Pocas veces se ve, pero la Cumbre de la Américas nos acaba de servir uno de esos excepcionales momentos en que el anfitrión de un evento internacional – y en este caso nada menos que los Estados Unidos—es severamente cuestionado, cara a cara, por algunos de los más importantes invitados, que reclamaron la exclusión de sus pares de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
«El silencio de los ausentes nos interpela», sentenció Alberto Fernández al intervenir en el evento, en su doble condición de presidente de Argentina y pro témpore de la Celac, donde se manifestó dispuesto a «construir puentes y a derribar muros».
Interpelar, si nos atenemos al DRAE, es «exigir explicaciones sobre un asunto si se hace con autoridad o con derecho». Interpelan los fiscales, los jueces y en el plano parlamentario los diputados y los senadores. Y, en este caso, según el propio Fernández, el país anfitrión no tiene derecho a excluir ningún país del continente en este tipo de reuniones.
Visto así, se diría que la falta del invitante es inexcusable y que sobre esa base surge la autoridad moral de los excluidos y de los países que se solidarizaron con ellos para cuestionar la decisión de Biden de no darle cabida en la cita continental a tres gobiernos que, desde diversas latitudes, son calificados como «dictaduras brutales».
«La democracia es una marca de nuestra región», sostuvo a su vez Biden, y agregó que la obligación de los gobiernos es promover y defender esa democracia, «hoy atacada en el mundo», como «un ingrediente fundamental para nuestro futuro». Biden, pues, fundamentó ejercer el «derecho a la no admisión» bajo el criterio de que la presencia de Díaz-Canel, Maduro y Ortega y el consiguiente apretón de manos con semejantes personajes sería un mensaje ambiguo y nada positivo y/o esperanzador para los pueblos que sojuzgan y que reclaman la vuelta a la democracia.
Pero más allá de ese controversial choque, habrá que concluir en que el presidente López Obrador, con su negativa a asistir, logró aguarle la fiesta a Biden. La protuberante ausencia de un país tan importante como México, la adhesión de Bolivia, Honduras y algunos países del Caribe del mismo perfil ideológico certificaron no sólo que los EEUU han perdido influencia en la región, sino también que AMLO lidera ahora mismo a la izquierda latinoamericana, esa franquicia que tanto anhelaba.
Y lo hace con más inteligencia y astucia que Chávez. Mientras el venezolano se impuso como referencia continental a golpe de realazos petroleros, repartidos sin ton ni son, López Obrador utiliza una retórica menos virulenta pero más efectiva, y un manejo diplomático muy distante de la verborrea escatológica del venezolano.
Verbigracia: López no fue a la Cumbre, pero tras ella será recibido en privado por el presidente norteamericano. Volverá en el centro de la escena.
Tras esa solidaridad con Díaz-Canel, Ortega y Maduro, López Obrador mantiene una postura nada cónsona con la recuperación de la democracia en los países que ellos someten, pero de manera atroz en el caso de Cuba, una dictadura sin maquillajes y que terminó despreciando la mano extendida de Obama para un acercamiento y una apertura que abarcara lo político y lo económico. No. Más dividendos genera seguir justificando las miserias de la revolución con el bloqueo.
López Obrador ignora el clamor del pueblo cubano. Los reclamos de la sociedad civil cubana no existen. Estos excluidos sí que no merecen ninguna clase de invitación. Se deshace en halagos, distinciones, invitaciones y condecoraciones para con Díaz-Canel, como lo hizo en la celebración del 211 aniversario de la independencia de México, donde el cubano fue orador de orden ante un desfile militar y ponderado como ejemplo de «cómo se puede vivir en dignidad y resistencia a los Estados Unidos».
Que no nos hablen de exclusiones a los venezolanos. Si algún pueblo sabe lo que es quedar fuera del derecho a la educación o a la salud, de oportunidades para prosperar económicamente, de protección en la vejez, del espíritu de convivencia política y ciudadana y, en suma, del Estado de Derecho somos los venezolanos.
Más de seis millones debieron autoexcluirse de su propio país. Todo por una concepción del ejercicio del poder similar a la de los otros dos países que quedaron fuera de la Cumbre de las Américas.
Periodista / Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar