Sería una necedad negar que Venezuela está inmersa en una grave crisis multidimensional. También es cierto que sus consecuencias son más evidentes en todos los niveles de la economía nacional. La insuficiente producción de materias primas para la agroindustria, la apariencia desértica de nuestras zonas industriales y el descenso en la dinámica comercial, entre otros factores, han incidido sustancialmente en el agravamiento de la situación. Este es el panorama más visible.
Esa es la realidad que toca minuto a minuto a todos los sectores sociales del país; en especial a la población de menos recursos, la más vulnerable de nuestra sociedad. Sin embargo, si hurgamos profundamente sobre ese asunto, es probable que logremos determinar con más precisión que el origen de la tragedia que pesa sobre Venezuela podría estar emparentada con el actual desempeño de los partidos políticos. Para salir de dudas con relación a esta óptica, vale la pena adentrarse un poco en el tema.
Efectivamente, la normalización de las estructuras organizativas en todos los niveles directivos de los partidos, constituye hoy una necesidad primaria nacional, cuya satisfacción es indispensable para el desarrollo y el ejercicio político del país. El reiterado retraso en la legitimación de los cuadros dirigenciales de la mayoría de las entidades partidistas, ha influido negativamente en el desenvolvimiento de la clase política venezolana. La ausencia de procesos electorales internos democráticos, entre otras consecuencias de consideración, ha generado un creciente distanciamiento entre los militantes de los partidos y sus liderazgos respectivos; uno de los vínculos más importantes y necesarios a los efectos de establecer y mantener una fluida comunicación entre un partido político y las comunidades urbanas y rurales de cada jurisdicción territorial. Por eso el trabajo partidista de calle hace tiempo que desapareció.
Otro vacío que ya es demasiado evidente, es la calidad y cualidad del mensaje político. A nadie, o a casi nadie, impacta el discurso insustancial de la dirigencia partidista; porque dista mucho del querer y el sentir de la población, incluso de los pocos seguidores que todavía tienen la esperanza de que sus líderes retornen al escenario protagónico que una vez ocuparon. Esta carencia es letal para la vida política nacional, porque automáticamente se imposibilita todo tipo de comunicación entre los partidos y los demás sectores sociales.
Es obvio que, si son deficientes las relaciones a lo interno de las organizaciones partidistas, muy escasas serán las posibilidades de dialogar y de entenderse a nivel interpartidista. La prueba más contundente de esta anomalía política, es la dificultad que ha prevalecido cada vez que se ha intentado materializar un acuerdo auténticamente unitario, experiencia que ha resultado un tanto traumática, sobre todo entre los partidos políticos que se oponen al actual régimen gubernamental venezolano.
Fundamentado en esa breve reflexión, sustentado en algunos de los principales escollos que deberían superar los partidos políticos y sus liderazgos, pienso que es irrelevante cualquier intento que se haga en este momento con respecto a candidaturas presidenciales para el 2024. Así mismo y como consecuencia de lo anteriormente expuesto, carece de sentido que en medio de ese panorama político, que podría calificarse de sombrío, se esté hablando de elecciones primarias. Un proceso de esta naturaleza requiere más que el deseo o la necesidad de realizarlo; es menester que se cubran todos los flancos que pudieron “hacer de una gracia, una descomunal morisqueta”.
Con este breve diagnóstico pretendo poner los puntos sobre las íes; los quebrantos de salud y sus efectos están descritos. La terapia apropiada corresponde aplicarla a los militantes y dirigentes de cada partido, con la urgencia que demanda la situación. Pero la sociedad democrática en general, debería ejercer la presión que esté a su alcance.
Educador / Escritor – urdaneta.antonio@gmail.com – @UrdanetaAguirre