No hemos tenido debates democráticos porque discutir sobre la oposición requiere cumplir una permisología determinada por los dueños de equipo. Ahora se re-quiere un ver y un hacer diferentes: más ideas y menos palabras; más resultados y menos enfrentamientos; más innovación con mira al futuro y menos ortodoxia atada al pasado.
Un amigo, de reconocida inteligencia y pluma ingeniosa, embistió contra la primacía del proyecto de país, el plan anticrisis, la estrategia de cambio y la transición negociada. Su argumentación transpiró la fantasiosa vocación de poder que nos condujo al desastre. Pero ahora defiende con brío la participación electoral que hasta hace poco denunció como colaboracionismo y sugiere condescendientemente que «deberíamos aceptar que se hagan todas las propuestas». Su aporte es pedir un debate con final, agenda y cronograma.
Los errores de la oposición han limitado su capacidad de acción y su autonomía de iniciativa. Su extrema debilidad la condujeron a una indeseable doble dependencia según optara por la protección de factores geopolíticos encabezados por EEUU o por una política de entendimiento con el gobierno, que para ser completamente justa debe eludir el intento gubernamental de cooptación. La subordinación es un riesgo en ambas posturas.
Hoy Maduro coloca con mayor comodidad sus barajas para consolidar sus posibilidades en el 2024. Ejecuta variaciones en su política económica para surfear entre el oleaje de la nueva guerra fría y pasar a ser un régimen híbrido tolerado. Se adapta para prolongar su poder. No necesita el guion de Ortega sino aumentar la debilidad y la división de sus oponentes.
En esas circunstancias las primarias son secundarias. Ante un pueblo atrapado en crisis giratorias, que cuando se sale de una se entra en otra, no tiene sentido desatar una competencia interpartidista en cada bloque opositor y luego ir a una pugna de destrucción mutua entre coaliciones que prefieren poner su cabeza de ratón en la jaula donde el único león es un autócrata. Apuntar a ese previsible desenlace es una decisión de baja racionalidad frente a forzar un consenso.
Los ortodoxos se resisten a salir de los cauces que fracasaron. Prefieren repetir la división que encarar responsablemente el difícil consenso integrador. Quieren contarse para no unirse y escoger a un candidato competidor en vez de un candidato ganador.
Tenemos dirigentes que pueden ser líderes para reconquistar la democracia y que sienten que es más importante ganarle a Maduro que llegar a ser un excandidato. Personas que por sus atributos personales pueden ceder ante quien obtenga los respaldos suficientes, incluido el de instituciones como la Fuerza Armada.
Pero la preparación para triunfar comienza por rescatar el vínculo, la credibilidad y la confianza de la gente. Si los partidos son incapaces de lograr estos méritos, aparecerán otros actores y la opción de un candidato outsider tomará más cuerpo.
La gravedad de las crisis, el gran fracaso del modelo autoritario y los errores catastróficos de la oposición ortodoxa hacen indispensable un acuerdo plural para redefinir un modelo económico junto a metas de desarrollo social y humano.
Como Ulises, el héroe inventor del embuste y el engaño en la literatura, los políticos de hoy tienen que decir no a la oferta de Calipso de dar inmortalidad a cambio de ser oposición perpetua.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS – @garciasim