Rafael Fauquié: Dos maestros venezolanos

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Rómulo Gallegos, además de ser nuestro mayor novelista, fue también un insigne maestro. Esencialmente, entendió que solo a través de la educación podrían formarse las individualidades capaces de mejorar su sociedad, que solo a través de una educación encargada de reforzar valores democráticos, podría finalizar para siempre en Venezuela una agónica sucesión de caudillismos, demagógicos mesianismos y la siempre sumisa expectativa del pueblo ante las promesas de nefastos embaucadores.

Las lecciones de Gallegos, impartidas en el Liceo Caracas durante la segunda década del siglo XX, fueron escuchadas por todos los esenciales protagonistas de la modernidad política venezolana: Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Jóvito Villalba, Luis Beltrán Prieto Figueroa… “La generación del año 28 -comentó alguna vez este último- se aprestaba en el Liceo Caracas teniendo como ductor a Rómulo Gallegos”.

A casi siglo y medio de su nacimiento y a cincuenta años de su muerte, los ideales de Gallegos permanecen absolutamente vigentes en la Venezuela de hoy. La elocuencia de su voz –por completo ajena a la degradación del lenguaje político convertido en demagogia, banalización o mentira- continúa transmitiendo un vitalizador idealismo apoyado en eso que él llamaba el “imperio de la ley”.

Otro gran maestro venezolano -y también, el más grande ensayista de nuestro país- fue Mariano Picón Salas. Su propuesta como educador fue simple: el crecimiento individual, la educación de la persona y su formación en principios de humana convivencia habrían de incidir en el mejoramiento de la sociedad venezolana. Para Picón Salas, la educación en valores habrá de ser siempre la mayor garantía de un civismo capaz de alejar a los seres humanos del encierro de tiranías individuales e ideologías de muerte. En su trabajo Los anticristos, publicado en el año 1937, en plena Guerra Civil Española, y ante la premonición de una próxima conflagración mundial, Picón Salas previene contra nacionalismos convertidos en evangelios de sangre. Admira lo bueno de Europa pero previene contra lo terrible que esa misma Europa es capaz de engendrar. En un muy idealista prólogo destinado a presentar su proyecto de creación del Instituto Nacional de la Cultura (INCIBA), escribe: “Contra las falsas aventuras a que convidan el odio y la destrucción, la cultura transmite el mensaje de un mundo estético y moral que invocó la justicia y la belleza como esperanza de eternidad…”

Reunió a Rómulo Gallegos y a Mariano Picón Salas una misma visión ideal de la cultura y una misma fe en la educación concebida como posibilidad de erradicación de muchos errores históricos. Encarnó en ambos la más válida y digna relación entre un intelectual y su entorno. Distinguimos en los dos un ejemplo, un paradigma orientador, la intensa verdad de sus voces transmitiendo la urgencia de aspiraciones, propósitos e ideales colectivos.

 

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