Ángel Lombardi: Poder y libertad

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En todo sistema político este es quizás el tema más importante. Los límites del Estado y el gobierno frente a la libertad y los derechos del ciudadano. La respuesta más adecuada y práctica la dio Montesquieu en su libro El espíritu de las leyes (1748), libro muy citado, pero quizás poco leído, inclusive en nuestras facultades de Derecho y en el sistema judicial y político. Nuestro autor planteó una tesis muy simple a partir de un hecho que en la historia se demostraba: un poder solo puede ser frenado por otro poder.

Esta realidad partía de otra realidad, todo poder tiende a expandirse y ningún poder se auto-limita. Como consecuencia de ello la humanidad sólo había conocido el poder despótico, con muy pocas excepciones. La idea afortunada de Montesquieu fue separar el poder y que permitiera a “lo separado” controlarse mutuamente. De allí surge la fórmula, hoy universalizada, de los tres poderes: judicial, legislativo y ejecutivo. El primero como poder neutral de arbitraje entre los otros dos poderes. El segundo, establece la normativa o principios y ejerce funciones de control y rendición de cuentas sobre el ejecutivo y este último, el que tiene más tentaciones de sobrepasarse en su poder, se le ponen límites legales precisos. Montesquieu apuntalaba este sistema sobre la primacía absoluta de la Ley y en paralelo la educación y la formación del ciudadano. La experiencia histórica de tres siglos ha demostrado que la teoría expresada en El espíritu de las leyes ha funcionado y se ha universalizado. Pero el propio Montesquieu estaba consciente que el sistema político propuesto en la práctica de la realidad podía sufrir distorsiones graves como efectivamente ha ocurrido y por ello el autor anticipaba la democracia, pero igualmente el despotismo. La primera cumple “con el espíritu de la ley”: separación y equilibrio de poderes, no así el despotismo, que asume la “forma” y traiciona o niega su “espíritu”.

Las democracias son imperfectas, perfectibles siempre. El despotismo (autoritarismo, dictadura, tiranía, totalitarismo, etc.) por definición es irreformable, porque en su naturaleza de ejercer el poder único y absoluto no acepta otra limitación que su propio poder o un poder contrario que lo desafíe.

La ley como principio dominante en una sociedad nos lleva de manera necesaria al Estado de Derecho y a la prevalencia y respeto absoluto a los Derechos Humanos y a la constitución democrática. De ser esto así, la libertad de las personas está garantizada y el poder está bajo control del ciudadano y del sistema de manera real. Lamentablemente en muchos países, entre ellos el nuestro, Montesquieu y El espíritu de las leyes sigue ausente de nuestras escuelas, liceos y universidades. Y en algunos casos, inclusive gente informada y formada, por tradición histórica y cultura popular siguen pensando que las leyes se acatan, pero no se cumplen y que a los jueces los nombra el que manda y que el presidente puede hacer lo que le da la gana.

 

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