Román Ibarra: Juego trancado

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La crisis venezolana de hoy es peor que la que vivimos en tiempos de los golpes de estado del 92, cuando los golpistas, articulando un discurso de falsa redención de los desposeídos, irrumpieron contra el gobierno legítimo en un acto de traición a la patria, mediante la utilización de las armas que la República les confió para su defensa, y no para destruir sus instituciones.

Esa traición no fue cobrada por el sistema como correspondía, sino que por el contrario, fue cohonestada por sectores coludidos con el golpismo, entre los que se encontraban los llamados Notables; medios de comunicación; empresarios; dirigentes de partidos; es decir, una conspiración multifactorial que alcanzó la cúspide de su maldad en dos momentos  y un solo personaje.

Si, en primer lugar luego de la insurrección, y cuando todo el mundo esperaba un consenso discursivo en defensa de la democracia desde el Congreso, el súper ambicioso de Caldera, aprovechó para clavarle una puñalada al gobierno de Pérez mediante la justificación del golpe de esa madrugada del 4F/92.

Luego de los golpes y la continuación de la conspiración desde distintos flancos, incluyendo el juicio arreglado del que fue objeto, el gobierno de Pérez II, hizo aguas, y hubo necesidad de producir un consenso en torno a la figura del Dr. Ramón J. Velásquez, para llevar el período a su finalización mediante la convocatoria a elecciones presidenciales.

En el ínterin, Caldera logró abrirse espacio suficiente para concitar alianzas que lo llevaron a la Presidencia por segunda vez, y ahí sí, coronar su traición, sobreseyendo la causa del criminal golpista y su gente. Vale la pena recordar que ese año 92, Venezuela gracias a la rectificación económica que auspiciaba el gobierno, creció económicamente más que todos los países latinoamericanos.

Hizo Caldera un gobierno gris, creador de una espantosa crisis financiera arrastrado por sus odios y venganzas, y se echó en los brazos de Alfaro para poderse mantener a flote  con la fuerza parlamentaria de AD.

Hoy, luego de 23 años ininterrumpidos, siguen en el gobierno los mismos herederos del golpismo, pero ahora con un país destruido in extremis por su mediocridad. Sin luz; ni agua; ni hospitales; ni transporte superficial o subterráneo; sin universidades; sin empleo ni salarios dignos; con presos políticos.

Todo ese mal ya fue causado, y ahora hay que repararlo. El problema es que el gobierno que dispone de todo el poder, incluso el parlamentario que le fue regalado por la abstención reiterada de la autodenominada ¨oposición legítima¨, no se atreve. No termina de arrancar.

Por su parte, quienes estaban llamados a construir la alternativa al desmadre, terminaron siendo peores; mediocres e irresolutos, a pesar de la inmensa ayuda popular con el triunfo parlamentario de 2015, y la mil millonaria ayuda internacional dilapidada en usos particulares; en golpes chimbos, y en la dolce vita de la que disfrutan los de la nómina del llamado G4.

El gobierno seguirá en lo suyo, y a pesar de sus divisiones internas, se unirán por razones de supervivencia. El drama es en la oposición, porque ninguno de los que se sienten ¨ungidos¨, tiene con qué.

Urge la construcción de un consenso en torno a la construcción de un programa de políticas públicas que todos respaldemos para  rescatar la democracia y avanzar hacia el desarrollo. Modernizar el Estado supone eliminar la reelección presidencial definitivamente; el RR; la Constituyente,  abrir la economía y ofrecer confianza para que haya muchas inversiones nacionales e internacionales.

Del mismo modo, promover la segunda vuelta presidencial para darle gobernabilidad al sistema, y volver a la bicameralidad, para garantizar no solo la representación del pueblo, sino de los estados federales.

Solo luego, un consenso para seleccionar un líder de transición que dirija esa política, ir a elecciones y derrotar al gobierno. No hay otra.

@romanibarra

 

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