-Los egipcios fueron los primeros en expresar la opinión de que el alma es inmortal y que cuando el cuerpo muere se introduce en el organismo de un animal que nazca en ese momento, pasando así de un vertebrado a otro, hasta recorrer los espíritus de todas las criaturas que habitan en la tierra, el agua, y el aire, después de lo cual vuelve otra vez a un cuerpo humano y nace de nuevo. El periodo completo de la transmigración –dicen- es de tres mil años. Herodoto. Libro II. Capítulo 123.
-Toda filosofía y toda ciencia de la naturaleza llegan finalmente y por la fuerza misma de las cosas a las últimas causas que envuelven los enigmas anímicos y mueven el mundo material. Ningún hombre hasta hoy ha logrado concebir propiamente esas causas; por eso han sido designados esos íntimos misterios de la realidad con innumerables nombres.
-“La Akasha –causa incausada- de los primitivos escritos védicos; lo Incognoscible, del Sama-Veda; el As, de la posterior filosofía hindú; el Nun, de los egipcios; el Fuego vivo, de Zoroastro; el Télema, de Hermes Trísmegisto; el Logos, de los alejandrinos; el Fuego que todo lo constituye, de Heráclito; los conceptos ignis subtilissimay physos, de Hipócrates; la Idea y el concepto del alma, de Platón; la Entelequia, de Aristóteles, resucitada en los tiempos modernos por Hans Driesch; la luz astral, En-Sof (causa primera de lo infinito); Ajim (Nada, la originalidad de lo originario, misterio de los misterios,, “el largo rostro”), de los cabalistas; el pneuma, de Galeno; la quinta essentia y el Azoth, de los alquimistas; el spiritus subtilissimus de Newton; el alcahul, de Paracelso; el fluído universal , de Van Helmont; el Absolato (sujeto-objeto) de Schelling; la Idea, de Hegel; la Cosa en sí de Kant, la Intelectualidad orgánica, de Vogt; lo Inconceptuable, de Herbert Spencer; La monada , de Leibniz; La Voluntad, de Schopenhauer; el Inconsciente, de Harimann: la libido y el impulso erótico, de Freud; el Instinto de poder y el Instinto del deseo, de Adler; el Impulso vital, de Bergson; el Fluido magnético, del mesmerismo; las auras irradiantes, del Barón de Reichenbach y de Carl du Prel; el concepto de energía, de Ostwald; la sustancia, de Buchner y Haeckel; el Gran Misterio, de Maeterlinck, el Concepto oculto, de Uexkull; la primera causa de las causas; el todo que es la nada, y la nada, por lo que todo existe, el elemento originario de todo moderno materialismo, la prothyle, al igual que el éter, infinitamente misterioso, los imponderables, la materia inconmensurablemente sutil, el electrón , el protón el positrón y el neutrón, etc. todas esas bonitas palabras y los conceptos que tras ellas se ocultan fueron punto de partida o resultado de una intensa actividad espiritual. Sobre esos vocablos se construyeron sistemas filosóficos nuevos, en los cuales, solo las expresiones eran nuevas. Se debatió y se combatió mucho sobre tales términos.
En tales enunciados encubridora de los últimos misterios pusieron los filósofos su vida entera, todo su tesoro espiritual y sentimental. Creyeron en último término haberse acercado a la verdad con ayuda de aquellas palabras. Sin embargo, ninguno de ellos consiguió descubrir algo de las causas propiamente ultimas, de la mística del principio y del fin, y no resolvieron ningún misterio celeste”, señala, el doctor Franz Volgyesi, en su libro “El alma lo es todo”, donde estudia las denominaciones del Alma en la Historia,
-En sus interesantes y amenos relatos que llevaron a cabo el matrimonio, alemán Bertnatzik en las junglas de Indochina, publicadas, en 1938, bajo el título: ”Viajes de Exploración por las selvas de Indochina”, relatan que los semang, pigmeos nómadas, les hablaron de la inmortalidad del alma humana, que después de la muerte de las personas, sigue vagando por la jungla, se posa en los arboles, las rocas y las cumbre de los montes y, a la par que se venga de los enemigos de los difuntos, puede llamar a si a sus parientes.
