Ángel Oropeza: No soy nada sin ti

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En Ciencia existe lo que se llaman “definiciones negativas”, que son proposiciones que tratan de explicar determinados conceptos o fenómenos pero a partir de lo que no son. Así, por ejemplo, una definición negativa de “paz” es describirla como ausencia de guerra. Una definición negativa de “vida” es concebirla como lo contrario de muerte.

En la ciencia psicológica, también hay personalidades que se construyen por definición negativa, pero éstas pertenecen al terreno de la psicopatología o de las alteraciones de la sanidad conductual.  Son personalidades débiles,  incapaces de desarrollar su identidad sobre la base de la auto afirmación, y que necesitan de otro como referencia existencial. Son sujetos tristes, inseguros, estructuralmente inestables, porque a falta de la capacidad para definirse por sí mismos, sólo encuentran sentido por oposición o negación a otros. Si son algo, es por contraposición a otra cosa.  Son las personalidades «anti», que a la hora de describir su conducta siempre le anteponen ese inseparable prefijo griego que denota contrariedad o antagonismo.  Así, si se les pregunta qué son, la primera respuesta es negativa: son anticlericales, antisemitas, antirreligiosos, antiimperialistas, anti reglamentarios, anti progresistas, antipolíticos, anti partidos, o cualquier “anti” que les dé sentido a su existencia.   Sin un «anti» que les defina, simplemente no son nadie.

Si esto habla mal de la estructura caracterológica  de una persona individual, cuando esta definición negativa se traslada a un grupo político, la cosa cobra  mayor gravedad y relevancia.  Tal es el caso de los representantes de la actual oligarquía venezolana en el poder.   No sólo los «anti» abundan en la propia autodefinición de nuestros poderosos de turno, esa que ellos mismos redactan en sus panfletos y «proclamas» para auto describirse y explicar su ideología, sino que su discurso y su conducta son una gigantesca floristería de negatividad y necesidad patológica de enfrentar a alguien.

¿Quiere hacer la prueba?  Intente oír a por más de 5 minutos a cualquiera de nuestros burócratas oficiales. Escójalos al azar. Cualquiera sirve. Haga el sacrificio de escucharlos,  y usted podrá apostar lo que quiera que antes que se cumpla el tiempo, ya habrá oído algún insulto o referencia despectiva hacia cualquiera que no sean ellos mismos. Pareciera que, al igual que los adolescentes que sufren de enamoramientos enfermizos, no pueden vivir sin pensar, hablar o referirse al otro, aunque sea para insultarlo. Se comportan como sacerdotes de una secta política eminentemente negativa, esto es, modalidades ideológicas que se nutren del ataque al otro para tratar de justificar su existencia.

Esta necesidad existencial y pragmática de antagonismo se manifiesta no sólo en su discurso, sino también en su conducta y prácticas políticas.  Si los afectados por la inacción de gobierno deciden marchar como expresión de su legítima protesta, digamos por la ausencia de servicios públicos o por la vulneración de derechos fundamentales, pues la oligarquía ordena una “contra marcha” oficialista para intentar hacerle frente.  Si la gente decide votar por una opción superior, es calificada desde el poder  como “traidores a la patria” e intentan cualquier medida de castigo o penalización por haberse “vendido al enemigo”. Si por la corrupción del gobierno y sus amigos la población se queda sin servicio eléctrico, lo más importante para la clase política gobernante no es la solución del problema sino a quién culpar por ello. Y si por ineficiencia y falta de mantenimiento se incendia una instalación petrolera, hasta gobernantes de países vecinos aparecen en el discurso oficial como responsables.

Nada de esto, por supuesto, ni es nuevo ni es venezolano. La literatura politológica describe al fascismo como una doctrina de dominación, entre cuyos rasgos principales está el intento permanente de simplificar la complejidad social de los problemas mediante la conveniente identificación de un enemigo. Así, el fascismo no puede existir sin la presencia, real o imaginaria, de ese enemigo -el representante del “mal”- cuya existencia justifica y legitima las políticas de los poderosos y busca alimentar la lealtad en el imaginario colectivo.

Sin el “enemigo”, ese que constantemente se inventa y sin el cual no puede vivir, el fascismo queda desnudo en su indigencia política.  Sólo sirve para, al sufrirlo, saber cuál es el camino que conduce a la miseria y la opresión de las mayorías.

@angeloropeza182

 

 

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