En el siglo llamado de las Luces se profundiza la disidencia y el rechazo hacia las instituciones del Antiguo Régimen, situación que ya en el siglo precedente se venía manifestando como en el caso de Inglaterra y sus conflictos entre el Rey y el Parlamento. En América del Norte (1776), a través de las Trece Provincias, se encendería la llama revolucionaria que contagiaría a Europa y que tuvo en la Revolución Francesa (1789) su proceso más emblemático. Este ciclo revolucionario que Eric Hosbawn denomina “revoluciones burguesas” vino a representar una nueva etapa dentro de la historia europea y mundial.
Dice el colombiano Germán Arciniegas que esas revoluciones fueron filosóficas, con antecedentes científicos y consecuencias políticas. Mientras Londres en 1774 era la ciudad más grande del mundo con un millón de habitantes, Madrid apenas sobrepasaba los cien mil y Caracas contaba con menos de cuarenta mil. Dentro de éste contexto, fecundo en acontecimientos y dinámico en aceleraciones históricas, los responsables del gobierno español desde la coronación de Fernando VI en 1746, intentaron realizar esfuerzos ingentes para detener el deterioro de España como potencia continental y ultramarina. Con la puesta en práctica de una política de neutralidad internacional ante la rivalidad franco-británica y de medidas reformistas hacia el interior, se intentó detener la cada vez más evidente fragilidad española. Merece destacarse el establecimiento de los Intendentes y la elaboración del hoy famoso Catastro de Ensenada.
Las relaciones internacionales durante el siglo XVIII entre las potencias europeas se rigieron por un sistema de equilibrios entre bloques, ligas, alianzas y coaliciones. Inglaterra y Francia dirimen por la supremacía a la par que Rusia y Austria ascienden y aspiran a ser protagonistas. Las guerras dinásticas y coloniales de carácter extra/europeo se convierten en los motivos más frecuentes para ir a la guerra; en el fondo, se trató de una lucha por la hegemonía continental y de buena parte del mundo. España, a pesar, de sus extensas posesiones en las Indias, ya en ese entonces se le consideraba una potencia secundaria a pesar de los esfuerzos reformistas que intentó Carlos III.
Los historiadores españoles, en su gran mayoría, han coincidido en que el reinado de Carlos III (1759-1788) junto a las medidas reformistas de corte ilustrado que se pusieron en práctica, permitió a España un renacer en su poderío y condición de potencia de primer orden. Una de las primeras decisiones de éste Rey fue la ruptura de la neutralidad y la vuelta a la guerra a través de los Pactos de Familia con Francia. La Guerra de los Siete Años (1756-1763) fue uno entre los muchos conflictos que enfrentó a españoles e ingleses a todo lo largo del resto de la centuria. Rivalidad trasladada hacia los inmensos escenarios americanos, y que tuvo su incidencia más importante, en la participación de España en 1779 al lado de Francia en la guerra de las trece colonias, sublevadas contra Inglaterra.
América fue una pieza fundamental en el diseño de la nueva política de Carlos III, y de acuerdo a John Lynch, se trató de una segunda conquista de América, dirigida fundamentalmente contra los cada vez más poderosos y autosuficientes blancos criollos. Tres objetivos básicos la guiaron: 1. Reafirmar el control económico sobre las zonas y espacios de mayor valor económico y comercial; 2. Trasladar el excedente de riqueza que se estaba quedando en América hacía la península; 3. Rescate del comercio trasatlántico del control extranjero. Para ello se realizó una profunda reforma burocrática a través de la creación de nuevos virreinatos como el de Nueva Granada (1717) y La Plata (1776); nuevos métodos de gobierno junto a funcionarios eficaces y comprometidos con el Estado como se pretendió que fuesen los intendentes. Los Borbones fortalecieron la administración y debilitaron a la Iglesia. La expulsión de los 2500 jesuitas americanos en 1767 no demostró otra cosa que la firme voluntad de atacar su semi-independencia.
La nueva estrategia Atlántica planteó a los reyes españoles un cambio en su política colonial. Todo ello se traduciría, en las medidas reformistas llevadas a cabo por Carlos III en los diferentes ámbitos administrativo, jurídico, político, militar y económico/comercial y que son la base del descontento y las revueltas acaecidas entre 1780 y 1795 entre la población indiana. Un segundo período comprendido entre 1795 y 1810, también plagado de manifestaciones conspirativas contra la autoridad española, puede comprenderse dentro de la gran crisis de todos los postulados del Antiguo Régimen y el diseño de nuevos sistemas políticos. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica (1776), la Revolución Francesa (1789), la rebelión de los esclavos en Haití (1791) y el logro de su Independencia (1804) contribuyeron a crear las condiciones para la separación de España y en buena medida aportaron los fundamentos ideológicos para ello.
