Stefanie Babst: Una estrategia para contener a la Rusia de Putin

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Más de dos meses después de que Rusia lanzara su campaña militar contra Ucrania, es obvio que no habrá un despertar rápido y redentor de esta pesadilla. Por el contrario, después de su fallida ofensiva en el norte contra Kiev, Rusia está utilizando una fuerza brutal para tratar de conquistar la región de Donbás, vital económicamente, y grandes partes del sur de Ucrania.

El presidente ruso, Vladímir Putin, parece creer que está en el camino de la victoria. No muestra ningún signo de abandonar sus fantasías enfermizas de subyugar al Estado ucraniano; tampoco ha alterado su objetivo estratégico de cambiar el mapa político de Europa por la vía militar. A pesar de las inmensas pérdidas de las fuerzas rusas, el Kremlin continúa con su curso de acción. Incluso un estancamiento militar no sería demasiado desastroso para Putin, ya que le permitiría seguir alimentando su narrativa de que la OTAN supuestamente representa una amenaza existencial para la seguridad rusa, y negociar con Kiev desde una posición de fuerza militar. Sobre todo, Putin parece estar seguro de que Occidente no podrá sostener políticamente un conflicto militar prolongado e indirecto con Moscú y que la solidaridad con Kiev se desmoronará tarde o temprano.

Coalición mundial de apoyo a Ucrania

La creación de una coalición mundial liderada por Estados Unidos en apoyo a Ucrania ha sido una señal muy positiva en estas últimas semanas, por lo demás caóticas. La reunión que tuvo lugar en la Base Aérea de Ramstein (Alemania) el 26 de abril tenía por objeto evaluar la actual ofensiva rusa en el este ucraniano y debatir cómo garantizar el flujo continuo de ayuda en materia de seguridad para Ucrania, además de abordar las necesidades militares y de seguridad del país a más largo plazo.

Un total de 40 países asistieron a la reunión, entre ellos Israel, Australia, Kenia, Túnez, Corea del Sur y Japón. Participaron todos los miembros de la Unión Europea y de la OTAN. Según el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, el nuevo grupo de contacto mundial seguirá reuniéndose mensualmente.

La creación de una estructura internacional permanente no podía ser más oportuna. Mientras los aliados de la OTAN siguen enviando, de manera individual, equipos letales y no letales de todo tipo a través de las fronteras de Ucrania, y dado que ninguno se postulaba como coordinador del flujo de ayuda militar ni había acuerdo en torno a ello, era esencial que Washington tomara la iniciativa.

Ya en marzo, el Mando Europeo de EEUU creó una nueva unidad denominada Centro de Control Europeo de Ucrania (ECCU, por sus siglas en inglés) para coordinar y sincronizar las entregas de equipos de Washington y sus socios. Otros 15 países asociados –entre los que se encuentran miembros y no miembros de la OTAN– han dotado al centro de personal. Elevar la cuestión de un nivel táctico a un nivel político sénior constituye un paso de crucial importancia para ayudar a los ucranianos a tener una muy necesaria visión general de los suministros militares recibidos y mejorar su planificación y entrenamiento militar-operativo.

Hacer retroceder a Rusia

Sin duda, la temeraria agresión de Rusia ha creado una nueva realidad para la seguridad europea, una en la que los principios fundamentales se impugnan mediante el uso de la fuerza. La ambición del Kremlin de recrear una esfera de influencia y negar a otros países el derecho a elegir su propio camino va a persistir durante mucho tiempo. Diseñar una estrategia más amplia y bien coordinada internacionalmente contra el régimen de Moscú parece ser el siguiente paso lógico para Occidente y sus socios.

Ir más allá de la mera coordinación en los suministros de armas y las necesidades de entrenamiento para Ucrania es importante por al menos tres razones. En primer lugar, para esbozar los elementos básicos de una solución política final al conflicto que los aliados occidentales, sus socios globales afines y los dirigentes ucranianos puedan apoyar. En segundo lugar, para utilizar dicha estrategia como un vehículo de comunicación clave en los países miembros de la OTAN, con el fin de mantener el apoyo público a la batalla existencial de Ucrania contra Rusia. Un apoyo que ya ha empezado a erosionarse, no solo en Alemania. Y tercero, permitiría sincronizar todas las herramientas disponibles que los socios de la coalición internacional consideren útiles para reducir el margen de maniobra de Rusia en Europa.