-Cuando un soberano inca fallecía, se abandonaban sus palacios y todos sus tesoros; con la excepción de los que se aplicaba a su entierro, sus muebles y vestidos quedaban como el difunto los había dejado, y sus numerosas residencias, se cerraban para siempre. El nuevo rey tenía que proveerse otra vez de lo necesario para sostener el lujo de su posición. Esta costumbre se fundaba en la creencia popular de que el alma del difunto volvería después de algún tiempo, a animar de nuevo su cuerpo en la tierra, siendo conveniente que encontrase sus cosas en el mismo estado en que se hallaba al morir. (1)
-El oro, según todas las probabilidades, es el primer metal con el que los hombres han adornado y fabricado los objetos para su uso. Ningún otro requiere, además, para su manipulación, un utillaje tan sencillo. Esta simplicidad explica, durante muchos siglos, el instrumental de los orfebres se ha diferenciado tan poca cosa del que empleaban sus predecesores, los artesanos de la prehistoria. Pero es muy difícil precisar, ni aún haciendo las más liberales concesiones a la cronología, la época en que sucedió todo esto. Los documentos más antiguos relacionados con esta ardua cuestión, se remontan a la plurimilenaria civilización de Egipto.
Pertenecientes a una época, que se sitúa alrededor del año 4.100, antes de Jesús, han sido encontradas algunas inscripciones en las que aparece el signo con que los antiguos egipcios representaban el oro. En Abydos, en la tumba del Kendenes-Djer, tercer monarca de la primera dinastía que reino hacia el año 4000 antes de nuestra era, este oro aparece ya materializado en forma de unos brazaletes incrustados en piedras semipreciosas, de un cuidado y fino trabajo, dentro de la tosquedad del estilo. (1)
-Uno de los países donde el oro antiguamente abundaba, era Etiopia. Sus minas continúan produciendo metal aurífero, mientras que sus contemporáneas de Nubia y Egipto han sido abandonadas hace siglos a causa de su progresivo empobrecimiento. El oro era allí tan corriente, que se empleaba en los menesteres más triviales. Salvio habla de una montaña de polvo aurífero de varios metros de altura, y Herodoto, refiere el asombro del conquistador Cambises, rey de Persia, al ver que eran de oro las cadenas que empleaban los etíopes para sujetar a los prisioneros. Fuese con motivo de esta abundancia o por cualquier otra causa, los nativos concedían a este metal un valor secundario en relación con la plata. Así en las antiguas inscripciones de los etíopes aparece siempre invertido él orden de enumeración de ambos, colocándose el oro después de la plata. (1)
-En el manuscrito del siglo XII o XIII Tractatus Lombardicus, que celosamente se guarda en Cambridge se encuentra esta receta para la fabricación de lo que el monje Teófilo llama “oro español”. Teófilo Lombardo se llamaba, debió ser el nombre que adopto al vestir los hábitos y el lombardo sólo indica que en Lombardía vivió. Fue un gran artista, un teórico de la pintura, pero no supo sustraerse a las seducciones de la alquimia, como le sucedía a todos los espíritus de su época.
“El oro español, advierte el monje Teófilo se compone de cobre rojo, polvo de basilisco, sangre humana y vinagre. Los gentiles –España se hallaba entonces bajo la dominación árabe- se procuran los basiliscos de la siguiente manera: colocan bajo la tierra, dejando un conducto para la ventilación, una jaula en la que encierran dos gallos de doce a quince años, a quienes se alimenta con largura. Cuando estos animales están bien cebados, con el calor que les proporciona sus propias carnes, se acoplan y ponen huevos.
De estos huevos salen unas crías macho, a los que al cabo de siete días le crecen colas de serpiente. Se encierran entonces en grandes vasos de cobre, cubiertos de agujeros y se les entierra durante seis meses, dejando que se nutran con la tierra que penetra por los orificios. Se retiran entonces los vasos y se les somete a fuego vivo hasta que los basiliscos quedan convertidos en cenizas. Cuando se han enfriado, se les mezcla con un tercio de sangre de varón. Se pulveriza bien la pasta y se le añade vinagre fuerte. Se toman entonces láminas muy delgadas de cobre bien pulidas y se aplica por cada lado, una capa de esta preparación. Cuando la tintura haya penetrado en el cobre de parte a parte, el metal adquirirá el peso y el color del oro. Este oro –termina Teófilo-, es propio para todos los casos.”
-Soñar con oro: afán de poder y dominio. Personalidad muy ambiciosa. En este caso la ambición entra en la fase “la codicia rompe el saco”, o sea, del que todo lo quiere y a la larga todo lo pierde.
Bibliografía consultada:
(1) Reginald P. Hopkins. Historia del Oro. 1947
Muñoz Espinalt. El sentido de los sueños. 1956
giselaoo@gmail.com