La pandemia ha puesto en evidencia, incluso de moda, a la salud mental. De hecho, ha permitido que temas de salud mental ocupen la primera página de los medios de comunicación y que muchos políticos hayan incluido en sus intervenciones y en su vocabulario temas y términos relativos a la salud mental. Se podría decir que dos años de pandemia ha conseguido en el tema de la salud mental lo que profesionales y familiares de personas afectas no conseguían tras muchas décadas de luchas y de reivindicaciones.
Esta situación ha permitido, entre otras cosas, desencallar la estrategia de salud mental del SNS, también la realización de estudios de investigación de tipo individual de un solo equipo o realizada por equipos multicéntricos e internacionales. Hasta este tipo de colaboración ha promovido la pandemia.
En no pocas ocasiones, las informaciones surgidas de estas investigaciones tenían explicaciones simplistas que podrían equivocarse con explicaciones tipo de causa-efecto y de interpretación lineal en torno a la covid-19. En otras ocasiones se propagaban resultados alarmistas y llenos de alertas, con lo que los problemas mentales se difundían con un dudoso valor real, aunque se interpretara como algo positivo por el silencio, el temor y el estigma del que venían precedidos estos problemas.
Tras multitud de estudios transversales, descriptivos o bien dedicados a un tema en particular, recientemente la prestigiosa revista The Lancet ha publicado un interesante artículo coordinado por Lara B. Aknin, del Departamento de Psicología de la Universidad Simon Fraser de Canadá y en el que han colaborado departamentos universitarios de 15 países de los cinco continentes. La particularidad de este estudio es que introduce la metodología de análisis longitudinal, incluyendo un seguimiento desde abril de 2020 hasta junio de 2021, incluyendo una población de 15.000 personas con edad superior a 18 años y contemplando, aproximadamente, 474.000 respuestas a las encuestas que diseñaron y que se remitían cada dos semanas. Los autores lo señalan de forma clara: “Este análisis proporciona la evaluación más completa del rigor de las políticas desarrolladas por los gobiernos y las trayectorias de salud mental hasta la fecha, utilizando muestras representativas a nivel nacional en 15 países desde abril de 2020 hasta junio de 2021. Los hallazgos podrían informar las respuestas a las siguientes oleadas de covid-19 y a las futuras epidemias y pandemias”.
En estas encuestas se evaluaron síntomas de la serie ansiosa y de la serie depresiva, se completaba con datos de calidad de vida y se clasificaron las respuestas por edad, sexo, país y región de origen. Este último item era fundamental, porque determinaba el grupo en el que se iba a pertenecer: país con normas rigurosas para prevenir la transmisión en la forma de afrontar la pandemia, o bien país que permitía la integración de la pandemia en el funcionamiento social.
Para evaluar la asociación entre política rigurosa y problemas de salud mental se controlaron variables que se consideraron por los autores de tipo predictor: intensidad de la pandemia, tasas de vacunación, controles transversales individuales y la perspectiva longitudinal. Se utilizaron dos medidas para evaluar la intensidad de la pandemia nacional: la tasa de fallecimientos por 100.000 habitantes durante 7 días y la tasa de contagios por 100.000 habitantes a 7 días. Para la Salud mental interesaban variables importantes: sexo, edad, tipo de trabajo, número de personas que viven en el domicilio familiar, número de niños en el domicilio familiar y el padecimiento de afecciones crónicas y problemas de salud mental previos a la pandemia. Como mediadores se valoraron: el distanciamiento físico observado y las percepciones del manejo de la pandemia por parte del gobierno.
En esta investigación se demostró que un rigor mayor en las políticas desarrolladas por los gobiernos se asoció con puntuaciones medias de síntomas psicológicos más elevadas y con evaluaciones sobre la calidad de vida más bajas.
La intensidad de la pandemia también se asoció con una mayor tasa de síntomas psicológicos que los relativos a la media de la población. La asociación negativa entre el rigor de las políticas seguidas durante la pandemia y la salud mental estuvo mediada por el distanciamiento físico y las percepciones del manejo de la pandemia por parte del gobierno.
Los cambios en las tasas de salud mental durante los primeros 15 meses de la pandemia de covid-19 fueron pequeños. Las políticas contra el covid-19 más estrictas se asociaron con una peor salud mental. Las estrategias de los países que tendían a la eliminación de la coved-19 minimizaron la transmisión y la muerte de la población, mientras que, sin embargo, restringieron los efectos de paliar los problemas de salud mental. Por lo tanto, de forma paradójica cuanto más se diseñaban políticas para evitar la transmisión de la pandemia y, por lo tanto, se disminuían los fallecimientos derivados de la infección, pero los síntomas de salud mental empeoraban, sobre todo en las series ansiosa y depresiva, aunque su intensidad y difusión fue menor que lo que se difundía en medios de comunicación o en las percepciones de la ciudadanía.
