José Luis Farías: Pompeyo Márquez, político de la democracia

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Su vida pudo ser de otro modo pero, según él, sucedió marcada por las “circunstancias”, transcurrió “con pasión, con ardor juvenil”, cambiando “al calor de los acontecimientos”.

Fue una existencia, dijo: “nutrida de democracia, tolerancia, comprensión, de respeto al otro”.

Valiosas virtudes que Pompeyo Márquez sobrepuso sobre otros fundamentos de su personalidad, omitidos quizás por modestia, que acentuaban su virtuosismo: Audacia, Coraje E intrepidez…

Todas ellas prendas de quien vive intensa y peligrosamente. Valores todos que ni siquiera sus adversarios políticos más enconados pudieron nunca negarle.

En su libro autobiográfico “Pompeyo Márquez contado por sí mismo”, asegura no haber sido “fatalista” ni creer “en el destino”.

Aunque acepta que la realidad le ha hecho torcer su vida pues, como le oí decir muchas veces con picardía, a modo de axioma:

“No todo sale a pedir de boca, hay que dejarle una parte a la vida”.

O a “la fortuna”, para decirlo con Nicolás Maquiavelo, autor siempre útil a la hora de explicar la actuación de los hombres en política.

100 años no son nada

El año de su nacimiento, 1922, un 28 de abril es, por coincidencia, el año del “Reventón” del pozo “Los Barrosos 2”.

Si bien la explotación comercial del petróleo venezolano había arrancado en 1914, es a partir del sorprendente “reventón” que, por seis días consecutivos, arrojó sin control más de un millón de barriles de crudo por los lados de la costa oriental del Lago de Maracaibo, el momento que marcó el gran empujón a la explotación de la riqueza petrolera que haría grande a la pequeña y estable economía venezolana.

Así, en el año fiscal 1926-1927, el petróleo se convierte con creces en la principal fuente de ingresos del país. Los capitales de las grandes empresas petroleras del mundo se instalan en Venezuela atraídas por el “Reventón” para cambiar la fisonomía de la nación.

Inversiones que dieron origen a una poderosa industria petrolera y, con ella, a una clase obrera en la cual concentraron sus mejores esfuerzos los pequeños grupos de comunistas venezolanos, a cuyo partido se afiliaría Pompeyo Márquez en 1939.

Tal decisión ocurrió después de una pasantía desde 1936 por el PDN, impactado por las figuras de Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt y la pléyade de dirigentes estudiantiles de 1928 que estaban decididos a construir un sistema democrático en la nación.

“El flaco” Alfredo Padilla me refiere una anécdota que le contara el mismo Pompeyo sobre su decisión de abandonar el PDN e irse al PCV, un hecho que ilustra la disciplina y seriedad con que Pompeyo había asumido la militancia partidista. “Yo había tomado la decisión de abandonar el PDN, pero el día anterior a mi partida debía cumplir con una tarea asignada por el partido. Así que cumplido a cabalidad mi compromiso partidista hasta el último día, al día siguiente me fui para el PCV”.

De primeros pasos y pérdidas

De ese breve tránsito cuenta entre sus actividades el respaldo en la calle a la “Huelga Petrolera” de 1936, así como sus primeros carcelazos, por andar metido a político de democracia.

La muerte de su padre, Octavio Márquez Fuenmayor: un “general chopo e’ piedra”; ganadero, de familia “acomodada” de Falcón; dueño de una concesión de parte de la isla Orocopiche en el medio de río Orinoco frente a Ciudad Bolívar y de quien no conservó ningún recuerdo, lo deja huérfano a la edad de seis años.

Esto le dio un fuerte giro a su vida. La viudez obliga a su madre, Luz María Millán, a migrar a Caracas poco tiempo después, tras perder la considerable herencia de su esposo a manos de “unos vivos” de siempre.

Esto cambió las condiciones de vida de la familia e hizo de Pompeyo un trabajador de temprana edad dada su condición de “hijo mayor”.

Las circunstancias familiares y nacionales producen otra significativa jugada en su destino: en Caracas, Pompeyo Márquez, el entonces adolescente que estudia y trabaja frisando apenas los catorce años de edad, nace a la política el mismo día que nace la democracia en Venezuela: el 14 de febrero de 1936.

Generaciones gloriosas

Según escribe Domingo Alberto Rangel en 1966 en su libro La Revolución de las Fantasías:

“Pertenece Márquez a las promociones de dirigentes que surgen de aquella cantera que fue la irrupción popular de 1936”.

