Francia Márquez Mina la candidata a la vicepresidencia de Colombia

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Algunos proyectos reconocen lo que somos, a muchos les gusta cómo somos, pero lo que pocos reconocen es “lo que decimos que somos”, y lo que a ninguno le gusta, es lo que “hacemos desde lo que decimos que somos”. -Abuelo Zenón

No sé al pie de qué árbol sembraron su ombligo, pero fue el martes 1 de diciembre de 1981. Ese día no hay ningún santo hombre o mujer relevante, tampoco en ninguna de las religiosidades afroamericanas hay celebración especial de orishas. Enterrar el cordón umbilical es rito ancestral de las Comunidades Afropacíficas de Colombia y Ecuador, es la búsqueda simbólica de un parentesco cualitativo con el árbol. Este jazzman también fue ombligado. A esa actividad de destino premonitorio se la verbaliza como ombligar, es la cinética sin fin del cimarronismo militante.

Francia Márquez Mina fue ombligada en Yalombó, vereda del Municipio de Suárez, Departamento del Cauca. El significado filosófico es que jamás nos iremos del punto físico de pertenencia, de la entidad familiar y colectiva o es el deber ineludible de retornar al inicio de nuestros andares. El ombligo emparenta para siempre con el entorno, no solo por la química elemental del polvo definitivo y más por la conexión irrenunciable con la naturaleza, porque en esencia no somos algo diferente. “Yo creo que eso es feminismo: cuidar la vida”, le confesó a Lina Vargas de Gatopardo.

Esa angustia colectiva de no ser donde se debió ser mientras avanza el republicanismo, es algo mucho más intenso y profundo que la actual ‘ciudadanía’. La ciudadanía se simplifica en el otorgamiento alegórico de derechos e ignora mediante artificios la humanidad de las personas racializadas, geolocalizadas o definidas al arbitrio dominante para la reducción de su ser. Ocurre en la cotidianidad colombiana, ecuatoriana, brasileña, en fin, americana. Francia Márquez Mina les da lugar extremo y exacto: los nadies, mujeres y hombres. Esos y esas nadies firmantes de pactos a pérdida porque sus voces no tuvieron oídos receptores y si las tuvieron solo fueron consideradas como voces diminutas. Voces de personas indignas, propicias para las injusticias, desiguales hasta el imaginario total. Hasta que la dignidad se haga costumbre, respondieron desde el movimiento ‘Soy Porque Somos’. Es decir, volver a ser.

A Francia Márquez Mina, por esa comodidad no siempre justificable de las designaciones convencionales, dicen que es de izquierda cruda y dura. Quizás, hasta cierto andar, pero ella se ha convocado y está convocando al republicanismo comunitario, con sus repertorios de derechos, sin dudas, pero sin dejar por fuera a nadie. O sea los y las nadies al fin vuelvan a ser en latitud y longitud individual y colectiva. Un ser humano, simple y complejo. De humanidad incuestionable. En un país con ciclos, que parecerían interminables, de violencia es un desafío revolucionario. Es defender y preservar la existencia de todos los seres. Es enfrentar y derrotar a la versión americana de la necropolítica. No solo “hay muertos que alumbran los caminos”, parafraseando a Silvio Rodríguez, sino que iluminan las vidas que jamás deberían faltarnos aunque se las lleven los ventarrones de la violencia. Insisto más que izquierdismo es proponer el verdadero republicanismo, pensado y creído en Yalombó o en las larguísimas caminatas, todas por la existencia, aunque alguna fuera una huida impostergable, por las amenazas que ya tenían fecha de cumplimiento.

