Enrique Meléndez: La Colombia de los pobres

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La América latina se pintó de rojo, asociando este color a la corriente socialista, si damos como un hecho que Lula Da Silva se impondrá en las próximas elecciones en Brasil, y entonces pudiéramos hablar de una Unión de Repúblicas Socialistas Latinoamericanas, algo así; aunque algunos preferirían hablar de populismo; por contraposición a lo que también llaman “la derecha”, aun cuando estos son términos, esto es, derecha e izquierda que quedaron desfasados, a raíz del desmoronamiento de la antigua URSS a comienzos de la década de 1990.

Primero, porque ya no está de por medio aquello que se conoció como el “internacionalismo proletario”, un concepto que ya no se maneja en esa corriente, si tomamos en cuenta que proletarios, como tal ya no existen; pues no olvidemos que la figura del obrero, que era a lo que se refería Marx con ese término, ha sido sustituida por la del técnico especializado, a medida que la tecnología ha venido sustituyendo la mano de obra, y en lo que no se equivocó Marx, cuando hablaba de esta situación, y así decía que la máquina iba a desplazar dicha mano de obra, aunque ya ese es otro tema; el hecho es que el término proletario, ha venido siendo sustituido por el concepto del pobre. Gustavo Petro llega a la presidencia de Colombia casado con los pobres, y entonces aquí salen a relucir varios prejuicios, asociados al término: los oprimidos, los marginados, los expoliados, sobre el fondo de una sociedad, que ha sido injusta con ellos; que le han arrebatado el derecho a la prosperidad; lo mismo que llegó López Obrador en México, Fernández en Argentina, Boric en Chile, Castillo en Perú, y así se erigen en paladines de la justicia.

Porque, por lo demás, demagogo que se respete, no puede olvidarse de este concepto; empezando, porque por ahí se inicia la carrera de Robespierre, por arrogarse la categoría de ser el cabecilla del partido de los pobres y, luego, por arroparse con el ropaje de la incorrupción, y esto porque ha hecho votos de pobreza. No olvidemos que a Robespierre se le llegó a calificar como “el incorruptible” (vivía arrimado casa de un famoso ebanista parisino), y quien hizo derramar sangre de miles de figuras políticas hasta la indignación en aquella Francia revolucionaria, y a quienes se les había descubierto, que habían sido sobornados, sobre todo, por la Corte de Luis XVI. He allí el terror que se vive, bajo el gobierno de una conciencia de esta verticalidad. ¿Acaso estamos hablando de Hugo Chávez? He allí una de las tantas recreaciones de esta figura, y quien tiene pegada, como se dice en términos coloquiales, en el pueblo. Yo recuerdo un día, que viajaba de Los Teques a Caracas en una buseta, en vísperas de las elecciones presidenciales de 2012, y cuyo chófer proclamaba, que él iba a votar por Chávez; porque éste había jalado para el partido de los pobres, y esto que ya a esa altura se había observado, que Chávez no era sino ese aventurero, a quien la teoría neoliberal alineaba en el campo del “perfecto idiota”; sólo que tuvo la dicha de gobernar durante una bonanza petrolera, con la que pudo sortear las secuelas, que había dejado la quiebra del aparato productivo, que había llevado a cabo a propósito de aquella política, con la que había llegado de expropiaciones arbitrarias.

Que fue en las profundidades, desde el punto de vista de los objetivos socialistas, en los que no se quiso meter ni Michelle Bachelet en Chile, ni Lula Da Silva en Brasil, ni Pepe Mujica en Uruguay, ni el propio Evo Morales en Bolivia; este último, incluso, al final de su gobierno se despide con una de las economías de mayor crecimiento en la América Latina; lo que quiere decir que Morales respetó la empresa privada. Por supuesto, la tragedia de Venezuela la constituyó el hecho, de que el líder, por excelencia, de esta corriente, como lo era Hugo Chávez sufría un profundo desequilibrio mental; primero, porque su demasiado egocentrismo y falta de roce político y social iban más allá del significado de su liderazgo; lo que lo llevaba a pensar en términos hegemónicos (“el único –decía- que está preparado, para gobernar a Venezuela, soy yo”); luego, por la enajenación que también sentía por la influencia del uniforme en su persona, es decir, por su demasiada carga de ideología militarista; en cuyos círculos él tenía una gran ascendencia; gracias a lo cual pudo encauzar sus delirios de grandeza, y que fue en la trampa, en la que cayó el venezolano de finales de la década de 1990, muy sugestionado por una corriente antipolítica, que se había impuesto en nuestro medio, producto de un conjunto de sectores, que también arrastraban una serie de rencores y resentimientos de tipo político, que envenenaron la opinión pública de entonces; pensando el venezolano en la idea, de que por ser militar, iba a proceder a llevar a cabo una revolución moral en nuestro medio. A lo que se unió la idolatría, que sentía este señor por Fidel Castro; que también no dejaba de ser un hegemón; enamorado, asimismo, de su oratoria, y quien fue el que lo incitó a propiciar el desmantelamiento de nuestro aparato productivo; como había procedido él también en la Cuba, que vino a gobernar, luego de su llegada al poder por la vía armada, tal cual la receta marxista-leninista, a propósito de la creación de un ejército popular para la toma del poder por parte del proletariado; para, por supuesto, también venir a quebrar a un país, que se observaba como uno de los de mayor prosperidad en esa América Latina de la década de 1960.

Es decir, el contar con el apoyo de las armas, ha sido el factor, que les permitió a ambos asumir esa condición de hegemón, y que, a su vez, fue lo que les imposibilitó ir a esas profundidades socialistas, como decía, a esa pléyade de dirigentes de dicha corriente, y no quebrar la economía de sus países; que será una de las limitantes de Gustavo Petro; cuyo gobierno no dejará de parecerse a los de esta gente. En ese sentido es un delirio decir que la historia de Colombia cambiará de ahora en adelante.

 

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