En adelante, el joven Pompeyo además de “presenciar y participar tímidamente” de la ira popular de ese día contra los gomecistas, decide “meterse en la historia” –como diría su amigo Manuel Caballero– para intentar cambiarla con un poderoso convencimiento.

Días después, junto a Juan Molina y Mercedes Lobatón, va a la esquina de Miracielos a tocar las puertas de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV):

“Nos inscribimos –evoca en su biografía–, tomamos nuestro botón y la simbólica ‘boina azul’ que rememoraba las jornadas estudiantiles de 1928”.

Salieron los amigos convertidos en activistas, “vendedores de “La Voz del Estudiante”, repartidores de volantes y “pegadores de afiches”.

Nunca más abandonó la calle: pasó el resto de su vida luchando, combatiendo a “los autoritarismos militares y a favor de la libertad y la democracia”.

Desde ese momento y por el resto de su vida sería un Político de Democracia.

Forjado en la lucha  

Y se preguntarán ustedes, ¿Puede un comunista ser un político de democracia? Pues sí. La lucha política con la que arranca Pompeyo es una lucha con los instrumentos principales para construir la democracia: partidos, sindicatos y organizaciones civiles.

De esos instrumentos de democracia se va nutriendo nuestro novel activista, quien pelea por una prensa libre, elecciones, libertad de asociación en organizaciones civiles y partidos políticos, libertad de manifestar. Derecho a huelga.

Lo hace en la calle, con protestas, concentraciones, marchas y huelgas, son las novedades del combate político que han dejado atrás las viejas montoneras caudillistas.

El político de democracia lleva sus aspiraciones a las calles, barrios y fábricas. Agita, reparte volantes, prepara reuniones para la organización, confronta ideas en asambleas, amplía la comprensión de las grandes masas, agita el fervor popular en mítines, se mueve en marchas para conquistar objetivos políticos y reivindicativos.

Pero, igualmente, forja su espíritu combatiente y fortalece sus convicciones ideológicas en la reflexión que deja el aprendizaje de horas infinitas de voraz lectura, estudio y discusión.

Plasma ideas en los periódicos hasta convertirlos en importantes instrumentos de organización, agitación y formación.

Todo ello y más son las novedades que hacen a Pompeyo y a muchos otros políticos de democracia pues, también, son políticos por la democracia.

“Antes la muerte que una nueva dictadura”…

Pompeyo recibe su agua bautismal política en la calle, en ese novísimo escenario donde va adquiriendo los aperos que le proporciona la naciente sociedad democrática surgida al calor de la más gigantesca movilización popular que conociera hasta entonces el país.

Nos referimos a la marcha del 14 de febrero que va desde la Universidad Central de Venezuela –situada entre las esquinas de Bolsa y San Francisco, en pleno centro de Caracas– encabezada por el rector Dr. Francisco Rísquez.

La manifestación va camino al Palacio de Miraflores, sede de la Presidencia de la República, a reclamar libertades democráticas y abre el período más fructífero de las luchas por la democracia del siglo XX venezolano.

Su impacto se extiende por el resto del año. Y del siguiente, en intensas y sorprendentes jornadas de lucha que cambiaron la forma de hacer política en el país.

Es en la movilización callejera donde la sociedad democrática, y Pompeyo –como parte anónima de ella moviéndose entre la ingenuidad y la atracción por la novedad– cambiará su vida, fortaleciendo la voluntad de lucha por las libertades democráticas y la conquista del respeto a los derechos humanos fundamentales.

“En 1936 era un muchacho sin ninguna experiencia ni cultura política –rememora Pompeyo–, pero era una ‘esponja’ que asimilaba con rapidez cuanto oía”.

Entre esos aprendizajes le quedó grabada una consigna que repetían hasta la saciedad los estudiantes y que sintetizaba el inmenso espíritu democrático que impregnó a la sociedad venezolana de entonces: “antes la muerte que una nueva dictadura”.

Un sentimiento poderoso que, ajustado a las posteriores circunstancias de los distintos momentos históricos, han conservado hasta el presente los venezolanos.

Así siguió también la historia de Pompeyo como “Santos Yorme” en la clandestinidad contra la dictadura perezjimenista, en el debate sobre “el repliegue” y la “paz democrática”, la fundación del MÁS, su tránsito como ministro del segundo gobierno del presidente Rafael Caldera y sus luchas desde la Coordinadora Democrática contra el autoritarismo chavista.

Porque la oposición a la dictadura no es otra cosa que la democracia por la cual se sigue luchando. Por la que Pompeyo dio hasta su último aliento. Sin descanso. Sin remordimiento.

 

 

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