¿Esperaremos nosotros también a los Bárbaros?
Esperando a los bárbaros, J.M. Coetzee
“Qué esperamos agrupados en el foro?
Hoy yegan los bárbaros.
¿Por qué inactivo está el Senado e inmóviles los senadores no legislan?
Porque hoy yegan los bárbaros.
¿Qué leyes votarán los senadores?
Cuando los bárbaros yeguen darán la ley.
Porque hoy yegan los bárbaros. Nuestro emperador
aguarda para recibir a su jefe. Al que hará entrega de un largo pergamino.
En él escritas hay muchas dignidades y títulos
¿Por qué de pronto esa inquietud
y movimiento? (Cuanta gravedad en los rostros.)
¿Por qué vacía la multitud cayes y plazas, y sombría regresa a sus moradas?
Porque la noche cae y no yegan los bárbaros.
Y la gente venida desde la frontera, afirma que ya no hay bárbaros.
¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?
Quizá eyos fueran una solución después de todo.
(Konstantinos Petrou Kavafis-1904).
Ubicando algunas pistas…
La épica retirada de los Diez Mil: el glorioso viaje de los griegos liderados por Jenofonte, en el 01 a.C., donde diez mil mercenarios griegos que luchaban a las órdenes del príncipe Ciro el Joven quedaron abandonados en medio del Imperio persa. Liderados por Jenofonte, emprendiendo un épico viaje de regreso a casa. Releí en estos días el relato del largo camino de regreso a casa de los diez mil hoplitas griegos, quienes tuvieron que emprender a través de Asia Menor al morir Ciro, su empleador y pretendiente al trono persa los yevó a esta épica retirada. Un relato apasionante, que obliga a leerlo con extrema atención, cargado de un innúmero de arrojos indiscutibles. La definición de Los Diez mil que recientemente se ha aportado es irrelevante: y es que solo a lo largo de las páginas se respira continuamente el espíritu griego, la democracia concreta. Los hoplitas se muestran pragmáticos, pero también asertivos, protestatarios; los líderes deben escuchar a la tropa, arengarla, persuadirla procurar tocando su sensibilidad de que siguieran éste o aquel camino. Tan autónomos eran entre sí que fue notable los duros choques entre los generales griegos durante la campaña, en los que Ciro tuvo que poner paz en persona. Los generales helenos, de hecho, respondían directamente a las asambleas itinerantes que formaban los soldados, siendo cada fuerza una poli democrática en la que los oficiales ejercían el papel de órgano ejecutor de las órdenes en general. En un momento dado, parte de las tropas se negaron a avanzar hacia Babilonia al sospechar, con razón, que todo estaba dirigido a destronar al Rey persa. Una vez más se vieron obligados a “convencer” a sus soldados de que lo mejor era continuar adelante a pesar de todo. Inducir; que no obligarlos. Son múltiples las ocasiones en las que las huestes acordaron votar o desaprobar en medio del territorio hostil, y no faltaron tampoco las pedradas para los menos populares. Se dieron casos yenas de surrealismo, pero también discursos aferentes, como el que Jenofonte realiza después de que los estrategos hayan sido asesinados por los persas: Pero no se limita a la retórica: en su alocución, Jenofonte analiza todos los problemas que desaniman a las falanges: la falta de un guía, las distancias, el problema de los aprovisionamientos, las estrategias militares a seguir, y demás. Las aventuras del libro son un continuo problem-solving (solución de problemas) colectivos: los líderes escuchan atentamente la más pequeña proposición, y el grupo intenta adaptarse a cualquier cambio, sin rubor. ¿Los honderos enemigos no pueden ser alcanzados por los arqueros cretenses? He ahí a 200 hoplitas rodios, (habitantes se Rodas, isla griega en el mar Egeo), dispuestos a hacer un esfuerzo supremo de lanzar sus temibles proyectiles de plomo. ¿El desfiladero es demasiado estrecho? ¡Todos en columnas! ¿El río infranqueable? ¡Un puente de pieles hinchadas! (Los carducos atacan por la espalda) ¡Improvisar un falso ataque! Es el triunfo de la inteligencia y la capacidad de adaptación al entorno. Y todo eso a lo largo de miles de kilómetros, a través de Anatolia, Mesopotamia, Armenia, la Cólquida, el Ponto… Un inciso: cada vez que leo un relato griego me invade una intensísima sensación de innovación. El primer pensamiento que acude a mi mente es ése: “¿ésta gente era como nosotros?”