Ante cualquier paso, primero van tus convicciones y después tus conveniencias. Daniel Habif.
Decía Alberto Borea Odria que el orden absurdo se convierte en un orden depredatorio o de asaltantes cuando los exaltados se transforman en bandidos organizados. Es eso lo que, con mucha vergüenza, observamos en el caso venezolano, en donde las bandas de forajidos que han tomado el poder por asalto, para encubrir sus fechorías, muestran un afán desmedido, obsesivo e irracional por copiarse experiencias comprobadamente fracasadas.
Algunos con actitudes borbónicas a las cuales se refería el desaparecido líder venezolano Teodoro Petkoff para calificar aquellas personas militantes de la izquierda que ni olvidan ni aprenden; otros con actitudes de sectas fanáticas que desechan elementos de la realidad que vivimos o padecemos, han acabado con un país que con todo y sus errores e imperfecciones, hacían la vida posible.
El fracaso es evidente pero las ansias de enriquecerse mediante el robo y el saqueo del tesoro público son insaciables, llegando a conformar un Estado fallido y forajido donde él se ha convertido en el principal obstáculo para el progreso y el mayor culpable del desastre que exhibe hoy el país debido a la destrucción de las instituciones fundamentales que garantizaban el funcionamiento de su democracia.
La anarquía ha surgido de manera deliberada y se ha impuesto el terror de los delincuentes en el poder, como lo presenciamos recientemente en los Estados Cojedes y Zulia en contra de la visita de Guaidó a esas regiones. Estamos en presencia de un orden absurdo, en cuyos representantes no se puede confiar y mucho menos tratar de dialogar con ellos.
No debe considerarse ésta como una posición radical. Lo que luce inaceptable es tratar de utilizar las armas que nos provee la democracia frente a un enemigo que se ha convertido en un peligroso peón del narcoterrorismo internacional, como ha quedado evidenciado con el avión venezolano-irani detenido en Argentina que lo hace parecer un monstruo de mil cabezas que se mueve malignamente por el mundo a pesar de las sanciones impuestas en años recientes por USA y sus aliados, y peor aún, obteniendo concesiones a cambio de nada favorable a la democracia y las libertades en Venezuela.
Por eso cobra fuerza la sentencia que dice: si me engañas la primera vez, la culpa es tuya; si lo haces por segunda vez, la culpa es mía. Hay que dejar atrás las ingenuidades y los cálculos interesados frente a una situación que se ha convertido en un problema geopolítico en la región que ha sumido en la desgracia a millones de seres humanos entre los que nos contamos los venezolanos. Es hora de actuar con firmeza contra las atrocidades que se cometen y con mucha convicción y valentía para sostener los valores y principios en los que se creen. Es una cuestión de integridad que se exige al nuevo liderazgo.