En esta investigación se encontró un nivel de evidencia científica consistente en dos vías de mediación. Primero, el rigor de las políticas desarrolladas para aislar a la covid-19 se correlacionó positivamente con el distanciamiento físico, que, a su vez, se asoció con una peor salud mental. En segundo lugar, las respuestas políticas más sólidas y rigurosas se asociaron con evaluaciones deficientes del manejo de la pandemia por parte del gobierno y, a su vez, con una peor salud mental.
Las estimaciones derivadas de estas asociaciones dinámicas sugieren que el efecto de la rigurosidad de las políticas sobre la mortalidad podría ayudar a compensar el efecto perjudicial que simultáneamente influenciaban en un incremento de las futuras evaluaciones de la angustia psicológica y de disminución de la calidad de vida.
Las comparaciones entre países con estrategias de eliminación versus con los que optaron por la migración, mostraron que no es necesario un equilibrio entre salud mental y salvar vidas. La salud mental se asocia negativamente tanto con la intensidad de la pandemia como con el nivel de rigurosidad de las políticas, por lo que la salud mental podría estar respaldada por estrategias de gestión de covid-19 que minimicen la muerte y la enfermedad sin aumentar el rigor de las políticas emprendidas por los diferentes gobiernos.
La pandemia de covid-19 ha obligado a los gobiernos a tomar numerosas decisiones difíciles. Los resultados de esta investigación sugieren que el uso oportuno de pruebas y rastreo de contactos, como parte de una estrategia de eliminación, puede minimizar las muertes sin requerir una política de restricciones más estricta. El rigor de la política para combatir el covid-19 se asocia con una peor salud mental, en la medida que las personas prestan atención a los protocolos de distanciamiento físico, posiblemente porque estos protocolos impiden formas familiares y significativas de conexión social. Los gobiernos podrían priorizar eso para reducir la transmisión del virus, pero imponer menos restricciones en la vida diaria. Incluso en un entorno en el que el gobierno tardó en responder y, en consecuencia, introdujo políticas restrictivas como las órdenes de confinamiento, la salud mental ha disminuido gradualmente solo levemente, lo que implica que los responsables de la formulación de las estructuras sociales y económicas de las personas para hacer frente a circunstancias adversas.
El estudio 3312 del CIS desarrollado en febrero de 2021, tiene aspectos coincidentes, efectivamente los síntomas de la serie ansiosa y depresiva eran de tipo leve, aunque les habían prescrito psicofarmacología que mayoritariamente abandonaban a las pocas semanas. Aunque se incrementaban algunas conductas autolíticas (autolesiones, ideación autolítica), la tasa de suicidios consumados apenas se incrementó.
¿Cómo entender entonces el alarmismo social creado por la salud mental tras la pandemia por covid-19? Es cierto que era algo previsible, al no haberlo previsto, a pesar de las señalizaciones realizadas, ha cundido el pánico y se han difundido las noticias más alarmistas.
A principios del 2022, Joanna Moncrieff publicó un artículo muy sugerente que puede ser útil para explicar algunos aspectos de lo acontecido con la información y difusión de los problemas de salud mental durante la pandemia. Esta autora sostiene que el sistema proporciona, en el abordaje a los problemas de salud mental, una combinación de cuidado y control y que bajo los planteamientos neoliberales actuales, estas funciones se transfieren, cada vez más, al sector privado, realizándose la provisión de cuidados de una forma capitalista.
Moncrieff asegura que los pagos de la asistencia social, necesaria también en este tipo de problemas mentales, son parte del sistema y apoyan a aquellas personas que están gravemente afectados y que son incapaces de trabajar de una forma lo suficientemente productiva para generar plusvalía y ganancias al capital. Estas respuestas sociales están legitimadas por la idea de que los trastornos mentales son procesos exclusivamente médicos, pero esta idea tiene también una función hegemónica al interpretar las consecuencias adversas de las estructuras sociales y económicas como problemas individuales, un enfoque que ha sido particularmente importante durante el auge actual de las ideas neoliberales.
Esta autora señala que el concepto de enfermedad mental tiene un rol estratégico en las sociedades modernas, por lo tanto, permite ciertas actividades contenciosas al oscurecer su naturaleza política y desviar la atención de las caídas del sistema económico subyacente. Así el análisis sugiere que la visión exclusivamente médica de los trastornos mentales está impulsada por imperativos políticos más que por la ciencia y revela la necesidad de un sistema que sea más transparente y democrático.
Dice Moncrieff “si bien el sistema de salud mental tiene algunas funciones consistentes en todas las sociedades modernas, el relato en la pandemia covid-19 destaca una de las contradicciones endémicas del sistema capitalista en la forma en que margina a grandes grupos de personas al reducir las oportunidades de hacer una contribución económica a la sociedad”.
Ahora nos queda reflexionar y analizar nuestra realidad y hacerlo con datos de seguimiento longitudinal en España.
Bibliografía
Lara B. Aknin et al (2022): Policy stringency and mental health durin covid-19 pandemic: a longitudinal análisis data from 15 countries. thelancet/public-health, 2022, vol. 7 may, e417-e426.
Joanna Moncrieff (2022): The political economy of the mental health system: A marxist análisis. Front Social, 2021, 6: 771-875. Doi: 10.3389/fsoc.2021.771875.