El peor efecto del macartismo en Venezuela, es la neblina mental que ha instaurado en no pocos seguidores de la extrema derecha derrotada e incompetente encabezada por la dirigencia fracasada del G4+1, desde Juan Guaidó, Manuel Rosales, Bernabé Gutiérrez, Henry Ramos, Julio Borges, Leopoldo López, Henrique Capriles Radonski y Andrés Velásquez hasta Antonio Ledezma y María Corina Machado, ahora divididos, subdivididos y fracturados, frente a un gobierno feneciente e igualmente derrotado por la mayoría del pueblo venezolano.
Una de las peores incompetencias de esa dirigencia política monitoreada desde el exterior por el uribismo colombiano y la más rancia política estadounidense y europea -ultraderechista y neocolonial-, es su simplismo esquemático mental: están discapacitados para comprender y aprehender las complejidades de la realidad nacional e internacional.
Los cambios en Colombia, comenzaron hace rato. El rutilante triunfo del “Pacto Histórico” con Gustavo Petro y Francia Márquez a la cabeza, el domingo 19 de junio de 2022, no es otra cosa que una expresión política afirmativa del mar de fondo acumulado durante 200 años de dominio oligárquico, cruel matanza de líderes sociales y políticos, corrupción, narcotráfico y entrega total a la política estadounidense, tanto en el campo político internacional como en lo militar y económico.
La Colombia que presidirá Gustavo Petro con Francia Márquez en la Vicepresidencias, es el reino de las mafias que tanto han querido ocultar. No es una sociedad “normal”, la colombiana: su estructura mafiosa lo condiciona todo, incluso las redes simbióticas de la “parapolítica” del uribismo asociado con el narcotráfico y sus formaciones paramilitares, tan sanguinarias y despiadadas como sus creadores y financiadores a resguardo de sus privilegios y dominios territoriales, económicos y políticos.
La realidad colombiana es tan dura y desigual, que eleva al máximo la importancia histórica del triunfo popular electoral de Petro y Márquez. Este fenómeno debe ser entendido fuera del marco de la visión individualista de la historia, por un lado; y por el otro, lejos de la miopía macartista inoculada durante al menos siete décadas en Venezuela, extremadamente potenciada desde 1998, cuando EEUU y los estratos dominantes locales se impusieron la tarea de obstruir los cambios que pudieron abrir caminos de desarrollo armónico para nuestro país, propósitos también traicionados por Hugo Chávez y la caterva de corruptos civiles y militares que con fruición se dedicaron al enriquecimiento ilícito y el abuso de poder.
Colombia emerge hacia cambios históricos democráticos, mientras Venezuela sigue entrampada en los vericuetos del bipartidisno del siglo XXI. Hacia 2024, venezolanas y venezolanos debemos catalizar un cambio progresista y futurista, que una a la mayoría independiente, honesta, laboriosa y solidaria que hoy puja silente por derrotar simultáneamente a los cómplices de la destrucción nacional, corresponsables de la tragedia histórica que sufrimos.
En Colombia, fue derrotada la injusticia social histórica, y nada tiene qué hacer con las pretensiones utilitarias de Maduro y su torpe y corrupto gobierno. Las viudas del uribismo lloran desconsoladas e impotentes, muy desconcertadas y desorientadas, aturdidas.
Está por verse la eficacia del gobierno Petro-Márquez en el vecino país, a partir del 7 de agosto próximo. Las fuerzas profundas que determinaron el triunfo electoral del 19 de junio, sabrán superar todos los escollos, con inteligencia y fuerza de cambio para progresar y dejar atrás la violencia fratricida, las injusticias de todo tipo, la explotación laboral y las torceduras mafiosas.
En eso confiamos, dedicados por entero a fortalecer en Venezuela las fuerzas sociales, intelectuales, económicas, culturales y políticas, que hoy mayoritariamente nos oponemos y rechazamos al fracasado, corrupto y abusador gobiernos de Nicolás Maduro, y a la fragmentada y derrotada dirigencia del archipiélago opositor teñido por la neblina macartista.
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