Hay sucesos que nos dejan sin palabras y nos resultan incomprensibles.
El día que cumple 18 años, una maravillosa edad, un joven compra dos rifles de asalto sin ningún impedimento, como si comprara una camisa nueva o un pantalón vaquero. El vendedor no se inmuta ante tal compra, más bien al contrario, se frota las manos porque ha hecho un buen negocio. Ha vendido dos rifles como quien vende un kilo de patatas. El chico quiere usar las armas porque para eso las ha comprado. Se dirige a un colegio, al más cercano, le da lo mismo sobre quien dispare. Dispara sobre los niños como si fueran un tiro al blanco. Lo que ocurre es que su acción sí tiene unas consecuencias mortales: 19 niños muertos.
Nos preguntamos qué pasa por la cabeza de ese joven: ¿ha sufrido acoso escolar y se siente desgraciado? ¿es un joven desequilibrado con problemas de salud mental, depresión o similar? ¿o sencillamente quiere hacer lo mismo que ve a sus héroes del cine: matar de forma despiada, violenta y descontrolada?
Da igual lo que pase por su cabeza o por su estómago. Lo cierto es que no encuentra ningún impedimento para cometer su locura. No hay filtros, ni test psicológicos, ni preguntas previas, ni unos días de espera para recibir el armamento. Nada. Comprar y matar.
Es un negocio. El gran negocio de las armas. Un lobby poderoso en EEUU, casi imposible de combatir y frenar, porque sus conexiones con la política son excesivamente estrechas. De hecho, ayer mismo subieron las acciones de las principales empresas fabricantes de armas en EEUU, al prever el aumento en la demanda bajo la presión de sentirse más protegidos y ante el temor de que se aprueben leyes que restrinjan la venta de armas.
Sin embargo, no es solo dinero. Es algo cultural, una forma de entender las relaciones sociales, una búsqueda de identidad, un sentimiento patriota, una conexión con las armas que hace que los americanos se sientan más poderosos y, seguramente, más libres.
Una confusión descabellada entre los derechos individuales y ser libre. Ir armado hasta los dientes por la calle o en tu casa no te hace ser más libres y ni siquiera sentirte más seguro. De hecho, EEUU es uno de los países donde muere más gente por culpa de las armas.
Según los últimos datos publicados por la Ser, EEUU supone el 4,5% de la población mundial, pero tiene en cambio el 42% de las armas de todo el mundo. Hay más armas que personas: 393 millones de pistolas o rifles en manos de civiles, cuando su población es de 328 millones de personas.
Resulta incomprensible pensar que en nuestra Constitución Española se garantice el derecho a disponer y usar armas como ciudadano. En cambio, la segunda enmienda de la Constitución estadounidense recoge el derecho de los ciudadanos a portar armas de fuego. Un derecho fundamental que hoy queda extemporáneo y muy criticable, pero que les confiere un derecho propio de ciudadanía. Así lo ratificó la Corte Suprema en 2008 asegurando que portar armas es un derecho fundamental.
Cada vez que hay una matanza, se abre de nuevo el debate de las armas, aunque más fuera de EEUU que en el propio país, pero también muchos americanos levantan la voz. El propio Obama intentó modificar la legislación sin conseguirlo; de hecho, él mismo declaró que su mayor frustración como presidente fue el fracaso en controlar la venta y posesión de armas.
El hecho acontecido ayer fue clamoroso por el número de muertos y por tratarse de niños. Sin embargo, los datos son escalofriantes: en 2022 se han producido más tiroteos masivos en EEUU que días tiene el año (+212); de esos tiroteos, 27 han sido en escuelas e institutos.
Pero no podemos entender lo que sienten los americanos para defender esa vinculación armamentística. Resulta aterrador ver cómo se educa a niños pequeños, de cuatro y cinco años, en el manejo de una pistola o un rifle, a cómo cargar el arma, a apuntar y disparar rápido. Los niños lo hacen como un juego y lo aprenden de forma mecánica, pero ¿cómo es posible que los adultos se sientan orgullosos de tal educación?
Lo vemos claramente en las películas norteamericanas donde el uso de las armas, las matanzas, los asesinatos indiscriminados son tan habituales que parecen más propios de videojuegos que de la vida real.
En el tema del uso de las armas, a Europa y a EEUU les separa mucho más que un océano. Afortunadamente. Aunque no porque seamos diferentes, nada nos diferencia biológicamente. Es un tema claramente cultural.
Lo expresa bien Emilio Domènech (Newtral) cuando señala que “no es una cuestión de que la gente sea más o menos mala, esté más o menos loca, sino de las herramientas letales que tienen a su alcance”. Efectivamente. En España no se nos ocurre pensar que tengamos que ir armados, lo que no quiere decir que no se produzca violencia, ataques, golpes, muertes, … pero la proporción es infinitamente mayor porque no se tiene al alcance de un dedo la facilidad de matar en un momento de calentón.
Disponer fácilmente de armas no te hace la vida más segura sino hace la muerte más fácil. La diferencia no es individual sino social. Es donde se diferencia las estructuras sociales y culturales que nos envuelven. Por eso, hay que tener mucha prevención y frenar los intentos de quienes apuntan que en España o en Europa se debería tener más flexibilidad con la posesión y uso de las armas. Nuestra sociedad nos garantiza una seguridad que no es imaginable en EEUU porque no tememos que el “otro” pueda disparar un arma.
EEUU debe hacer una reflexión en serio respecto a las matanzas que se producen, al continuado elevado número de muertos por armas de fuego, y al hecho de que la seguridad no se garantiza con que todo el mundo vaya armado. Es la primera potencia del mundo y no corresponde su cultura armamentística con la estabilidad y seguridad ciudadana.
Hemos visto a Biden enfadado y disgustado. No solo le corresponde a él. Sin embargo, ¿puede dar algún paso en esa línea?
Como señala Emilio Domènech, el foco se sitúa en estas opciones:
*Revisiones de antecedentes universales. La idea es acabar con la llamada excepción de venta privada que permite que cualquier persona le venda a otra un arma, aunque ambos carezcan de licencia para ello.
*Leyes de bandera roja. Permiten que familias, policías o incluso educadores pidan a un juzgado que firme una orden que restrinja que una persona tenga acceso a armas en un espacio determinado de tiempo. Con ello, se pretende evitar potenciales suicidios y homicidios.
*Crear una base de datos federal de todas las ventas de armas. Ahora mismo, la ley federal lo prohíbe.
*Prohibición de los cargadores de alta capacidad. Bloquearía la compra de un accesorio muy popular entre quienes llevan a cabo tiroteos masivos.
*Prohibición de la venta de armas de tipo asalto. Bloquearían la compra de fusiles semiautomáticos como los que han usado multitud de tiradores en masacres como las de las escuelas primarias en Sandy Hook y Texas.
Sería un primer paso. El siguiente lo deben dar los americanos.