Ponerle nombre a la vitoria

Está claro que la elección de las palabras adecuadas es clave. La declaración del primer ministro británico, Boris Johnson –quien afirmó: “Simplemente debemos hacer todo lo que podamos colectivamente para asegurarnos de que Putin fracasa, y fracasa ampliamente”–, es problemática, porque no dijo qué significa “fracasar”. Lo mismo aplica a los llamamientos a “derrotar a Rusia” y a declaraciones como “Ucrania debe ganar” o “Ucrania debe prevalecer”. A menos que la derrota y la victoria se definan con claridad en términos políticos y militares, estas palabras confunden más que aportan luz en el debate actual.

El objetivo central de una estrategia dedicada a “Hacer retroceder a Rusia” debería ser, ante todo, insistir en la preservación de la plena e incondicional soberanía estatal y la integridad territorial ucranianas. Solo los ucranianos, a través de sus líderes políticos electos, deben decidir con libertad sobre su futura forma de gobierno, su estatus de seguridad y sus relaciones exteriores. Los refugiados ucranianos, y en particular los miles de ucranianos que han sido deportados a “campos de filtración” rusos, deben poder regresar a sus hogares. Los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas rusas deben ser juzgados a través de las Naciones Unidas y el Tribunal Penal Internacional. Los miembros del “grupo de contacto” para Ucrania deben exponer con claridad estos y otros objetivos clave relacionados.

Solo los ucranianos, a través de sus líderes políticos electos, deben decidir con libertad sobre su futura forma de gobierno, su estatus de seguridad y sus relaciones exteriores.

En términos prácticos y militares, esto significa impedir que Rusia reduzca por la fuerza a Ucrania al estatus de Estado vasallo que, sin su base industrial en el este y sin acceso libre al Mar Negro, sufriría el destino de una degradación política y económica permanente. Por supuesto, otras cuestiones abiertas relacionadas con un posible acuerdo político entre Kiev y Moscú y el futuro de los territorios ucranianos que Moscú ocupó ilegalmente en 2014 –Donbás y Crimea– también seguirán siendo de crucial importancia; pero el debate político sobre estas cuestiones es cambiante. Mantener la soberanía de Ucrania dentro de las fronteras de 2014 debería ser el objetivo mínimo para Ucrania y sus socios.

Teniendo en cuenta las ambiciones estratégicas más amplias del Kremlin en Europa, y en particular sus acciones coercitivas en Moldavia, Georgia y la región de los Balcanes Occidentales, el objetivo de la coalición mundial debería ser reducir de forma sostenida los instrumentos de la política estatal rusa –y en particular sus capacidades militares e híbridas–para evitar que Moscú siga aplicando políticas agresivas contra los miembros de la OTAN y sus socios.

Uniendo los puntos

Sincronizar todos los instrumentos para lograr estos objetivos significa conectar un amplio espectro de medidas: sanciones económicas y financieras, refuerzo de la resiliencia, actividades de emergencia civil y ciberdefensa, esfuerzos de comunicación estratégica específicos, ayuda humanitaria y asistencia a los refugiados, persecución de los crímenes de guerra rusos, y compromiso diplomático específico con aquellos Estados que todavía ven a Rusia como un socio cercano, sobre todo India y China, así como varios países de Asia, África y Oriente Próximo. Está claro que todo esto es una tarea hercúlea que requiere tiempo, voluntad y concentración, pero no hay alternativa.

Las sanciones, por ejemplo, deben orientarse a largo plazo, y dirigirse sobre todo contra la base militar-industrial y tecnológica de Rusia que el Kremlin necesita para mantener y reconstruir su estatus militar. La aplicación de las sanciones debe planificarse y coordinarse estrechamente entre los miembros de la coalición. En general, habría que supervisar de manera sistemática el efecto de las sanciones occidentales sobre Rusia y, en caso necesario, ajustarlas. Para anticipar y mitigar mejor los efectos para el desarrollo económico europeo y mundial, los actores e instituciones económicas clave –como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo– deberían estar estrechamente vinculados al proceso de toma de decisiones políticas, tanto a nivel nacional como de la UE, y en el “grupo de contacto”, a través de un diálogo e intercambios regulares. Por supuesto, es muy importante que los socios europeos, sobre todo Alemania, reduzcan de manera sistemática su dependencia del suministro energético y de materias primas vitales procedentes de Rusia.

