El arquelogo, Luis Lemoine y una Botella de 1830 hecha a mano recuperada en el municipio Hatillo.
El arqueólogo fue retenido por la policía en una calle de Porlamar, isla de Margarita. Acababa de salir de la zona de excavación. Llevaba en los contenedores varias bolsas con el material arqueológico encontrado, incluyendo restos humanos. Se hallaban en el fondo. “¡Que no revisen el fondo, que no revisen el fondo!”, pensaba. En caso de encontrarlos y pese a cumplir con todas las medidas de conservación y los permisos gubernamentales, lo más probable era que lo tomaran por homicida. Aunque los huesos tuvieran de 800 a 4.000 años.
Los oficiales revisaron buena parte del material, pero pronto se fastidiaron.
—¿Para qué carajo lleva tantas piedras?
—Me gusta coleccionarlas.
Mirándolo con desconcierto, lo dejaron ir.
De la bichología a la arqueología
En su adolescencia, Luis Lemoine pasaba los fines de semana recorriendo las montañas caraqueñas. Para disgusto de su madre, solía recopilar todo lo que encontraba: huesos de animales, objetos abandonados, minerales extraños. Sus amigos lo llamaban bichólogo. En 1977, a sus 15 años, andando por lo que hoy es el Parque Recreacional Cuevas del Indio, se adentró en una caverna. Apenas llevaba consigo una linterna para abrirse paso en la oscuridad. Encontró una roca color naranja, con protuberancias que nunca había visto. No sabía que estaba ante su primer hallazgo científico.
Al graduarse del colegio, Luis no estudió arqueología para buscar una carrera más sustentable. En su lugar, eligió Ingeniería Electrónica en la Universidad Simón Bolívar. Sin embargo, en el campo profesional, encontró un área que guardaba una inesperada relación con su pasión por las exploraciones: como informático, se abocó al diseño de centros de datos. Y estas edificaciones, dedicadas a almacenar y procesar información mediante fibra óptica, antenas, cables, y computadoras especializadas, son las que permiten los servicios de internet y telefonía. Aunque no siempre se vean, están en todas las ciudades. Para eso, es importante escoger una locación de pocos riesgos, que no se derrumbe ante un sismo, por lo que es necesario analizar los suelos, así como las características geográficas y climáticas del área escogida.
Se casó con Juliana y tuvo dos hijos. En el año 2000, a los 37 años, decidió estudiar la carrera frustrada. Aunque Luis había leído mucho sobre arqueología, y también sobre antropología, no podía realizar la maestría en el área, por carecer de educación formal. La Universidad de Leicester, Inglaterra, le ofreció cursar el pregrado en Arqueología. Para ingresar, debía escribir un texto sobre la materia, en inglés. Gracias a la cantidad de libros que había leído al respecto, logró superar la prueba y conseguir una beca.
En modalidad virtual, Luis cursó la carrera sin dejar su vida laboral. El pensum era, principalmente, científico y técnico, aunque no dejaba de lado lo humanístico. Igual se vio obligado a sufragar los viajes que debía realizar a fin de cumplir con el trabajo de campo junto a sus profesores y compañeros: participó en excavaciones en las abadías y cementerios de la zona medieval de Whittlewood, en Northamptonshire, Inglaterra.
¿Qué es exactamente la arqueología?
La arqueología es una ciencia que busca el entendimiento del pasado de la humanidad mediante sus vestigios materiales: huesos, herramientas, arquitectura, etc. Como disciplina, se relaciona directamente con la antropología —que busca entender al ser humano en sus contextos grupales y culturales—, y con la historia —que persigue la reconstrucción cronológica de los eventos pasado—. Toda investigación arqueológica parte del patrimonio que se descubre y estudia.
Hay quienes creen que el arqueólogo busca huesos de dinosaurios y de otros animales prehistóricos, cuando en realidad, esa función le corresponde al paleontólogo. La arqueología se centra en la humanidad. Si se encuentran los restos de una criatura de hace milenios que muestra signos de haber sido domesticada o cazada, entonces ese descubrimiento puede interesar a ambos científicos.
Un arqueólogo es un rescatista y a su vez un forense del patrimonio. Su actividad no se limita al descubrimiento —muchas veces este se da por accidente, habitualmente en trabajos de construcción—, sino que debe analizar el material encontrado. Algunos métodos de análisis pueden ser realizados por el arqueólogo directamente, otros, se hacen en laboratorios.
