Las palabras de este título han estado en la palestra política en los últimos veinte años. Algunos utilizan equivocadamente las dos primeras casi como sinónimos. Las dos últimas son claras. Quien es colaboracionista, indudabemente cohabita con un régimen dictatorial, con un ejército invasor o con el narcotráfico. Quien, por diferentes razones, decide cohabitar, no necesariamente es un colaboracionista.
Francisco de Miranda decidió cohabitar con el realista Monteverde al evaluar que no disponía de fuerzas para enfrentarlo. Simón Bolívar cometió un acto de colaboracionismo al hacer preso a Miranda y entregarlo al enemigo. El mariscal Petain pactó un armisticio con Hitler para supuestamente evitar que el nazi se apoderara de toda Francia. Inicialmente, fue un intento de cohabitación aplaudido por muchos franceses de la zona de influencia del gobierno de Vichy. Desafortunadamente, poco después se convirtió en colaboracionistas de los invasores. En aquel entonces, el general De Gaulle fue considerado por muchos como un fanático iluso, por predicar que había que ofrecer resistencia a los invasores.
Refiriéndonos a nuestro presente, muchos tildan de colaboracionistas a quienes son partidarios de intentar continuar las negociaciones entre el régimen y la oposición. También a quienes predican que la opción es acudir a votar, y a quienes solicitan el levantamiento de las sanciones que aplica Estados Unidos. Calificar de colaboracionistas a quienes sostienen, equivocadamente o no, los mencionados puntos de vista es un signo de intolerancia e incluso una calumnia. Colaboracionistas son quienes se plegaron al régimen por una curul o por alguna canonjía.
Cuando los trabajadores petroleros nos sumamos al paro cívico, convocado por todos los partidos de oposición, por la Confederación de Trabajadores de Venezuela y por Fedecámaras, fue para intentar evitar la politización de Pdvsa. Los resultados están a la vista. Corrupción, ineficiencia operativa, accidentes, aumento innecesario de la nómina, además de donación de nuestro petróleo y productos derivados a otros gobiernos. De haber cohabitado con los rojos nos hubiese convertido en cómplices. Optamos por defender principios y valores.
El caso de los empresarios es complejo. En Venezuela, pocas empresas pueden subsistir si tienen una relación crítica al régimen ¿Deberían inmolarse en una situación en la que perciben que los políticos de oposición no se ponen de acuerdo para enfrentar al régimen con una estrategia común y en la que abundan las descalificaciones entre los mismos dirigentes? Es lógico que conversen con los jerarcas del régimen, pero deben cuidarse de no pasar de la convivencia a la complicidad. Como dijo Julián Marías en su conocido artículo Convivencia y complicidad: Se puede convivir con los muy distintos, incluso adversarios, pero no “colaborar” con ellos, aceptar sus supuestos, dar por bueno lo que parece pésimo.
Otro punto que divide al sector opositor es si debemos abstenernos o votar en las próximas elecciones que, nos guste o no, se realizarán en el 2024. Es evidente que el Consejo Nacional Electoral hace lo que el régimen le ordena; decidió que el conteo de las papeletas no tiene valor; el Registro Electoral está desactualizado y no es confiable; los empleados subalternos del CNE son en su casi totalidad del partido oficialista. Si la oposición no tiene testigos confiables, los rojos votan por los ausentes y permiten el voto acompañado como medio de coacción.
A pesar de estos contratiempos, por decir lo menos, hemos ganado gobernaciones, alcaldías, diputaciones y un referendo, cuando hemos estado organizados y unidos. Algo que nos cuesta aceptar es que Chávez tuvo inicialmente mayoría; gradualmente la perdió, pero la recuperó por las Misiones y recursos por los altos precios del petróleo. Maduro nunca ha tenido mayoría y gracias a la alcahuetería del Tribunal Supremo de Justicia ha inhabilitado a candidatos y desconocido elecciones. En el 2005 los partidos decidieron la abstención porque estaban conscientes de que no obtendrían más de una docena de curules. Seguir predicando la abstención es un suicidio político. La mayoría lo hacen de buena fe. Otros no tanto.
Es constitucional que la Fuerza Armada intervenga para restaurar la Carta Magna. Eso no depende de los civiles, aunque podríamos crear un clima propicio si ofrecemos una alternativa confiable de gobernabilidad, mediante pacto a mediano plazo y un candidato que no tenga rechazo. Además, que cesen las descalificaciones dentro de la oposición. Hoy es imposible que los militares intervengan y después se queden con el poder. Tendrían que proceder como el 18 de octubre de 1945 y el 23 de enero de 1958, es decir, entregar el poder a los civiles. Mientras sucede algo que es posible, pero quizá poco probable, no queda otra vía que dar la pelea en el terreno electoral. Por otra parte, las sanciones deben permanecer e incluso intensificarse, para intentar que el régimen acepte realizar una elección limpia. Quizá esto no se logre, pero hay que intentarlo.
En la oposición hay quienes consideran que no se debe negociar y que no se debe votar. ¡Qué bueno que haya venezolanos que defiendan estos puntos de vista! Debemos respetarlos y ellos deben respetar a quienes pensamos lo contrario. Insultos y descalificaciones mutuas solo benefician el régimen.
Como (había) en botica: El pasado 28 de abril habría cumplido cien años Pompeyo Márquez, político que luchó para defender sus ideas y reconocer sus errores. En un medio en el que abunda la corrupción fue un venezolano honesto. Disfruté y aprendí de sus prédicas semanales cuando nos reuníamos en la Mesa de Reflexión que convocaba Alberto Quirós Corradi. No olvido la bochornosa escena protagonizada por un mequetrefe estudiante del Pedagógico, que tuvo la osadía de llamarlo fascista. Lamentamos el fallecimiento de Daumiro Romero, compañero de Gente del Petróleo y de Unapetrol. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
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