente tiene que aplicar los principios de la polemología y la estrategia. La guerra en el siglo XXI tiende a ser vista como una acción para el desarrollo y la libertad, estrictamente custodiada por la política. En especial por un ciudadano político democrático, que cree en la política, por un ciudadano demócrata inteligente que practica sobre todo la responsabilidad de un liderazgo sabio, que comprenda que la guerra como acción divina deviene rigurosamente y se ajusta a las leyes que muestran inmediatamente el hecho extraordinario de la paz.
Es original,
Director de CSB-CEPPRO – @JMachillandaP