Gregorio Salazar: Paraguaná se arregló

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Si por algún divino prodigio, un hecho sobrenatural, digamos una resurrección adelantada le fuera dado al Obispo Mariano Martín desandar sus pasos y volver a poner sus sandalias sobre el polvo de los territorios que conducen a la Península de Paraguaná, encontraría que mucho de lo que vio no ha cambiado y que tal vez hasta habrá empeorado.

Y mire que estamos hablando de los remotos tiempos del 1773, año en que el incansable y docto prelado visitó los curatos de la zona y los mismos templos que hoy existen en Moruy y Santa Ana. Por fortuna ambos en pie, como mudos y resistentes testigos de la desolación del presente. Hay hambre y miseria como otrora.

Encontrará, por supuesto, que los Médanos, «montes de arena que el viento hace ir de una parte a otra», siguen en el mismo lugar, pero si antes no fueron obstáculo para su mula empecinada vería que la desidia gubernamental hace que la arena muchas veces obstaculice la carretera Coro-Punto Fijo y que los vehículos deban transitar a duras penas por una estrecha franja, un hilo de asfalto.

Encontraría las mismas salinas, «terreno sumamente estéril», batidas por la misma brisa implacable, pero quizá eche de menos los jumentos que antes deambulaban en esas zonas desérticas. Así era hasta hace poco, hasta que fueron convertidos en el condumio de urgencia que salvó mucha gente de la hambruna, y no precisamente la del año 17.

Encontrará el mismo cielo, de un límpido azul, con nubarrones siempre de prisa y que, por eso mismo, pocas veces consuelan la tierra sedienta. En eso sí se parece mucho la Paraguaná de hoy a la que vio Martí, quien tanta información recopiló y organizó en nuestro suelo. Escaseaba por aquel siglo terriblemente el agua, como escasea hoy, cuando el pueblo, en una suerte de privatización al detal, debe comprar vital líquido a los dueños de las cisternas. ¿Qué hicieron con los embalses?

Obvio que en los tiempos de Martí no existía servicio eléctrico. Hoy tampoco lo hay la mayoría del tiempo. Allí estamos igualados. Y al faltar la luz, tampoco hay teléfono, ni internet y en un pueblo como Adícora, zona de indudable atractivos turísticos, no existe servicio de televisión por cable. Que nadie le hable de esto al doctor Martí porque no va a entender nadita.

Lo que sí abunda en Adícora son las visitas, nada doctas ni de afán reorganizador como la del enviado de la España cristiana. Ahora llegan los hijos de la aristocracia revolucionaria a darse la gran vida: a esquiar, a surfear con vela y a tomar clases de Kite, nuevo divertimento náutico, a razón de doscientos dólares la hora. También meten sus reales en mansiones y restaurantes a orilla de playa

Algún beneficio ha goteado sobre ese pequeño puerto por la presencia de los súper enchufaditos que vuelan divinamente sobre el mar remocaldos por una lancha con potente motor fuera de borda. Construyeron un centro de atención médica. Está la infraestructura pero ya se sabe que sin instrumental ni medicamentos ni insumos médicos es como tener la abuelita, pero en el camposanto de Santa Elena. Ah, y también se le dio una mano de pintura a la modesta iglesita.

En un apretado muestrario sobre algunos aspectos visibles de la Península de Paraguaná está el moderno cementerio de autobuses Yutong, sito en el terminal de pasajeros de Punto Fijo. Son decenas de decenas de ellos deteriorándose bajo el sol inclemente, completamente inutilizados, sobre los rines o los cauchos reventados. Se suponía que se iban a ensamblar cien unidades del transporte de origen chino al mes. ¿Cómo es posible que ahora no se puedan ni reparar?

La Universidad Francisco de Miranda es un desierto, con la población estudiantil en caída libre, los laboratorios con las puertas soldadas para evitar que terminen de llevarse el instrumental que se salvó del pillaje. Por aquellos treinta autobuses que antes transportaban alumnos de todo Falcón, hasta los cujíes “lloran de dolor”, para decirlo con palabras del maestro Rafuche.

Han cerrado los primeros bodegones que surgieron. Las refinerías producen, entre avances y retrocesos, algo de combustible para la zona. Aquel boom turístico traído por la zona de puerto libre es cosa del pasado. Nadie sabe de aquella ensambladora de laptops que una vez se creó en la zona. Las tiendas de Movilnet, hoy cerradas, exhiben su deterioro y su abandono, lo mismo que alguna de las entidades bancarias que creó Chávez.

Eso sí, por donde quiera encontrará todavía las costosas vallas de propaganda electoral del hoy gobernador Víctor Clark. Con semejante balance y de acuerdo al huracán de propagada y demagogia que desató el gobierno para ocultar su fracaso, la conclusión no puede ser otra que: Paraguaná también “se arregló”.

Periodista. Exsecretario general del SNTP.

 

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