Es su existencia atestadas de dificultades, a veces cuando creía que las había dejado atrás y merecía el respiro para la siguiente travesía, de algún lugar imprevisto procedía el siguiente estorbo violento, material o ideológico, así no olvidaría que la nadería humana (o inhumana) es eterna. O hasta el final de esta vida comunitaria y cultural. El Poeta Antonio Preciado jamás se ha celebrado a sí mismo, sus versos nos hablan de rutas, andares, caminares y también de andareles. Al revés de las procesiones de ánimas en pena, el andarele es la celebración del próximo triunfo; cuidado, no es el festejo insensato de bailar antes de la música, sino el golpe de energía que considera derrotar las adversidades. Antonio: “Vengo de andar, de largo a largo, más de mis propios días, porque para llegar, si no me alcanzan, voy tomando prestadas las semanas”. Eso es Francia Márquez Mina, su retrato y no el de Cuamé Bamba. Ella es muy joven, pero para las comunidades afropacíficas colombo-ecuatorianas es esa antigua “caminante que anda y anda con una enorme huella sobre el polvo”, así continúa el poema. Mientras más ha caminado más ha andado. Y ahora camina y anda hacia la vicepresidencia de Colombia con Gustavo Petro, por el Pacto Histórico. Hasta las denominaciones políticas tienen el sentido que creación reciente después de los diluvios que han padecido las comunidades colombianas.

Año 2014, el primer paso en verdad fue uno de los incontables que debía dar hasta llegar a Bogotá. Desde ese punto la distancia que debían recorrer metro a metro eran 538 kilómetros, 15 mujeres con la decisión de comprometer su existencia para una vez más ser allá, en la capital del país, desde donde les negaban esa maravillosa voluntad de vida a ser, condenándolas a la perpetuidad de malvivir como las y los nadies. La Marcha de los turbantes (guelé, en yoruba, número singular) por defender sus territorios ancestrales con sus significados y resultados de habitarlos sin dañarlos. El ombligamiento es de ida y vuelta en los territorios ancestrales. Los guelés no por moda simple y sí en homenaje a millones de cimarronas que en esta América han sido, son y, si esto no cambia, serán. Al final el Gobierno colombiano pareció entender retiró la maquinaria de explotación minera y detuvo el envenenamiento de las aguas. Otro respiro, no definitivo, a las comunidades negras e indígenas del Cauca. A ella y a su familia las asfixiaron, en cambio, las amenazas de muerte. Un día amaneció en Cali, con las mismas ganas cimarronas primarias. El desaliento no parece vulnerarla.

El poder abusivo solo respeta al poder revulsivo. Esa es la actitud política de quienes no son valorados en su humanidad completa o valorados al intratable victimismo, ellas y ellos dinamizan el poder latente en las comunidades o en los colectivos. No es nuevo ni es mejor o peor solo es. O en el prestigio combativo o de combatiente con todos los medios posibles. Ni más ni menos. Lo entendió Jaime Hurtado González por acá y ahora Francia Márquez Mina al otro lado de la raya. Francia, al igual que Jaime en su tiempo, completó el despabilamiento de la juventud colombiana en estos últimos años. Juan Diego Quesada, en El País digital, del 23 de marzo de 2022, lo testimonia: “Márquez, además, es una voz autorizada entre los jóvenes y los movimientos sociales que paralizaron el país el año pasado”. Fue la química más noble del descontento de aquella ciudadanía joven, cuando el progresismo político se atascaba en la tradición que rozaba fuerte el conservadurismo ¿de izquierda?, se produjo en el encuentro con esta personalidad inesperada aunque ya legendaria. La desperada, aunque en el sentido de cimarrona del siglo XXI. En las circunstancias de la República de las Calles al minuto una persona se convierte en referencia instantánea y propicia del momentáneo hecho histórico, volvió a ocurrir con Francia. La chispa de cualidades entre ella y “los adolescentes que se hacían llamar de primera línea…” tiene a Colombia en mirada y pensamiento de cientos de millones de mujeres y hombres de las Américas. Y de la diáspora afrodescendiente.

Amy Goodman le recordó a Francia Márquez estas palabras: “En ese momento usted escribió en Twitter: quiero ser presidenta de este país. Quiero que nuestra gente se sienta libre y digna… Que nuestros territorios sean espacios de vida…” Sus palabras están por ahí, recientemente Democracy Now se las devolvió, unas, por ejemplo, fueron el doloroso trino publicado en agosto de 2020, mientras acompañaba a las madres de los cinco jóvenes asesinados, en el barrio Llano Verde de la ciudad de Cali. Avanzando en la respuesta, ella comenta: “cuando yo anuncié que quería ser presidenta de Colombia la gente dijo: “Francia está loca”. No se imaginan, creen que ese es un lugar que le pertenece a hombres blancos, privilegiados, de élite”. A este jazzman le recordó una frase muy válida para Francia Márquez Mina, la audacia de la esperanza. “La audacia de creer”, diría B. Obama. De creer en sí misma, en su historia, en que está destinada a ser donde quieren impedirle que sea ese ser humano. A ella y a millones y millones de la diversidad colombiana. Y por extensión americana. “Volver a ser donde antes no habíamos sido”, sermoneaba el Abuelo Zenón.