Los datos obtenidos por los laboratorios sirven al arqueólogo para realizar otros análisis y para establecer conexiones entre diferentes materiales. Si se encuentra una balsa y una vasija en un mismo lugar, se analiza si habrían sido hechas por los mismos pobladores; a los fines, se recrean contextos y procesos culturales para entender el pasado, y se busca la correcta interpretación del patrimonio.
El Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, ICOMOS, (institución ligada a la UNESCO), en su Carta internacional para la gestión del patrimonio arqueológico, destaca la cualidad informativa de este tipo de patrimonio.
“El ‘patrimonio arqueológico’ representa la parte de nuestro patrimonio material para la cual los métodos de la arqueología nos proporcionan la información básica. Engloba todas las huellas de la existencia del hombre y se refiere a los lugares donde se ha practicado cualquier tipo de actividad humana, a las estructuras y los vestigios abandonados de cualquier índole, tanto en la superficie, como enterrados, o bajo las aguas, así como al material relacionado con los mismos”.
Los límites del patrimonio arqueológico son difusos. Si un arqueólogo encuentra los restos de una edificación, una escultura de dos siglos o los restos de un poblado, entran a colación otros tipos de patrimonio: arquitectónico, artístico o histórico. Es un bien público, que puede ser utilizado con diferentes fines. Existen museos y parques arqueológicos que están al aire libre, como lo es Taima-Taima (Estado Falcón), y otros que se ubican dentro de establecimientos.
—Todos los países tienen su museo arqueológico. Son, por supuesto, de gran atractivo turístico. La arqueología aporta mucho al acervo cultural. Pero no es un producto que dé resultados rápidos —comenta Lemoine.
Herramienta lítica recuperada en excavaciones en la isla de Margarita. Fotografía: Diego Torres Pantin.
Una aventura arqueológica
Todos los años pasaba sus vacaciones navideñas junto a la familia en Margarita. En las idas a la playa, siempre terminaba explorando las montañas. Gracias a su formación, su mirada mutó. Si antes veía una simple roca al ver una roca, ahora detallaba si tenía rastros de intervención humana o de contener algún trozo de hueso. Si veía un camino, era capaz de detectar huellas o vestigios de asentamientos. Fue visualizando objetos prehispánicos.
Sus viajes decembrinos cambiaron. Empezó a hacer prospecciones: recorridos donde buscaba verificar la existencia de material. Encontró herramientas líticas, objetos utilizados por culturas de hace miles de años para usos como la cocina o la cacería. Solía ir con sus hijos. Dado que los antiguos pobladores de la isla acostumbraban a tirar las piedras usadas, había piezas por toda la zona.
Envió algunas de las muestras recolectadas a un laboratorio donde se detectaron vestigios de uso humano, además de hallarse restos microscópicos de huesos y de conchas de caracol. Eso se conoce como análisis lítico. Envió fotos a sus profesores de Inglaterra, y estos le respondieron que parecían hechas en Europa o África, no en el Caribe. Nacieron algunas preguntas: ¿Quiénes hicieron esas piezas? ¿Cuándo llegaron a Margarita? ¿Cuánto tiempo estuvieron allí?
En 2006, ya graduado, Lemoine creó la Fundación Arqueológica del Caribe para poder mantener colecciones, solicitar permisos legales y llevar a cabo proyectos arqueológicos. La institución implementó un mecanismo para recibir apoyo económico de forma transparente: no recibe dinero directamente, sino que solicita a los donantes pagar costos de materiales y servicios.
Bajo el sello de la fundación, Luis Lemoine reunió un equipo de especialistas para los proyectos. Entre el 2008 y el 2011, viajaron a la isla por períodos de aproximadamente tres semanas. Hacían tres viajes anuales y presentaban informes al Instituto de Patrimonio Cultural. De a poco, fueron desenterrando evidencias: fogones, huesos, restos de animales devorados, herramientas. Un arqueólogo depende del azar. Nunca sabe si encontrará material al excavar en un lugar, por lo que muchas veces esos procesos suelen ser frustrantes.
En su cuarto año, Lemoine encontró un letrero perturbador: “Próxima autopista en la zona”. Tragó saliva. Pero los camiones no aparecieron, así que, al principio, pensó que se trataba de una promesa vacía. Tiempo después aparecieron las maquinarias. Envió una carta de alerta al Instituto de Patrimonio Cultural. Esa playa estaba ubicada en una zona rural, con varias calles; no se justificaba ese proyecto. Luis tenía sospechas. Por eso no lo tomó por sorpresa recibir una llamada del IPC en la que le informaron que, aunque enviaron a un representante de la institución para detener la obra, solo recibieron un “no” amenazante. Él mismo decidió ir con su equipo. Al llegar, buscó al capataz.
