Yo siempre quedaba de lo más disgustaba porque no salía Puerto Rico, así que lo atapuzaba y cantaba: “PUERTORRICOcuuubaaa y el CanaDÁ». Pero esa es otra historia.
Estando en los primeros años de primaria —y por culpa de ese himno— pensaba que «Norteamérica» era única y exclusivamente los EE. UU. Por algo en la ristra de países musicales se distinguía entre Norteamérica, México y el Canadá. Los tres de lo más separaditos ellos.
A golpe de cuarto grado aprendí muy bien que América del Norte era un subcontinente del continente Americano (ese que iba desde el Polo Norte con perritos huskies, iglús y esquimales, hasta la Antártida con pingüinos y como que con más nadita). Entonces me quedó claro que en subcontinente del Norte convivían los canadienses, los gringos y los mexicanos por igual. Eso y que «americanos» éramos todos. Y mi aprendizaje continuó y ahora hablaba de un país llamado Estádosunidos. Tal cual, pegadito: Estádosunidos.
Aún estaba en primaria cuando caí en cuenta de que esa nación enorme —cuya capital era Washington D.C. y no Nueva York como muchos creían— se llamaba «Estados-Unidos». Sí, separado: «Estados Unidos»; unos estados variopintos que decidieron unirse para ser más poderosos. ¡Y entonces entendí a Bolívar y su empeño en la Gran Colombia para hacerle frente al Coloso del Norte!
Se atropellaban los años 70 con la infausta guerra de Vietnam y me llevaron a vivir a Tucson, Arizona. Conocí a un país dividido: unos a favor de la invasión, otros en contra… y el racismo siempre presente. En 1975 terminó el conflicto bélico y agradecí haber regresado a Caracas «a tiempo», pues no viví el dolor, la humillación, la rabia, la vergüenza y la sensación de vida desbarrancada y absurda que mis amigas del bachillerato me contaban en todas sus cartas.
Pasó el tiempo y ese país comenzó a unificarse lentamente. Los estadounidenses parecían compartir intereses, amores, esperanzas… y odios, también. «Parecían», daban la impresión. Se convirtieron así en los Estados Masomenos Unidos de Norteamérica o de «América»como a ellos les gusta llamarse.
No supe exactamente cuándo, pero la cosa se empezó a poner piche. Desazón, atropello, enfrentamiento, desprecio y un tonito de burla y retrechería presidencial que daba náuseas. Eran unos Estados Unidos que yo no conocía. Y entonces llegó el 6 de enero de 2021 y una horda de trumplovers, Proud Boys, Neoconfederados, QAnons, Oath Keepers, Conspiracionistas, Supremacistas Blancos, Klukluxklanistas y toda una ristra de fanáticos ignorantes y trompo-fijos —con sus MAGA hats (cachuchitas rojas de «Make America Great Again»), portando armas de fuego, lanzas y aparatos explosivos, y sintiéndose muy «guapos y apoyaos»— asaltó el Capitolio de los Estados Unidos con el fin de dar un golpe de Estado, no reconocer el triunfo de Joe Biden, embadurnar las paredes con excremento humano y proclamar a Donald Primero como presidente Eterno y Sideral de God Bless America Forever.
La imagen de un IMMMBÉCILLL aullando sin camisa, con la cara pintarrajeada y tocado de pieles y cuernos de vaca, me hizo pensar que se trataba de una mega-MAGA-mamarrachada, pero entonces vi cómo en un cadalso improvisado se balanceaba el dogal que esperaba por el cuello de Mike Pence y me dije: «Esta vaina se jodió».
En la unión está el poderío, así que es improbable que ese vasto territorio del Norte implosione, se atomice y se convierta en una cincuentena de países chirriquiticos. Pero ante tanto rencor y tantas posiciones encontradas, a los estadosDESunidenses lo que le quedará será mudarse para el estado que más tenga que ver con sus creencias, que van mucho más allá de las religiosas. Amplia gama de ofertas: Black Lives Matter; Blue Lives Matter; eutanasia; Anti-vaxxers; consumo legal de marihuana; leyes contra el aborto; la pildorita del día siguiente; la inseminación artificial; la práctica de la poligamia; esa ley disparatada «Don’t say Gay» (No digas Gay) en donde la palabra «Gay» se dice (¿quién habrá sido el genio?); el beneplácito a los gatillo alegre que portan rifles de asalto AR-15 para masacrar niñitos en sus escuelas; esclavistas o abolicionistas; matrimonio interracial y el de todos aquellos que no son heterosexuales; los de la energía verde; CNN o Fox News; Feministas al Poder; neonazis; Fourth of July o Cinco de Mayo; música country o salsa; los admiradores o detractores de la loca suelta de Marjorie Taylor Greene; Coca-Cola o Pepsi; in English o en español… y si esto le suena a desorden traído por los pelos es porque así mismo es.
Y a los que estamos en el resto de esta América convulsionada, solo nos quedará cantar: «Fuerza del optimismo, fuerza de la hermandad, será este canto de buena vecindad».
Eso o que Nueva York no hay berro y no hay amor.
Escritora – @carolinaespada