La presencia española en América puede dividirse en dos grandes períodos: el de los Austria en los siglos XVI y XVII y el de la dinastía de los Borbones a todo lo largo del siglo XVIII. Son numerosos los autores que prefieren hablar de dos tipos de colonización diferente, la primera, la de los Austrias, marcada por cierto relajamiento en los controles y la administración de los territorios coloniales lo cual permitió un alto grado de libertad y autonomía de parte de los americanos/españoles, y la segunda, bajo el signo de los funcionarios ilustrados de Carlos III y el afán de hacer mucho más rentable las Indias bajo medidas económico/comerciales más estrictas de corte moderno y mercantilista como ya antes hemos señalado.
En el caso de Venezuela, Pedro Grases ha señalado en una de sus obras, que los siglos XVI y XVII fueron prácticamente siglos perdidos por la poca importancia económica que tuvo el territorio para la Corona española. Toda la atención fue para las ricas posesiones mexicanas y peruanas por sus minas de oro y plata. Pero al revalorizarse la fachada atlántica en el siglo XVIII en detrimento de la del pacifico, Venezuela conoció un auge sin precedentes. Las provincias de su territorio empezaron a ser estimadas por la rentabilidad en la comercialización de sus principales productos agrícolas y pecuarios, muy especialmente el cacao, que tenía una gran demanda entre las clases elevadas de Europa. También contribuyó la cercanía con la metrópoli y la facilidad de las comunicaciones con sus principales puertos. La Compañía Guipuzcoana fue la primera institución hispana en valorar y obtener rentabilidad de la nueva situación.
Estas nuevas circunstancias no pasaron desapercibidas para los ministros de Carlos III, quienes llevaron a cabo una importante reforma jurídico/administrativa que afectó todos los ámbitos de la vida política, social, económica y cultural del país y que consideramos que son las genuinas bases del proceso integrador de la futura nación.
El 8 de diciembre de 1776 se crea la Intendencia del Ejército y Real Hacienda de Caracas por Real Cédula, con jurisdicción sobre las provincias de Venezuela, Cumaná, Guayana, Maracaibo e islas de Margarita y Trinidad lográndose la unidad en el rubro de hacienda y economía. A la par de ésta medida, y como recurso para incentivar la producción y comercialización dentro del aparato productivo, se estableció la libertad de Comercio en 1778 que hasta el momento no había sido extensivo a Venezuela.
En consonancia con la anterior medida, en 1777 se creó la Capitanía General de Venezuela que unificó a todas las provincias bajo un solo gobierno político y militar con sede en la ciudad de Caracas desde donde despachaba el Capitán General, máxima autoridad, de todas las provincias ahora integradas.
El 13 de junio de 1786 se erige la Real Audiencia de Caracas encargada de todos los asuntos judiciales. Hasta ese entonces todos los pleitos eran tratados por la Real Audiencia de Santo Domingo y otros remitidos a Santa Fe de Bogotá, como es obvio, con la medida se solucionaba el problema de las largas distancias que impedían la agilización de los casos.
Otra importante institución que se crea es el Real Consulado en 1793, organismo destinado a fomentar el comercio, la agricultura y las comunicaciones. Este proceso de crecimiento y maduración institucional continuará con la creación del Arzobispado de Caracas en 1803.
Estas medidas junto a la consolidación del poder municipal a través de los cabildos; el papel de la Iglesia como aglutinante social; y el desarrollo de la cultura y la educación a través de la Universidad de Caracas fundada en 1725, evidencian claramente el crecimiento de una sociedad cada vez más consciente de sí misma y que empezaba a presentir una nacionalidad más allá de la lejana España. El proceso hacia la Independencia política pero manteniendo el orden social sería liderado por los criollos ante la impotencia de España de seguir arbitrando sus posesiones americanas.
John Lynch ha sido uno de los autores que ha considerado que las medidas de Carlos III para reconquistar América fueron un fracaso: “En gran medida, la política borbónica era un error de cálculo, sin relación con el tiempo, la gente y el lugar”. Mientras que un más comedido Antonio Domínguez Ortiz nos dice: “Los objetivos de la política carlotercista en América, múltiples, ambiciosos, han sido objeto de diversas apreciaciones; para unos, sus resultados fueron positivos, mientras que no pocos estiman que sus medidas, no siempre bien acogidas por la población, prepararon el sentimiento independentista, que no tardaría mucho en desarrollarse”.
Todas las revueltas y motines desarrollados en América durante la década de los 80 por parte de los sectores indigenistas, criollos y esclavos tuvieron como pretexto básico el irrumpir contra las medidas de presión fiscal impuesta por la nueva política. Lo cual demuestra claramente que la unidad colonial a partir de ese entonces ya empezaba a deteriorarse de una manera irreversible.
@Lombardiboscan