Los venezolanos buscamos con afán un cambio en la conducción del estado. Cada uno de nosotros sueña con un país mejor. Quien esto escribe ha soñado y ha luchado a lo largo de su vida con una nación moderna, próspera, justa, eficiente y solidaria.
La dinámica de nuestra vida republicana nos lanzó al abismo de la pobreza, la amoralidad, la corrupción, la incultura, la autocracia, la desintegración familiar, en fin a la barbarie.
Tal situación nos obliga con mayor fuerza a soñar de nuevo la nación amada. Soñar y actuar. Porque lo que no se crea en la mente y no se siente en el corazón, en primera instancia, no puede hacerse realidad.
Sueño y lucho por una Venezuela dónde se respeten los derechos humanos de todos sus ciudadanos. Donde la ética sea un eje transversal en su vida social y política. Donde las personas (todas las personas) tengan derecho a los bienes materiales y espirituales básicos para la vida post moderna. Esto significa una nación donde todos puedan alimentarse sin dificultades, contar con asistencia de salud de calidad, educación integral, servicios de primera, recreación y capacidad de realización social.
Ese sueño, consciente estoy, no se logra por decreto, ni se alcanza por arte de magia. Para ello se requiere una inmensa voluntad de toda la nación, y muy especialmente de los diversos sectores dirigentes de la sociedad.
Para alcanzar ese sueño es menester recuperar la democracia. Reinstaurar un estado de derecho que garantice igualdad frente a ley y justicia oportuna para todos. Un estado de derecho que garantice la libertad en todas sus formas. Requerimos recuperar la libertad de asociación, la de prensa, la económica y la de todos los presos políticos.
Un estado de derecho garante de la propiedad privada y promotor de la inversión nacional y extranjera, para que pueda establecerse una economía de mercado próspera.
Un estado de derecho que garantice el acceso a la justicia de forma limpia y eficiente. Para que existan tribunales honestos capaces de “dar a cada quien lo que le corresponde.”
Para alcanzar esa democracia, ese estado de derecho, esa primacía de la libertad, hay que transformar el estado autoritario, creado a la sombra de la constitución de 1999, y construir un estado verdaderamente democrático. Tal desafío significa hacer importantes cambios constitucionales. Entre otros consideró fundamental consagrar los siguientes:
Fortalecer al Parlamento.
Limitar el Presidencialismo.
Crear una Justicia Independiente.
Hacer realidad el Estado Federal.
Para fortalecer el parlamento es fundamental instaurar el Congreso Bicameral, regresándole atribuciones históricas que la constitución de 1999 le suprimió. La más importante: el control de la política militar, mediante la autorización del senado a los ascensos de los altos grados militares.
Eliminar la figura de la habitación legislativa, mediante la cual se ha vaciado en buena parte de este siglo la razón de ser del cuerpo legislativo, como es precisamente la de dictar las leyes. Constituye una aberración que un parlamento renuncie a su más importante facultad, la de dictar las leyes, para transferírselas al Presidente de la República.
Al fortalecer la institución parlamentaria se reduce a su justa dimensión a la institución presidencial.
Pero para un mayor equilibrio de los poderes será fundamental, además, impulsar los siguientes cambios:
a. Reducir el período presidencial a cinco años.
b. Establecen la no reelección absoluta del Presidente de la República.
c. Consagrar la doble vuelta presidencial.
La necesidad de crear una Justicia Independiente pasa por la designación conforme a la constitución de los magistrados del TSJ y la creación de un Tribunal Constitucional con competencias claramente determinadas.
Para lograr un desempeño eficiente del estado y poder alcanzar las metas aquí enunciadas es muy importante salir del asfixiante centralismo, y establecer el Estado Federal que le permita a las diversas regiones y comunidades de nuestra Venezuela, impulsar su desarrollo sin tener que estar implorando a la burocracia centralista atender una problemática que le es ajena y que no está en capacidad de resolver.
Cómo podemos apreciar la miseria, el colapso de los servicios públicos, la estampida humana que hemos sufrido tiene su causa en un estado ineficiente y centralista. Se trata de un problema político, que sumado al grave problema ético de nuestra sociedad, hacen de nuestra sufrida nación un país colapsado. Soñemos y luchemos. Cambiemos el estado autoritario, construyamos democracia para alcanzar el desarrollo.