El 24 de febrero de 2022 me desperté a las 4 de la madrugada. No pude seguir durmiendo. Por costumbre, tomé mi celular para ver las noticias. Y me quedé paralizado. Rusia había atacado a Ucrania. El escenario más oscuro de Putin se volvió realidad, un escenario que muchos políticos y analistas occidentales no querían creer. Excepto Joe Biden, el presidente estadounidense, que disponía de informaciones precisas de los servicios de inteligencia.
Desde hace un mes, también nosotros, los ciudadanos de la República de Moldavia, sentimos el peso de la guerra de Ucrania, mientras los soldados ucranianos luchan heroicamente contra el atacante. Las bombas de Putin destruyen ciudades ucranianas. La población civil es diezmada, mueren mujeres, niños y ancianos. Una sombra oscura se ha extendido también sobre nuestro país. De pronto, todo es provisorio, incierto, frágil y volátil. ¿Eso sería todo?, me pregunto. ¿Se desmoronará todo lo que he hecho en estos años tras el colapso de la Unión Soviética? ¿Todo lo que he amado, creado, construido y soñado? ¿Volveremos los rumanos entre los ríos Prut y Dniéster a vivir el aciago 28 de junio de 1940, como nuestros padres y abuelos? ¿Volveremos a vivir bajo ocupación rusa?
La guerra, un monstruo prehistórico
Sobre todo los niños y adolescentes sienten el shock de la guerra, no entienden lo que está pasando y apenas pueden creer que no se trata de un juego de video. Su asombro refleja lo absurdo que es todo esto: en un mundo emancipado, postmoderno, un mundo de transparencia y movilidad ilimitada, aparece de pronto una especie “Godzilla”. Un monstruo salido de una caverna prehistórica, que aplasta todo a su paso.
Estamos conscientes del delirio de grandeza de Putin. Sabemos que si Ucrania cae, será nuestro turno, el de la República de Moldavia y quizás también el de los países del Báltico, que por lo menos están bajo el paraguas protector de la OTAN. La neutralidad de la República de Moldavia, consagrada en la Constitución, no nos protegerá de un agresor que no reconoce ningún tratado entre Estados y ya ha dinamitado el orden internacional.
¿Preparativos para una invasión?
Por el momento no hay indicios de que la República de Moldavia será la próxima víctima, aseguran las autoridades moldavas, representantes de la OTAN y la embajada estadounidense en la capital, Chisinau. No hay informaciones, pero ¿qué pasa con los signos, los síntomas? Cuando hace pocos días en un estadio de Moscú con 200.000 personas el público cantó, en éxtasis, “Ucrania y Crimea, Bielorrusia y Moldavia son mi país”, sentí escalofríos. Eso nos recuerda un conocido chiste: “¿Con qué país limita Rusia? Respuesta: ¡Con el que quiera!”
Hace unos días, la embajada rusa en Chisinau exhortó a los ciudadanos rusoparlantes de la República de Moldavia a denunciar sus experiencias de discriminación.
Semejantes llamados se produjeron también en las representaciones diplomáticas rusas en otros países. En Moldavia muchos dicen que ese gesto podría ser indicio de que se prepara una invasión. Muchos moldavos respondieron en la página de Facebook de la embajada rusa: “¡Por favor, no nos rescaten, por favor no nos liberen, nos sentimos muy bien en Moldavia!”; “Soy de origen ruso, nacido en Murmansk. Desde hace más de 30 años vivo en Moldavia y nadie jamás me ha discriminado, nunca nadie me ha exigido hablar rumano. Por el contrario, la gente pasa rápidamente a hablarme en ruso, para que no me sienta mal”; “Nadie nos ofende, mejor sería que se preocuparan de sus propios compatriotas discriminados por Putin”.
No, en Moldavia los ciudadanos rusoparlantes no son discriminados. Más bien ocurre lo contrario: tras décadas de rusificación, hay atraso en el ámbito del idioma y la cultura rumanas. Claro que Rusia puede fabricar en cualquier momento un pretexto para una intervención, tal como inventó el “genocidio” ucraniano contra los rusos del Donbás, del que la Corte Penal Internacional de La Haya no ha encontrado prueba alguna.
La banderita blanca de la neutralidad
Los moldavos han acogido a cientos de miles de refugiados ucranianos. Los gobernantes de Chisinau destacan con razón esa admirable generosidad. Pero no responden a la pregunta de quién defendería a la República de Moldavia, porque esperan que no se produzca una agresión militar. Pero, ¿y si ocurre?
Si los rusos conquistan Odessa y establecen una conexión con la zona separatista de Transnistria, nada les impedirá avanzar hasta el río Prut. “El secretario general de la OTAN, Stoltenberg, reitera de forma tan enervante como un metrónomo que la OTAN no se involucrará en la guerra de Ucrania”, constató con amargura un escritor de Chisinau. “Sabemos que no se involucrará… Sería mejor que nos dijera lo que la OTAN hará, en vez de decir lo que no hará. ¿O quiere acaso Occidente una frontera con Rusia en el río Prut, quiere un nuevo Kaliningrado en el Mar Negro?”
Muchos moldavos ven en una reunificación con Rumania la única posibilidad de ponerse a salvo de una agresión rusa. Dado que ese escenario es muy improbable, nos aferramos a la neutralidad, consagrada en la Constitución de nuestro país. Con la esperanza de que nuestra banderita blanca de la paz aplaque la sangrienta avidez del agresor.
Bajo la presión de la guerra en el país vecino, Moldavia presentó oficialmente el 4 de marzo una solicitud de adhesión a la Unión Europea, siguiendo el ejemplo de Ucrania y Georgia. Pero la pregunta es: ¿tendremos la calma, la paz y la seguridad, para consumar ese camino?
Presidente del Pen Club de ese país.