Ángel Oropeza: De vuelta a los principios

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Es durante nuestros momentos más oscuros cuando tenemos que centrarnos para ver la luz. Aristóteles.

En épocas de incertidumbre, desánimo y confusión como las que corren, lo recomendable es volver a los principios, para recordar de dónde venimos y sobre qué se sustenta nuestra lucha. Y en esta vuelta para revisar los principios que nos inspiran, es más necesario que nunca recordar no sólo por qué nuestra lucha es esencialmente política sino –lo que es más importante – qué entendemos por ella.

Para los antiguos griegos, la política es la más sublime e importante de las actividades humanas, porque tiene que ver con la manera como el ser humano pueda alcanzar su realización y su felicidad. No en balde el papa Francisco, repitiendo una frase que en su oportunidad dijeron Pablo VI y Benedicto XVI, ha afirmado que “la política es una de las formas más elevadas del amor y de la caridad”.

Si la política tiene que ver con la realización y felicidad humanas, las situaciones de explotación y desgracia son consecuencia de la negación de la política, cuando se pierde, parafraseando a Andrés Stambouli en su obra La política extraviada, el cultivo de la persuasión, la tolerancia y el diálogo para resolver las diferencias, y se prefiere la represión y destrucción del adversario. La política es civilidad, y es un producto del progreso humano. La negación de la política y su transformación en guerra y coerción son sinónimos de primitivismo y subdesarrollo. Por ello, una de las tareas más urgentes hoy en Venezuela es el rescate de la política.

Ahora bien, esa tarea de rescate toca hacerla bajo el imperio represor de un modelo autoritario de dominación, el cual –por concepto– es la negación de la política. Porque una de las funciones de la política es darle poder a la gente, y cualquier poder transferido a la gente es un factor de contrabalanceo al poder del hegemón. Parte de esos poderes es el de decidir qué tipo de gobierno quiere la población. En democracia, eso es no sólo legítimo sino deseable. En dictadura, en cambio, tanto exigir que la gente decida como querer cambiar de gobierno son delitos. El reto entonces es aprender a hacer política en dictadura, lo cual no es ni fácil ni exento de gravísimos riesgos.

Es el momento entonces de aprender a hacer política de manera inédita, ya que inéditas son las circunstancias que enfrentamos. Y una buena forma de hacerlo, es –de nuevo– volviendo sobre las bases y principios que nos inspiran.

Sin pretender darle clases a nadie, y huyendo de cualquier pueril arrogancia de indicar a los demás lo que hay que hacer, creo que ese trabajo de hacer política hoy en Venezuela pasa, al menos, por 7 retos cruciales, a saber:

Centrar el esfuerzo principal en la promoción de la movilización social y la presión cívica permanente y progresiva. Para ello, lo clave es organizar y vincular entre sí las distintas y legítimas manifestaciones de indignación y descontento popular que se suscitan a diario a lo largo y ancho del país. Con la necesaria combinación de acompañamiento solidario y pedagogía política, tratar de convertir las luchas reivindicativas de los distintos sectores sociales en una gran lucha por la liberación democrática de Venezuela. Sin presión social cívica, sostenida y creciente, ninguna modalidad de cambio político será siquiera posible.

En modelos autoritarios de dominio como el que sufre Venezuela, lo que funciona es la vuelta a la micropolítica, esto es, la política del cara a cara, de las pequeñas reuniones, del contacto personal, callado, que no genera titulares de prensa pero va construyendo genuinas redes de fortaleza social para enfrentar lo que viene.

Con respecto a lo anterior, no olvidar que quienes aspiren  a contribuir en la trascendental tarea de liderar a un pueblo y acompañarlo hacia su liberación, deben comenzar por conocerlo, por atreverse a tocarlo, por permitirle que hable y no sólo que escuche. Deben comprender que «hablar y compartir con el pueblo» es lo único que en justicia permite el atrevimiento  de «hablar del pueblo»

El momento político exige, en vez de una narrativa, una auténtica didáctica. Hay que pasar del lamento, de la queja sobre la situación, a la explicación de por qué la tragedia, cuáles son sus causas y responsables. Darle contenido explicativo al discurso político. Qué se haría de distinto cuando llegue el momento de gobernar. Los venezolanos no merecen, además de sufrir tanto, oír sólo la voz y los argumentos de quienes los explotan y oprimen.

Acumular fuerza y no sacrificarla en “batallas finales” o en “objetivos terminales” irreales. Superar el tentador pero engañoso “todo o nada” y optar por una ruta que desencadene procesos progresivos y metas acumulativas y sostenibles.

Recordar que la clave de toda estrategia política exitosa es erosionar la unidad del adversario mientras se fortalece la propia. Por tanto, evitar la tentación de dividir a quienes tenemos en común, desde nuestras diferencias y natural heterogeneidad, la esperanza en un país distinto, libre y justo. Huyamos de trampas que parecieran no abandonarnos, como la peligrosa ingenuidad de querer enfrentar partidos políticos con sociedad civil, o a instancias organizadas de la sociedad civil contra otras. El afán infantil de querer constantemente “reinventar la historia” y arrancar siempre desde cero, olvidando que hay aprendizajes acumulados que no pueden desdeñarse ni ser dejados de lado, no es sólo es una muestra imperdonable de muy poca inteligencia política, sino uno de los mejores favores que se le pueden regalar a quienes nos explotan.

Y finalmente, entender que la meta más inmediata es mantener viva la esperanza. Combatir en todos los terrenos la generación tóxica de desesperanza que desde el gobierno y de otros sectores se siembra todos los días entre los venezolanos, y servir con nuestro comportamiento, lenguaje y actitudes, de preludio de las prácticas y nuevas formas de relacionarse con los demás y de hacer las cosas que el país merece.

 

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