. En realidad, somos nosotros, los occidentales especialmente los latinoamericanos, y capítulo aparte los venezolanos, los que básicamente no hemos cambiado desde hace 2500 años y creo que ni siquiera hemos rectificado. Los griegos en aquel tiempo y abrevio por obvias razones de que nos es un ensayo con aspiraciones históricas, solo un relato, eran un pueblo con identidad propia, desperdigado por colonias, islas y penínsulas minúsculas. Compartían idioma y costumbres básicas. Lo que más me impresiona es su autoconciencia histórica, su capacidad para situarse en el contexto temporal de su época y compararse con los demás pueblos. Por ejemplo, cuando Jenofonte atraviesa las ribereñas e inhóspitas tierras aledañas al Ponto Euxino mar Negro de los Mosinecos, comenta lo extrañas que le resultan las costumbres de los nativos: El libro, de hecho, es básicamente un libro de viajes, y contiene una profusión de estimulantes referencias antropológicas (que más tarde le se revelarían muy apropiadas a Alejandro Magno). Claro está que los griegos no estaban en viaje de placer, sino huyendo en busca del mar, perseguidos por destacamentos persas y acosados por nativos insoportables, como los temibles carducos, que eran individuos pertenecientes a un pueblo combativo e indomable que se opuso a la marcha de los 10.000 griegos, habitaban la región montañosa entendida entre la Mesopotamia y la Persia (posteriormente Kurdistán), y algunos autores creen que los kurdos descienden de los carducos, montañeses desconfiados que evitaban el choque directo y preferían lanzar proyectiles. No faltan los momentos de heroísmo: Y también hay guiños literarios como cuando Jenofonte anima a sus soldados parafraseando la Ilíada, demostrando de qué forma el corpus literario contribuía a unir las distintas variedades griegas en un solo pueblo que se reconocía en relatos épicos, en tragedias, en poesías. (Nosotros frases planas de alguna agencia de marketing de turno) ¿Y las renciyas entre las polis? ¿No se parecen a las que suceden actualmente entre países occidentales? ¿Especialmente entre nosotros hoy? En ese aspecto no ha cambiado nada. Por eso bueno es leer partes del asombroso, diálogo entre Jenofonte el ateniense y Quirisofo el espartano cuando Jenofonte le propone ir a robar a un campo enemigo: Pero, ¿qué necesito yo hablar aquí de engaño? He oído decir, Quirísofo, que vosotros los lacedemonios, (nativos de Laconia, también conocida como Lacedemonia, fue en la antigua Grecia una porción del Peloponeso cuya ciudad más importante fue Esparta., de ayí el cognomento de sus habitantes. En la actualidad, Laconia es una unidad periférica de Grecia con Esparta como capital administrativa. Hasta el 1 de enero de 2011 fue una de las 51 prefecturas en que se dividía el país). todos los que sois de los iguales, os ejercitáis en el hurto desde la infancia, y que entre vosotros no es motivo de vergüenza, sino de honor, el robar todo lo que la ley no prohíbe. Y para que al robar lo hagáis con la mayor rapidez, procurando no ser vistos, está dispuesto entre vosotros sean azotados los que se dejen coger en el robo. Ahora que se presenta una buena ocasión para mostrar estas enseñanzas, procurando que no nos sorprendan mientras tomamos a hurto una parte de la montaña, de suerte que no recibamos golpes. “Y yo también dijo Quirísofo he oído decir que vosotros los atenienses tenéis mucha habilidad para robar los caudales públicos, a pesar de que el ladrón corre muchísimo peligro, y precisamente los más capaces, si es que vosotros encargáis de vuestro gobierno a los más capaces. Así, pues, también ha legado para ti el momento de mostrar estas enseñanzas”. “Yo dijo Jenofonte estoy dispuesto a ir con la retaguardia a ocupar la montaña en cuanto comamos. Tengo, además, guías. Los gimnetas han cogido en una emboscada algunos de los ladrones que nos seguían. Por eyos he sabido que la montaña no es inaccesible, sino que en ayí pastan cabras y vacas, de suerte que una vez dueños nosotros de un punto de la montaña podrán subir las acémilas. Espero, además, que los enemigos abandonarán sus posiciones en cuanto nos vean al mismo nivel sobre las alturas, pues ahora tampoco quieren bajar al yano donde nosotros estamos”. Quirísofo dijo entonces: “¿Y por qué ir tú mismo, dejando la retaguardia? Manda a otro, si es que no hay unos cuantos valientes que se ofrezcan voluntarios”. En seguida se ofrecieron Aristónimo, de Metidrio, con hoplitas, y Aristeas, de Quíos, y Nicómano, con gimnetas. Se convino en que cuando yegarán a las alturas encendieran muchas hogueras. Convenido esto, comieron, y después de la comida Quirísofo hizo avanzar todo el ejército como unos diez estadios hacia el enemigo para dar la impresión de que pensaban atacar por aqueya parte.
Provoca hacerme ateniense y pagano, he irse en el Metro entonando el Peán: aunque en nuestro caso de estas dos décadas de vagar, estaría más bien, la oración del anima sola como cuenta la leyenda que Celestina Abdénago, perteneciente a las mujeres piadosas de Jerusalén que se negó a ayudar a Cristo en la cruz por miedo a la represión de los judíos. Como castigo fue condenada a vagar eternamente sumida en la pena y la soledad.
Pasa el tiempo y el segundero avanza decapitando esperanzas.
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