Francia Márquez Mina recuerda, durante la entrevista con Amy Goodman, que en el preciso día que decidió tener voz propia y decir aquello debía, en la parte delantera de los espacios y sin traductores políticos que bajaran la temperatura de su verbalización cimarrona, la tradición social mostró su “incomodidad” diciéndole que era “una igualada, que de dónde había aparecido, que era una aparecida”. Este jazzman conoce ese escenario. Uno sabe de dónde sale tanta previsión reaccionaria. Hacen fila, con coloridas banderitas de sus partidos de Izq. o de Der., para las consejas y corean advertencias mortificantes de esta calaña: “sea humilde”. Ocurre en ambos lados de la raya estatal. No es aceptable esa recomendación porque la humildad, para el cimarronismo político, es una trampa cognitiva y política. Además los republicanos de la línea del frente, allá, en la ciudad de Cali, repitieron y repiten para los desmemoriados o para quienes tienen escasa memoria histórica: “aquí estamos la generación del aguante, los que ya no vamos a seguir aguantando que nos pisoteen, que nos expropien nuestra condición humana”.

El ubuntologismo político de Francia Márquez Mina es algo más que izquierdismo convencional, es la audacia de creer en la obligatoria felicidad de toda la gente. No es utópico, ¿por qué, rayos, habría que serlo? Es republicanismo ancestral, así nomás. “Pero hoy, los de abajo, los nadies, los que no hemos tenido voz, a los que nos han silenciado, a los que históricamente nos han silenciado, a los que históricamente nos han violentado, nos ponemos de pie para decir que vamos a ir de la resistencia al poder hasta que la dignidad se haga costumbre para nuestro país”. La lucha no es ni debe ser un proceso eterno. ¿Por qué aceptar esas prédicas fatalistas? Michael Onyebuchi Eze, investigador nigeriano-estadounidense, escribió “las ideologías no preceden a la historia”. Ese grafito, templado en la academia, es un axioma, porque las ideologías “nacen en respuesta a cuestiones que se plantean en una época determinada a fin de contrarrestar, corregir o erradicar una cierta mentalidad (o una ideología anterior)”. Francia Márquez Mina avanzó más allá del convencionalismo y de su historia personal y de la historia de las comunidades negras e indígenas para establecer esta decisión que jamás fatigará a las ánimas: Soy porque somos. Esa es su ideología. Sencilla y perdurable en los tiempos.

Que se sepa, se entienda y se aprenda de una vez: su movimiento no es un invento madrugador, hay siglos batallando por todos los medios necesarios por el Estar-Bien-Colectivo o sea la virtud pública en la costa afropacífica colombo-ecuatoriana. O como resumió John Samuel Mbiti (1931–2019), filósofo y escritor keniata: “Soy porque nosotros somos, y porque somos, soy”. Aporte a la renovación teórica del progresismo planetario, para transitar “las vías más andadas”, Antonio Preciado dixit. No es inspiración súbita, por favor, ni siquiera es una idea específicamente electoral; es volver a ser también en la amplia política, porque fue desde la política que mujeres y hombres de barrio adentro, de las veredas, de las comunidades, de las universidades fueron convertidos en nadies. Los y las nadies votan para elegir, pero son escasamente elegibles por los latifundistas del Estado colombiano. También en Ecuador y en el resto de las Américas.

Soy porque somos. Francia Márquez Mina tres palabras infinitas. Metáfora y paradoja marimbeando resonancias escamoteadas por siglos, allá en Colombia, pero de repente aplica la retórica de libertad, igualdad y fraternidad a la existencia individual y colectiva de los nadies. Y les propone exigir nada menos que la felicidad como resultado de la política. Es Ubuntu, miles de años filosofando sobre la plenitud de satisfacciones sin atropellar a los demás. Renovación ubuntológica de la política colombiana, por ahora solo allá. Axê.

Juan Montaño Escobar – Rebelión

 

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