“Yo y mi partido mi partido y yo”, era una frase recurrente en el discurso de Jóvito Villalba, pero otros no lo decían, pero lo practicaban y se sigue practicando. No es democrático ni conveniente el liderazgo único e inamovible. La consecuencia inevitable es destruir al posible o posibles competidores por el liderazgo. Se anula el necesario relevo generacional, se propician divisiones, se evita el cambio interno y se propicia el culto a la personalidad y el sectarismo partidista. Está tradición se mantiene en nuestros partidos actuales y conspira para lograr una evolución de los mismos. Los partidos políticos son necesarios, pero no son los únicos actores de la política. La complejidad creciente de las sociedades y un mundo cada vez más interdependiente exigen cambios profundos en los sistemas políticos y de gobierno.
Un sistema político es una construcción histórica igual que el Estado; y su existencia y vigencia es producto de su necesidad. Pero las necesidades cambian igual que los medios para satisfacerlas. La democracia también es histórica y cambia, y también puede “morir” como cualquier sistema político. Hay casi un consenso entre los especialistas sobre cómo “muere” una democracia y hablan de “suicidio”. El “caso” venezolano, creo, puede servir de ejemplo, tanto en 1945-1948 como en
1958-1998. En el primer caso el sectarismo y la violencia y la falta de un compromiso político de equilibrio de factores e intereses terminó devorando a nuestra incipiente democracia. Diez años de duro aprendizaje permitió el consenso necesario para llegar al Pacto de Punto Fijo y a la Constitución de 1961, que sigue siendo la de más larga duración en una tradición de múltiples constituciones a la “medida” del caudillo de turno. Como esta “chavista” que durará lo que duren en el poder. La democracia bipartidista fue desgastándose y agotándose en los últimos 20 años (1980-1998). La abstención electoral iba en ascenso, AD y COPEI cada vez se parecían más, se negaban espacios a otras fuerzas políticas y la baja respuesta gubernamental a los problemas de la gente iba en aumento y la creciente corrupción general iba erosionando el prestigio del político y la política. El país terminó sin respuestas, gobernado por la llamada “cogollocracia” y unos dueños de “medios” y “los amos del valle”. Era cuestión de tiempo el colapso y este llegó, en 1998, con el “mesías” de turno.
Nuestra democracia se ha suicidado dos veces. En 1945 al frustrarse el acuerdo en torno a la candidatura de Diógenes Escalante por causa conocida y fracasar el intento con Ángel Biaggini. El segundo suicidio empezó con el “defenestramiento” de CAP con los votos de su propio partido y la crisis terminal que venían padeciendo AD Y COPEI. Con el interinato de R. J. Velázquez en la práctica se le entregó el poder a los comandantes de las cuatro fuerzas. Personalmente el Dr. Velázquez me comentó, que AD y COPEI lo nombraron y lo dejaron solo. Y que todas las noches se dormía con el temor de amanecer con un golpe de Estado. La reelección de Caldera sobre las cenizas de COPEI y la impunidad a los golpistas que ni siquiera fueron inhabilitados políticamente, completaban el vacío de poder, una sociedad desorientada y un país sin rumbo… y llegó Chávez, en una elección con un 40% de abstención. El proyecto democrático que venía desarrollándose desde 1936 en adelante y potenciado gracias a la economía petrolera de la prosperidad y los cambios sociales que ello dinamizaba nos permitió un siglo 20 de avances reales en todos los aspectos.
La democracia es un sistema en construcción y reforma permanente, si no se autorregula y corrige oportunamente se “suicida” como hemos visto. Cuando este tiempo oscuro termine, hay que retomar el rumbo democrático, evitar los errores cometidos en el pasado y entender que una democracia sin el piso educativo y cultural necesario, sin la formación de ciudadanos educados en la responsabilidad de la libertad y la solidaridad y con gobernantes que rindan cuentas, es difícil que se consolide y se evite, cada tanto tiempo, el retroceso autoritario y dictatorial.