Marina Ayala: El yo en la vitrina virtual

Compartir

 

En muchos aspectos la tecnología modificó al ser humano y cambió su manera de vivir y relacionarse con los otros. Me parece que el rasgo más resaltante es haber logrado que lo íntimo se diluyera en un escenario expuesto a las miradas de cualquiera y sobre todo y lo más importante ante nuestra propia mirada. Lo íntimo queda ante nuestra mirada perpleja y llena de angustia como un vacío que presenta una imagen que no tenía representación. Lo más secreto se nos hace ominoso, lo vemos repentinamente reflejado en una pantalla que no se comportó como se esperaba. Espantados ante nosotros mismos a pesar de los grandes esfuerzos por aparentar. Para explicar esta paradoja, de lo más íntimo que al mismo tiempo es lo más éxtimo, Lacan acuña un término “extimidad”.

Nos explica “lo éxtimo es lo que está más próximo, lo más interior sin dejar de ser exterior” se trata de lo más familiar y extraño a la vez. Allí se genera la angustia y es el lugar que debe ocupar el analista. Lo que era invisible y que está relacionado a la esencia al prenderse los reflectores y subir el telón se nos muestra allí, afuera soberbio y retador. Eres tú ya no hay escondite posible “todo el mundo” te vio. Con quien se íntima y suponemos un saber, esa que está afuera, pero nos roza, ese es quien más se extraña y se aleja. Ese que no entiende, pero dice saber y que se mantiene soportando lo que solo no podríamos atravesar. Este ambiente protegido es en el consultorio con una persona que conoce lo delicado de este intercambio porque también pasó por el diván. Por supuesto no es el caso del voyerista en las Redes Sociales.

Nos exponemos públicamente en un espacio no controlado y al recibir una variedad de respuestas, como variado son esos otros, podemos quedar lastimados, pero también podemos quedar más engañados al continuar percibiendo una imagen cada vez más distorsionada de nosotros mismos. Quizás no logramos ver nunca la esencia de los otros, pero si podemos lograr una aproximación grande para colocarnos en esa extimidad. Pasamos a ser referentes de ideas, modas y tendencias. El siglo XXI se caracteriza por estar terminando con esa concepción que tuvimos desde el siglo XVIII de la intimidad. No siempre fue así, en la Edad Media las personas hacían casi todo juntos incluyendo las necesidades fisiológicas. Es evidente que la intimidad se está redefiniendo y estamos cediendo paso a la extimidad.

Arrastramos paradojas, por supuesto, en la era en la que tratamos de ocultar el paso del tiempo se multiplican las selfies. Al respecto señala Víctor Krebs en un muy interesante artículo “El lenguaje y la fotografía son solo dos de incontables ejemplos de cómo la tecnología ha sido siempre un aliado en nuestra resistencia al paso del tiempo; ha sido una forma de gestionar la pérdida, el duelo y el olvido, implícitas en nuestra mortalidad”. Con estas nuevas realidades tenemos que aprender a vivir y administrar su poder y alcance al mismo tiempo que tenemos que saber administrar nuestro ego para evitar ser tóxicos o que los medios invadan absurdamente nuestro tiempo y capacidad. El exceso de cualquier manifestación, de selfies, por ejemplo, nos hace pensar que se busca una imagen que no se termina de encontrar. Volvemos a referirnos a las precisas palabras de Krebs “El impulso de fotografiarnos constantemente manifiesta la necesidad innata del ser humano de registrar y hacer permanente.  En esa epidemia de autoexpresión y exhibicionismo que se evidencia en el fenómeno del “selfie”, presenciamos una fiebre colectiva de la revuelta contra la permanencia que ha motivado a la tecnología desde el principio y que la digitalidad lleva a su extremo”.

Como somos vistos es importante para tropezar con el vacío que implica nuestra propia visión. En la intimidad sabemos que tal como nos mostramos es una postura más. Las identidades definidas por las vitrinas virtuales.

 

Traducción »