Sobre la educación como fortalecimiento de la condición social del individuo, Dewey escribe su obra más conocida: Democracia y educación. En ella comienza por señalar que, más que una forma de gobierno, la democracia es una opción de vida; la única, de hecho, capaz de permitir una verdadera convivencia entre los hombres. La democracia, dice Dewey, no se rige por dogmas ni fórmulas sino por principios. Se fundamenta en la tolerancia y en la aceptación de la diversidad. Acepta como insoslayables las diferencias entre los grupos humanos pero hace de la tolerancia y la inclusión la única manera de resolverlas. Fundamenta sus principios esenciales de convivencia en ideales de libertad, de dignidad individual y de justicia.
Educación cultura, democracia, libertad… Para Dewey, temas todos relacionados entre sí, nociones absolutamente necesarias para ayudarnos a los hombres a vivir más humanamente. Solo a través de una educación centrada en la enseñanza de la libertad y en la práctica de la democracia será posible la construcción de una sociedad con un verdadero rostro humano.
Para Dewey la finalidad de la educación es formar mejores individuos capaces de colaborar en la construcción de mejores sociedades. Un propósito que, como él mismo recuerda, fue la razón de ser de la filosofía tal como la concibieron los atenienses en el tiempo de Pericles, cuando hicieron de ella un saber destinado a dar respuesta a las atemporales búsquedas humanas: felicidad, ética, convivencia, justicia, libertad… Concluye Dewey que ningún proyecto educativo debería alejarse de esa visión, y por ello llega a definir la filosofía de “teoría general de la educación”.
Estas ideas, por cierto, son muy cercanas a lo planteado por ese otro gran maestro que fue Miguel de Montaigne. Recordaré aquí lo dicho por éste en su ensayo “De la educación de los hijos”, donde hace referencia a la utilidad real -y moral- de la filosofía para enfrentar los desafíos de la vida, para “mezclarse en todas las cosas humanas”. Si nos atenemos a la idea de Dewey, el objetivo de la filosofía -esa “teoría general de la educación”- tendría el exacto destino que le asigna Montaigne: “mezclarse en todas las cosas humanas”; esto es: ser parte central de las preguntas que los hombres nunca podríamos dejar de hacernos, dar forma a las respuestas a las que estamos obligados. En suma: enseñarnos a vivir mejor con nosotros mismos y a convivir más humanamente con los demás.
John Dewey