Los dirigentes chinos, famosos por su pragmatismo, se han obsesionado con mantener el virus bajo control, hasta el punto de poner en peligro no solo la economía nacional, sino la del mundo, promoviendo el desacople global.
Las imágenes del confinamiento de Shanghái seguramente no son tan preocupantes para los observadores occidentales como la guerra de Ucrania, pero las consecuencias negativas de las políticas de Covid cero de China podrían ser más perjudiciales para la economía mundial que la invasión rusa. Hay dos razones para ello. La primera y más obvia es que la economía china es diez veces mayor que la de Rusia y muchas más que la de Ucrania. En segundo lugar, los responsables políticos chinos, conocidos desde hace tiempo por su pragmatismo, parecen haberse obsesionado con el control del virus, hasta el punto de anteponer dicho objetivo a lo que siempre se ha considerado la meta suprema de China: lograr un alto crecimiento económico.
De hecho, desde mediados de marzo de este año, la “política dinámica de Covid cero” china ha dado lugar a la introducción de restricciones a la movilidad en varias ciudades que representan el 40% del producto interior bruto del país. Algunas de esas ciudades son ahora objeto de confinamientos draconianos, incluida la ciudad más importante en términos de tamaño del PIB: Shanghái. Con cerca del 5% del PIB nacional y ostentando la bandera del centro financiero terrestre más importante de China, Shanghái lleva más de un mes bajo un confinamiento estricto. El consumo en marzo se desplomó, con un crecimiento negativo de las ventas al por menor (-3,5%), sobre todo de los restaurantes (-18%).
Las autoridades locales se han esforzado por crear resquicios legales para que la capacidad manufacturera de Shanghái no se vea afectada, pero muchas fábricas no han podido operar y han detenido temporalmente sus líneas de producción. Más allá de la dificultad para mantener a sus trabajadores bajo el paraguas de los resquicios legales, la logística de recepción de insumos para la producción y el transporte de los productos finales desde la fábrica hasta el cliente se ha convertido en una pesadilla. La mitad de las autopistas chinas parecen cerradas, según la información de los GPS locales, mientras puertos y aeropuertos funcionan de forma ineficiente debido a las restricciones de movilidad y a las normas de cuarentena transfronterizas. Los datos del índice PMI de abril publicados en los últimos días confirman la grave debilidad de la economía china. Sobre todo, el sector de los servicios, pero también el manufacturero se encuentran en territorio de recesión.
La mitad de las autopistas chinas parecen cerradas, mientras puertos y aeropuertos funcionan de forma ineficiente debido a las restricciones de movilidad y a las normas de cuarentena transfronterizas.
Las consecuencias de la rápida ralentización de China en el resto del mundo ya son perceptibles. Las importaciones chinas se han desplomado en marzo. Las normas de cuarentena impuestas recientemente a las mercancías importadas añaden obstáculos a la importación de bienes. Por si esto fuera poco, las restricciones a la fabricación son claramente una gran sacudida para la economía mundial, ya que China exporta hasta un tercio de los bienes intermedios del mundo. Si añadimos a la ecuación los problemas de transporte derivados de las restricciones a la movilidad transfronteriza, y que se reflejan en el aumento de los costes de envío, parece claro que las cadenas de suministro mundiales se van a ver alteradas.
Más allá de la reducción de la movilidad interna, no podemos olvidar que desde que comenzó la pandemia de Covid a finales de enero de 2020, las fronteras de China están cerradas al mundo. Esta situación tiene una importante –pero por desgracia negativa– repercusión en la economía mundial. Una consecuencia inmediata es la caída en picado del número de intercambios físicos entre China y el resto del mundo, tanto de turistas como de negocios.
En el caso de los turistas, el cierre ha causado estragos en las economías de varios destinos turísticos habituales para los viajeros chinos, como Tailandia. La ralentización de los intercambios comerciales, por su parte, es una de las principales razones por las que la inversión extranjera directa de China en el exterior se ha estancado desde que comenzó la pandemia. Esto es muy relevante para las economías emergentes con grandes necesidades de financiación, ya que dependen del capital externo para construir sus infraestructuras y mejorar su capacidad industrial.
El cierre ha causado estragos en las economías de varios destinos turísticos habituales para los viajeros chinos, como Tailandia.
La segunda consecuencia no deseada es la creciente incomprensión entre China y el resto del mundo. El número mucho mayor de casos de Covid en la mayoría de los países, en comparación con China, desarrolló una fuerte impresión entre los ciudadanos chinos de seguridad en casa y de riesgo en otros lugares, lo que dio lugar a un interés decreciente en el resto del mundo.
Obviamente, esto no augura nada bueno para la futura colaboración científica o empresarial entre China y el resto del mundo, aunque es muy difícil medir su impacto inmediato en la economía mundial. Un buen ejemplo de lo mucho que contribuyen las restricciones fronterizas a las visiones distópicas del mundo exterior es la actual situación de la economía mundial en relación con la guerra de Ucrania y sus devastadoras consecuencias.
En definitiva, la política de Covid cero podría hacer estragos en la economía china si continúan los cierres. Y esto también afecta al resto del mundo, con consecuencias para la economía global. Más allá de la reducción de la demanda de importaciones de China, un efecto aún más inmediato es la inflación, dada la dependencia del mundo de la producción china de bienes intermedios. Por último, la falta de intercambios con el resto del mundo durante cerca de dos años y medio constituye una fuerza de desglobalización adicional y, en concreto, una fuerza de desacoplamiento entre China y Occidente, más allá de las muchas ya experimentadas.