—Ya les dijimos que no. Basta de insistir —respondió aquel.
Los amenazaron con sacarlos a la fuerza. Sin embargo, logró establecer un acuerdo: dado que ese día era jueves, la construcción se iniciaría el lunes. Viernes, sábado y domingo, Luis y su equipo realizaron una planificación veloz para realizar una labor de emergencia. Excavaron calicatas de 2×2 metros —agujeros cuadrados— al azar, procurando encontrar material de valor. Hallaron tres secciones, cada una con un color particular, con evidencia de tres períodos distintos: estaban tres restos humanos, siendo el más antiguo de 4.000 años, el intermedio de 2.400, y el más reciente de 800.
El lunes, mientras las máquinas removían tierra, los arqueólogos iban rescatando los materiales que aparecían. Al salir, aunque consiguió contenido importante a último momento, Lemoine se sentía devastado. Se hubiera podido extraer mucha más información. El lugar pudo haberse convertido en un parque arqueológico. Ahora vería destruido aquel espacio al que dedicó años de investigación.
Herramientas hechas con conchas de caracol recuperadas en la isla de Margarita. Fotografía: Diego Torres Pantin.
Una serie de conclusiones
Sobreponiéndose a la frustración, se dedicó a analizar los materiales. Esta vez sería para evaluar pruebas finales. Cada pieza fue enviada para la datación de carbono, una técnica que determina la antigüedad a partir de procesos químicos, entre otros análisis. Lemoine y su equipo habían realizado una “excavación contextualizada”, la cual persigue la extracción de todo el material para recrear el contexto original. Los datos fueron vitales.
“Hay dos tipos de fenotipos craneales prehispánicos: el mesocráneo, que es ancho y bajo, y procede de la Polinesia; el otro es dolicocráneo, que es angosto y alto, y procede de las migraciones del Estrecho de Bering. El esqueleto más antiguo era dolicocráneo y sus dientes incisivos tenían una concavidad interna. El tercero también era dolicocráneo, pero con características del mesocráneo, lo que implica una posible mezcla genética entre los primeros pobladores y otros grupos”.
El esqueleto que estaba a cuatro metros de profundidad tenía pocas herramientas alrededor; el segundo tenía más herramientas, algunas hechas con conchas de caracol. El tercero tenía restos de cerámica, conchas marinas y fogones. La correlación de los tres era la evidencia de que existió una transición cultural de la etapa meso-india a la neo-india. En un principio fueron seminómadas, y con los siglos se convirtieron en pescadores sedentarios que vivían en un poblado de manera más permanente.
Hasta ahora, el esqueleto de 4.000 años recuperado en la excavación realizada en Margarita es el resto humano de más antigüedad descubierto en Venezuela. Si se ha extraído un ejemplar aún más antiguo, por el momento, no ha salido a la luz pública.
Herramienta lítica y metate utilizada para procesar alimentos en el período mesoindio recuperada en la isla de Margarita. Fotografía: Diego Torres Pantin.
Una nueva etapa
Un día, por curiosidad, Lemoine sacó de la gaveta los objetos que conservaba de su etapa de bichólogo. Encontró la piedra naranja. Vio detalles interesantes y la envió a Ascanio Rincón, paleontólogo, quien concluyó que tenía un hueso de megatherium, una pereza gigante de la Sudamérica prehistórica. “Tengo que regresar”, se dijo. Ya había hecho algunas prospecciones con sus colegas en las costas del estado Vargas, donde encontró vasijas y tiestos similares a los de Margarita. Su próximo proyecto arqueológico no sería un viaje de ida, sino de retorno.
Con arneses y cuerdas, descendió por una cueva. Era el año 2017. Dependía de linternas. Escaseaba el aire. El cuerpo se cansaba con más facilidad. Antes, él y su equipo hicieron perforaciones en el suelo con barrenos, tubos diseñados para registrar las capas de tierra, pero no habían encontrado nada. Una cueva es una excavación natural. De repente, sus pies tocaron suelo. Estaba a 30 metros de profundidad. Allí, cualquier búsqueda es un desafío, pero poco a poco, él y sus colegas fueron encontrando fragmentos de huesos de animales de finales de la era del hielo.