La OTAN comienza a trabajar

Desde el punto de vista militar, la OTAN sigue siendo la única organización capaz de demostrar de forma creíble un mayor nivel de disuasión y defensa en todo el espectro de posibles amenazas rusas contra sus miembros. En la cumbre extraordinaria de marzo, los líderes de la OTAN ya acordaron reajustar la disuasión y la defensa de la Alianza a largo plazo. En su próxima cumbre ordinaria, que se celebrará a finales de junio en Madrid, tendrán la oportunidad de traducir su ambición en acciones concretas. Es de esperar que el nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, que los 30 aliados van a adoptar en Madrid, deje bien claro que la principal tarea de la alianza en el futuro es trabajar para alcanzar unos niveles significativamente mayores de defensa colectiva y disuasión en todos los ámbitos operativos.

En respuesta a la agresión de Moscú contra Ucrania, la OTAN ya ha movilizado su Fuerza de Respuesta (NRF) y ha decidido establecer cuatro nuevos batallones multinacionales en la región del mar Negro. Hasta ahora, la mayor parte de estos despliegues son temporales, pero los aliados receptores desearían, como es lógico, que se quedaran más tiempo y que la OTAN se comprometiera con fuerzas estacionadas de forma permanente. Esto obligaría a la Alianza a romper formalmente la promesa que hizo a Moscú en 1997 de no estacionar fuerzas de combate sustanciales ni armas nucleares ni construir infraestructuras militares en el territorio de sus nuevos Estados miembros en Europa del Este. Dada la temeraria campaña militar de Rusia contra Ucrania, no hay ninguna razón para que los aliados sigan manteniendo su antigua promesa. Además, la OTAN tendrá que revisar sus ejercicios para prepararse y entrenarse para las nuevas amenazas. El nuevo programa de ejercicios debe garantizar, en primer lugar, que las fuerzas de la OTAN desplegadas en el frente estén plenamente integradas con las fuerzas locales, la policía y la guardia fronteriza para anticiparse y responder a cualquier táctica de guerra híbrida rusa.

No hay ninguna razón para que la OTAN sigan manteniendo su promesa de 1997 a Rusia de no estacionar fuerzas de combate sustanciales ni armas nucleares ni construir infraestructuras militares en el territorio de sus miembros en Europa del Este.

Aunque Finlandia y Suecia todavía no han presentado sus solicitudes de ingreso en la Alianza, su futura adhesión no está en duda. Fortalecerá a la OTAN de diversas maneras, estratégica, militar y políticamente. Pero cuando se trata de los “Estados asociados con riesgos especiales” de la OTAN, es decir, Moldavia, Georgia y Bosnia y Herzegovina, la cuestión es mucho más complicada. No bastará con seguir incrementando los programas de entrenamiento y equipamiento financiados por la OTAN en estos países. Sobre todo, en lo que respecta a Moldavia, abiertamente amenazada y desestabilizada por Moscú, los aliados tendrán que hacer algunas reflexiones. Si las fuerzas rusas consiguieran utilizar la pequeña región separatista prorrusa de Transnistria como trampolín militar para atacar Odesa también desde el oeste, la seguridad moldava se vería gravemente amenazada. Para evitar este escenario, la Alianza debería pensar en ofrecer algún tipo de garantías de seguridad para Moldavia.

Si la cumbre de la OTAN en Madrid ha de ser algo más que un ritual político, sino una auténtica señal para un nuevo punto de partida estratégico, los aliados también deberían reunir el valor necesario para replantearse su anterior división del trabajo con la UE y fusionar sus respectivos procesos de planificación de fuerzas y proyectos de adquisición de armamento. Dos procesos burocráticos en gran medida paralelos probablemente seguirán siendo disfuncionales y aumentarán el peso militar de Europa solo a paso de tortuga.

Por último, una división inteligente del trabajo entre la OTAN y la UE podría incluir que esta última se embarcara en el desarrollo de algo parecido a un Plan Marshall para Ucrania, y que la OTAN se centrara en la rápida implementación de una estrategia de retroceso militar contra Rusia.

Diseñar la dimensión militar de una estrategia global contra Rusia es crucial. Pero igualmente crucial es esbozar los demás componentes de dicha estrategia. El mensaje a Putin debe ser directo y contundente: estamos decididos a frustrar sus siniestros planes. Ahora y en el futuro.

Versión en inglés en la web del Internationale Politik Quarterly (IPQ).

Exsubsecretaria de Diplomacia Pública de la OTAN y exjefa del equipo de Prospectiva Estratégica del secretario general, es asesora de Política Global en Brooch Associates, Londres, y miembro del Consejo Asesor de la DGAP (Präsidium).

 

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