Es cierto que los peores momentos de nuestra vida han sido por la falta de un amor, pero no se puede negar que en los mejores estuvo su absoluta presencia. Daniel Habif.
Conmocionado todavía por la mezcla y confusión de sentimientos provocados por la barbarie ocurrida en la ciudad de Texas donde 18 niños y un adulto de una escuela primaria perdieron la vida a manos de un joven desquiciado mental, intento escribir lo que aún no logro entender. Cada vez más se hace frecuente este tipo de hechos inverosímiles en el territorio de los E.E.U.U., cuyo celo por la justicia y las estadísticas los debe obligar a estudiar las causas y frecuencias de los mismos. Llama la atención que en ningún otro lugar del mundo observamos este fenómeno social con consecuencias tan trágicas que afecta a numerosas familias de víctimas que están empezando a vivir.
Dice Paulo Coelho que las alas de la tragedia rozan la vida de los seres humanos en la faz de la tierra alguna vez, pero, ¿Por qué la frecuencia dentro de un país desarrollado, con alta calidad de vida, calificado como la primera potencia mundial? ¿Qué es lo que subyace en la conciencia social que lleva a cometer tan detestables hechos? ¿Por qué suceden en el lugar y sitios en los que la gente debería sentirse más segura y confiada?. Son interrogantes que bien merecen una respuesta acompañada de posibles soluciones; no son cosas del azar ni de la mala suerte, porque ésta, dice Neruda, suele ser el pretexto de los fracasados.
En Venezuela llevamos alrededor de 24 años que las alas de la tragedia nos rozan a diario, sin embargo y afortunadamente, socialmente no cometemos esas locuras. Quizás porque sabemos donde están las causas de nuestra trágica situación pero no hemos podido ni sabido dar con las soluciones atinadas, por razones también conocidas, para salir de los causantes, su prédica de odio y de su incitación a la violencia a las que el pueblo ha sido refractario.
Para evitar los brotes sociales de la violencia, que puede arrasar con todo, la dirigencia opositora y los usurpadores deben oír y analizar cuidadosamente las demandas y exigencias de la sociedad venezolana que está hastiada de vivir en la incertidumbre en que la ha sumido un Estado fallido, porqué, seguro estoy que más de un 90% de la población aspira a recuperar el orden, es decir, a la vigencia del Estado de derecho y con él, al cumplimiento de las leyes y el funcionamiento responsable de las instituciones. Un trato equitativo traducido en garantizar igualdad de oportunidades para todos. Un comportamiento ético dirigido a rescatar los valores y principios de la cultura nacional y universal. Capacidades gerenciales que hagan más eficiente el funcionamiento de la administración pública, y que nos pongamos a trabajar unidos todos los venezolanos de buena voluntad.
Lo que comúnmente se dice de la “chispa” del venezolano no es más que el reconocimiento de que es un ser inteligente, que entiende y es capaz de dar respuestas oportunas y favorables a la solución de sus desgracias. Nuestra sociedad no está dispuesta a seguir sacrificando más generaciones detrás de una utopía, seguirá haciendo caso omiso a las letanías de odio, y no reaccionará como lo hacen otras sociedades más desarrolladas, pero enfermas, porque la única revolución palpable en nuestro país es la revolución de las expectativas crecientes sobre el progreso, la democracia y la libertad, sobre su deseo de vivir en paz retomando el sendero de prosperidad y de justicia. No es la expresión de un profeta porque no conozco el futuro, solamente como dice Coelho, “transmito las palabras que el Señor me inspira en el momento presente”.
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