La zona resultó ser un paraíso para amantes del pasado. Los paleontólogos hallaron restos de perezas prehistóricas. Por su parte, los arqueólogos encontraron materiales de tres etapas distintas: del neo-indio encontraron restos cerámicos y fogones; del pleistoceno, unas pocas herramientas líticas y huesos con marcas de corte. De la etapa colonial y republicana, varios artilugios (platos, botellas, prendas, etc). Al revisar los registros históricos, descubrieron que el lugar se llamaba Hacienda La Guairita, y que en su interior existieron dos pueblitos que desaparecieron con la modernización de Caracas. Había mucha información cifrada sobre la historia nacional.
—En Venezuela solo tenemos registros históricos y confiamos en esos registros para el conocimiento. Estos suelen hablarte desde el punto de vista del ganador. El arqueólogo puede comprobar o refutar esas nociones. Detallar esos procesos. La Arqueología te da información fidedigna de quienes somos, de quienes éramos —acota Lemoine.
Tras las primeras prospecciones, se reunió un equipo. Estaban tres arqueólogos históricos, Konrad, Magdalena y Andrez Antczak, de la Universidad Simón Bolívar; dos paleontólogos, Ascanio Rincón (del IVIC) y Gregory McDonald (de Bureau of Land Management); y un ambientalista, Gustavo Gonzáles, (también de la USB). Algunas de las instituciones involucradas fueron la Universidad de Leiden, BetaLab, la Universidad de Harvard y la Universidad de Viena.
En una de sus excavaciones, empezaron a aparecer materiales en abundante cantidad. Estaban en una cueva, a 15 metros de profundidad. Eran las 4:00 pm cuando empezaron a retirarse, habiendo debido hacerlo a las 3:00 pm. Tanto por motivos de seguridad como de conservación de las piezas, el proceso de retirada tiene un protocolo extenuante.
La mochila de Lemoine estaba más pesada de lo usual. Bajando por una roca, se resbaló, pero su mano amortiguó el impacto. Sintió un dolor agudo en el meñique, pero continuó su camino. Al salir, sentía un dolor en su dedo. Tardó en percatarse de que había sufrido una fractura. Los compañeros lo ayudaron.
Botella de 1830 hecha a mano recuperada en el municipio Hatillo, Caracas. Fotografía: Diego Torres Pantin.
Cazador de cazadores de perezas
Con la fractura, ahora estaba limitado. Se dedicó a los análisis. Algunas de las piezas sacadas ese día eran de una pereza gigante extinta, por lo que parecían ser pruebas paleontológicas y no arqueológicas. Sin embargo, uno de los huesos de pereza tenía una pequeña marca. Pensó que se trataba de una cortadura causada por una herramienta lítica. Los análisis de laboratorio lo confirmaron: se encontraron partículas microscópicas que indicaban que se pasó algún tipo de material cortante. Lo más sorprendente, era su antigüedad: tenía 20.000 años.
En 2019, Luis Lemoine participó en un proyecto de la Universidad de la República, Uruguay, invitado por el paleontólogo Richard Fariña. Colaboró analizando varios materiales descubiertos, incluido un hueso de un lestodón, otra especie de pereza prehistórica, que tenía marcas de corte por intervención humana. Se enviaron restos del hueso al laboratorio de la Universidad de Wollongong, Australia, y se analizaron simultáneamente las marcas con tomografía 3D en un laboratorio en Venezuela.
Un hueso de una pereza prehistórica, de 20.000 años de antigüedad, encontrado en el municipio El Hatillo, Caracas. Se pueden ver los cortes que evidencian la intervención humana. Al lado, una herramienta lítica cortante, para ejemplificar que tipo de objeto se pudo haber usado en el proceso de corte. Fotografía: Diego Torres Pantin.
Ya en Caracas, Luis recibió una llamada de su colega. Emocionado, le dijo que los análisis comprobaban que la marca fue hecha por cazadores humanos hace 33.000 años. Las conclusiones del análisis hecho en Caracas llegaron al mismo resultado. Comúnmente, se piensa que los primeros americanos atravesaron el estrecho de Bering hace 20.000 años. La evidencia no miente, pero supone un desafío para la ciencia.
Luis se carcajeó. Sin proponérselo, participó en dos proyectos que terminaban encarando una teoría arqueológica defendida por gran parte de la comunidad científica. Todo comenzó por un pequeño hueso de pereza que encontró a sus quince años. En su quinta década de vida, se daba cuenta de que se había convertido en un cazador de cazadores de perezosos gigantes. Gracias a esos animales, había logrado acercarse a la antigüedad de América.
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