De los tres ministros que no funcionaban para Cristina hoy solo queda uno. Mañana no se sabe si Claudio Moroni continuará en Trabajo porque la sangría puede continuar.
La intempestiva renuncia de Martín Guzmán sorprendió a todos, inclusive al Presidente. La crisis que paraliza al gobierno y sacude al oficialismo se agravó aún más por el procedimiento que uso el renunciante para hacer saber que había dado un portazo al irse del gobierno.
Colgó su renuncia en las redes sociales mientras la Vicepresidenta avanzaba en un farragoso discurso en el que volvió a criticar a Alberto Fernández y reivindicó su reunión con Carlos Melconian en señal de apertura, atributo que mantenía bien escondido. Ese diálogo fue considerado una provocación por Economía.
Las versiones difieren pero hay algo seguro: Guzmán, harto de las presiones, consideró que la actitud de Cristina y de sus funcionarios seguía obstruyendo decisiones ya acordadas, como la segmentación de las tarifas de servicios, y fue madurando su decisión mientras seguía chocando con el titular del Banco Central, Miguel Pesce, con el que se llevaba pésimo.
Guzmán también se convenció que la permisividad de Fernández con esos funcionarios y, además, con la presunta mano suelta de fondos para la provincia de Buenos Aires, saboteaban objetivamente el acuerdo con el Fondo Monetario.
Hay fuentes sindicales que relatan que hubo una fuerte discusión entre Guzmán y el Presidente, después del acto en la CGT, pero no hubo confirmación. El ministro esperaba nuevos ataques en el discurso de Cristina y decidió colgar su dimisión en las redes sociales en medio de la conferencia que estaba dando la Vicepresidenta.
No hay constancia cierta de que el Presidente haya sido previamente informado por Guzmán de su renuncia, en otro serio síntoma de la crisis interna del gobierno.
De los tres ministros que no funcionaban para Cristina hoy solo queda uno. Mañana no se sabe si el último que queda de esa lista negra, Claudio Moroni, continuará en Trabajo porque la sangría puede continuar.
Primero, se había ido Matías Kulfas echando sapos y culebras contra los funcionarios que responden a la Vicepresidenta. Y ahora Guzmán.
Con la actual inestabilidad los mercados no pueden abrir mañana sin que esté cerrada la sucesión.
Desde el kirchnerismo se reclamaba anoche una reunión de Fernández con Cristina para discutir el nombre del próximo ministro. La tercera pata del oficialismo, Sergio Massa, no había sido convocado ayer por el Presidente, aunque su nombre hace tiempo se está mencionando para un superministerio de Economía. Las versiones han sido relativizadas en el entorno del presidente de la Cámara de Diputados, que también se sorprendió del abrupto desenlace.
Al irse Guzmán, Fernández se queda cada vez más solo.
Ya había reclamado lealtad a sus ministros. Nadie – dicen que dijo en su aparición ante el gabinete- puede estar aquí si está en desacuerdo con el Presidente. El silencio que siguió a sus palabras fue atronador, para usar una palabra que utilizó el propio Fernández cuando era opositor de Cristina y la interpelaba por la muerte de Alberto Nisman.
La fractura con Cristina y la decisión de la Vicepresidenta de poner todo el foco en el territorio bonaerense aceleró la diáspora del entorno presidencial. Hoy, Alberto Fernández hace cuentas y solo tiene a Santiago Cafiero, su alter ego y jefe de gabinete en las sombras; Vilma Ibarra; y Julio Vitobello. Katopodis y Ferraresi volvieron sobre sus pasos, Scioli sigue soñando con su revancha y Massa se cansó de ser el corre-ve-y-dile entre el Presidente y la Vice. Busca su propio futuro, brumoso por sus cambios bruscos que lo descolocaron ante la sociedad que lo veía como una opción independiente.
Los gobernadores resucitaron la Liga (la cartelización de los reclamos de los peronismos provinciales), que era una táctica reiterada cuando eran oposición, ahora se relanzó con críticas a Alberto. Otros, como Schiaretti y Perotti, piensan firmemente en crear una alternativa por afuera del deshilachado oficialismo actual.
La relación del Presidente con la CGT dejó de ser fluída: el acto del viernes, que reunió a la Nomenklatura sindical, nació con fórceps por la resistencia del gremialismo a quedar demasiado pegado a Fernández. Y fue posible porque Juan Manzur los convenció de las consecuencias de ese eventual desaire.
El Movimiento Evita, que sigue siendo el soporte más importante de Fernández, analiza su estrategia en función de sus diferencias con Cristina y sus intenciones de disputarle al kirchnerismo alguno de sus bastiones más emblemáticos en el conurbano. La relación de Fernández con el Evita es también fuente de fricción potencial -y no tanto- con los gremios.
El volcán económico vomita inflación: sobre sus laderas se desarrolla este drama político y acoge el proyecto de reelección que Fernández mantiene en pie.
El elemental discurso de Fernández en la CGT sobre el peronismo intentó rescatar la moderación como método y la reconciliación como objetivo, utilizando el ejemplo del último Perón con Ricardo Balbín, líder de la UCR de entonces. No explicó las razones por las que ese proyecto capotó y terminó en una ordalía de sangre: la lucha por el poder en el peronismo entre la izquierda (cuyos restos hoy se encuadra con Cristina) y la derecha sindical que supo ocupar ese salón donde disertó el viernes. En síntesis, fue un mensaje sin vuelo, transmitiendo una imagen demasiado anticuada, buscando una pertenencia ante un auditorio que hizo esfuerzos para disimular su falta de entusiasmo.
Hay quienes creen que si el Presidente deja de lado su intento de reelección (que las encuestas muestran como una misión imposible) y se convierte en un Regente, permitiría el surgimiento de otros candidatos y atenuaría las diferencias con la Vice. Significaría, en términos prácticos, la rendición definitiva. ¿Alguien se animará a planteárselo? Parece más una expresión de deseos que una realidad.
Tanto el presidente chileno Boric como Petro, el colombiano recientemente electo, están haciendo gestos y aplicando políticas de moderación desde la izquierda. Lula, en Brasil, se alió con la centro-derecha. ¿Cristina está pensando lo mismo? Larroque, su vocero más brutal, ya anunció que aquí todo lo contrario: se terminó la moderación. ¿Quiso decir que se terminó Fernández?
El Clarín de Argentina